La festividad de Santa Lucía con su feria en Doneztebe coincidía con el regreso de los cientos de leñadores que volvían de su trabajo en los bosques franceses. Emigración temporal que ya es historia
la festividad de Santa Lucía que se celebrará hoy en Doneztebe, aunque ayer fue la feria que tiene lugar, era antaño día de gran importancia y llegaban gentes de toda la cuenca del Bidasoa. Esta época suponía el regreso de los bosques franceses de cientos de leñadores que acudían a hacer sus compras y disfrutar de los festejos, lo que ya solo es historia.
Apenas había coches entonces pero se movilizaban autobuses y el llorado Ferrocarril del Bidasoa doblaba su servicio y el número de vagones. Junto al comercio local, siempre de justa fama en Doneztebe, había venta ambulante, apuestas de aizkolaris y partidos de pelota, en jornada que reunía multitudes.
En opinión del doneztebarra Miguel Ibarrola, "la devoción a Santa Lucía era grande", al ser patrona de modistas y sastres, el ejército de aguja, tijeras y dedal que distinguía a Doneztebe, y protectora de la vista. La parroquia posee una reliquia de la santa de Siracusa que hoy se adorará en la misa, y hay quien comenta que el acto se prolongaba hasta dos horas por la notable asistencia.
leñadores Hoy las cosas han cambiado de forma radical en todos los sentidos. Ya no emigran a los montes franceses los cientos de basomutilak (mozos que trabajan en el bosque) de todos los pueblos de Malerreka, Bortziriak, Bertizarana y Baztan once meses al año, en condiciones deprimentes. "Hasta 650 leñadores, sólo de Arantza unos cuarenta", recuerda que iban Ramón Apezetxea, párroco de Almandoz que durante años organizó el día de los leñadores en el tristemente desaparecido Colegio de San Martín, en Oronoz-Mugairi. El veterano Miguel Ibarrola, empleado de banca que fue, calcula que "incluso serían hasta mil", ya que casi no había otra oportunidad laboral en la comarca.
habas y más habas Originalmente, las condiciones de trabajo eran penosas, en cabañas húmedas y frías en pleno monte y con una alimentación tan popular como reiterada: "Habas para desayunar, habas para comer ...y para cenar, ¡más habas!", explica Ramón Apezetxea. "De sol a sol y hasta el mediodía del domingo", refiere José Antonio Apeztegia, de Sunbilla, que trabajó hasta 1978 cerca de Bélgica, París y en Amiens ("la ciudad de San Fermín", comenta) con su hermano Josetxo, sus primos y otros mozos sunbildarras. Ya con mejores servicios los últimos años, en caravanas cómodas y bien amuebladas... "¡hasta con televisión!". Ellos ya conocieron maquinaria de apoyo y las motosierras pero todavía con el hacha imprescindible siempre.
desgracias El trabajo, siempre peligroso, acarreaba accidentes y desgracias. El párroco Apezetxea que visitó en Saint Gaudens (Alto Garona) y los Alpes, casi en Italia, donde convivió con los leñadores durante un mes, conoció sus privaciones y hasta accidentes. "Un joven llegado el día anterior falleció al caerle una rama que acababa de cortar su propio hermano, era un trabajo muy duro", señala. Como él, Miguel Ibarrola conoció varios casos de gente de Malerreka que sufrió accidentes y serias lesiones.
En 1968, en una de las jornadas que organizaban en el San Martín de Oronoz, consta que Ramón Apezetxea aconsejaba a los leñadores que "trabajaran para vivir y no vivir para trabajar, ahorrar para vivir y no para ahorrar, y que pensaran en asentar su vida en sus pueblos, en el campo: y en las industrias que se van creando poco a poco formarán un hogar antes de que sea tarde", lo que así acabó siendo, conocedor de algún caso triste en el que alguno llegó a jugarse en un desafío de aizkolaris o partido de pelota todo lo que había ganado y perder en un día las 80.000 o 100.00 pesetas cobradas en un año.
cambio de moneda El regreso todavía les reservaba problemas, ya que después de lo sufrido para ganarlo obligaba el Gobierno francés a que cambiarán en su país los francos, en peores condiciones. Varias veces, tanto Apezetxea como Ibarrola iban a Hendaia u otros lugares a recogerles y ayudarles. "Lo traían en los calcetines, escondido donde podían, porque bancos y particulares aquí hacían mucho mejor cambio, por ejemplo en Elizondo, Lorenzo Errecart, casi siempre", recuerda Ibarrola. "Una vez nos desnudaron hasta los calzoncillos", refiere el sunbildarra José Antonio Apeztegia. Recuerdos de Santa Lucía y de los leñadores bidasotarras, que hoy volverán a la memoria.