¿Es cierto que dejó de votar al PP en cuanto conoció la realidad de Tánger?
Es cierto (sonríe).
¿Por qué?
Porque fue el primer gobierno con el me confronté en materia de inmigración. Cuando fui a Marruecos gobernaba el Partido Popular, y lo que acontecía en la frontera era su responsabilidad. Soy el mayor de siete hermanos. Recuerdo una discusión con una hermana, la única que ha fallecido. Discutíamos sobre los emigrantes que morían en la frontera sur. Ella era muy de Rajoy, y eso que vivía en Estados Unidos.
¿Y qué le dijo?
Llegó un momento en el que le dije: Mira Mercedes, quienes mueren en el Estrecho son hijos míos, y no puedo votar a un partido que deja morir a mis hijos en el Estrecho. El razonamiento fue ese, y dejé de votar al PP, algo que siempre había hecho. Tanto es así que mi padre en todas las elecciones siempre me tenía preparado el voto en un sobre. Ni lo miraba. Me pasó con el partido lo que me había pasado conmigo mismo, que me parecía normal que les dispararan a las personas migrantes en la frontera. Pero llegas, te encuentras con la realidad, y entras en desacuerdo contigo mismo y el sentido del voto.
¿Y a quién vota ahora?
Llevo varias elecciones votando al SAIn (Solidaridad y Autogestión Internacionalista), el partido que era del Movimiento Cultural Cristiano. Nunca sacábamos nada, pero la conciencia te quedaba tranquila.
¿Conoce al claretiano Fernando Prado, el sucesor de Munilla como obispo de Donostia?
Sí, somos amigos. Cuando voy a Madrid nunca voy a conventos franciscanos. Siempre voy a los claretianos. (sonríe) Tengo allí a buenos amigos, entre ellos Fernando.
¿Qué nos puede contar de él?
Contar, nada, porque soy un visitante de su casa, donde soy acogido maravillosamente. Espero que lo haga bien aquí.
¿Está al tanto de la fractura en la Iglesia de Gipuzkoa tras los doce años de obispado de Munilla?
De vez en cuando me informan. No conozco la situación de la diócesis, pero si realmente es una diócesis dividida, el trabajo del obispo va a ser muy grande. Va a tener que armonizar, acoger, escuchar. Lo va a tener muy difícil.
¿Encuentra algún paralelismo con su propia experiencia?
Bueno, cuando fui a saludar al Papa Benedicto XVI después de la elección, me dijo: una misión muy difícil. Yo lo dije que no, que era una iglesia muy guapa, algo que hace al obispo bueno. En ese sentido, Fernando no creo que se vaya a encontrar con una Iglesia guapa. Tendrá que recomponer muchas cosas y sanar muchas heridas.
¿Ha hablado con él?
No, ni le he felicitado.
El aborto, la homosexualidad o el sacerdocio de la mujer. ¿Hay que acomodar en el seno de la Iglesia muchas realidades a la sociedad actual?
El problema es que hasta ahora hemos dicho, o vas por este camino, o estás fuera. Eran cuestiones que se consideraban definidas o zanjadas, cuestiones de las que hay que hablar. No sé cuál será el resultado, pero las cosas deberán ser presentadas de otra manera, no solo con otro lenguaje sino con otra perspectiva.
¿Qué opina del aborto?
Siempre ha sido una cuestión de sí o no. Recuerdo que hace unos años vino un periodista a Santiago a plantearme si quería participar en un debate sobre el aborto. Me decía que mi papel tenía que ser el de defender la posición de la Iglesia. Le dije que no. ¿Qué es eso de la posición de la Iglesia? Hace un años se planteó en Brasil el caso de una niña que había quedado embarazada tras una violación de un pariente cercano. Se armó un gran expolio porque a la niña la llevaron a una clínica a abortar. Había posicionamientos a favor y en contra. Yo solo pedía que se callara todo el mundo, porque la cuestión pertinente era niña sí o niña no. Es decir, cómo devolver a esa niña su niñez, su confianza en la vida. El problema no es aborto sí o no, si no persona sí o no, lo mismo que está pasando en las fronteras.