Lurdes Tranche lleva diez años viajando a países como Mongolia, Senegal, Marruecos o Pakistán. Lo bueno es que lo ha hecho sin salir de casa. “Si algo me ha aportado Bizilagunak es riqueza, apertura de mente”, confiesa esta vecina de Hernani, que este domingo ha vuelto a sentarse en torno a una mesa. En esta ocasión, para conocer a Leticia, Tania y el resto de integrantes de la familia argentina a las que ha abierto las puertas de su casa. No hay como compartir mantel para desmontar prejuicios y miedos.
Decía el filósofo y escritor vasco Miguel de Unamuno que el fascismo se cura leyendo, y el racismo viajando. En ocasiones, la vida te brinda esa misma oportunidad sin tener que marchar a otras latitudes. Así lo están comprobando este domingo en las 55 comidas organizadas en Gipuzkoa, en el marco de esta iniciativa que cumple ya su décima edición, y que busca el encuentro para conocerse y enriquecerse de la diversad.
Un total de 1.550 personas se han sumado a la propuesta, tanto familias autóctonas como extranjeras, compartiendo sabores y vivencias para hacer frente a los discursos de odio. “Una de las comidas que más me impactó fue la que nos reunió con tres mujeres de Mongolia. Fue un verdadero viaje sin salir de Hernani”, rememora Tranche, que en el curso de aquel encuentro pudo conocer el proceso migratorio de aquellas comensales.
“ Una de las comidas que más me impactó fue la que nos reunió con tres mujeres de Mongolia. Fue un verdadero viaje sin salir de Hernani ”
Lurdes Tranche - Vecina de Hernani de 64 años
Tenía un conocimiento más cercano de personas procedentes de Marruecos, o del Sahara, a través de las estancias vacacionales de tantos niños. “Mongolia, en cambio, fue algo muy novedoso. Durante aquella comida sacamos el ordenador porque era un país del que nada sabíamos. Nos impactó eso mismo, el desconocimiento absoluto que teníamos de sus vidas”, reconoce esta hernaniarra de 64 años.
Desfile de países en el salón de casa
Desde entonces, en la medida en que se han ido sucediendo las ediciones de Bizilagunak, han pasado por su casa familias de Marruecos, de Paquistán, de Ecuador, de Colombia y de otros muchos países de Sudamérica. De un poco más arriba, del Caribe, proviene Natividad Fabal. Esta mujer de República Dominicana, que el día de Nochebuena cumplirá 63 años, es otra veterana en Bizilagunak. Este domingo ha acudido con su familia a casa de una familia de Hernani.
Desde que recaló en Gipuzkoa se sumó a la propuesta intercultural. “Llegué por medio de la reagrupación familiar a Madrid, donde estaba mi esposo. Encontré un trabajo de empleada doméstica, y por eso caí en Hernani”, rememora. “Me comentaron que existía una asociación multicultural que se llamaban AMHER, que trabajaba junto con SOS Racismo”. Y dice que tirando de ese hilo llegó el resto.
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De Hernani, de Tolosa y de otros muchos municipios guipuzcoanos son las familias que ha podido conocer durante estos años atrás. “Han surgido relaciones de mucho cariño. Este programa es importante, tanto para inmigrantes como para las familias nacidas aquí. Ellas nos han recibido, y nosotras les damos lo que llevamos dentro”, confiesa la caribeña.
Ese conocimiento mutuo tan enriquecedor, puede dar pie, o no, a estrechar lazos de amistad. Tranche es de las que rehúye de visiones paternalistas. “En ocasiones, en el periódico sacáis las historias más bonitas. Nosotras llevamos muchos años en esta iniciativa y con las familias extranjeras pasa exactamente igual que con los vecinos y vecinas del pueblo. Te encuentras por la calle y hablas, pero siempre hay con quienes tienes más feeling. Hay relaciones cercanas y otras más normales, como la vida misma”, expresa.
Conocimiento mutuo: abrirse a otras realidades
“A mí lo que me ha aportado ha sido apertura de mente. Si no te abres a otras realidades, tiendes a pensar que las cosas solo se hacen a tu manera. Pronto te das cuenta de que no es así. Se come, se viste y se piensa de manera muy diferente. Lo mismo que comprobamos cuando viajamos, lo tenemos aquí. Pero por encima de esas diferencias, todos somos iguales, las mismas personas”, concluye Tranche.
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Esta familia de Hernani anima a la sociedad a participar en próximas ediciones. “Todos esos prejuicios que nos hacen distanciarnos se rompen durante estos encuentros en torno a una mesa. Te das cuenta de que se trata de personas que tienen los mismos objetivos en la vida que tú. Pueden vestir diferente, o tener un color de piel diferente, pero todos somos las mismas personas que deseamos tener unas condiciones de vida dignas”, reflexiona.
Y Fabal asiente, dispuesta a poner cuanto esté en su mano para que ese encuentro sea lo más enriquecedor posible. “Es bueno conocerse y relacionarse con el entorno en el que vives. ¿De qué me sirve vivir en un lugar en el que no conozco a nadie? Si llego a conocer al vecindario, siempre me sentiré más en familia”, dice esta dominicana, que suele acudir a la biblioteca de Hernani, al gimnasio, y a clases de euskera. “Aquí me siento muy a gusto, como si estuviera en mi país”, admite.
Ponerse en la piel de los demás
A Tranche Bizilagunak le ha enseñado a ponerse en la piel de los demás. Durante tantas comidas, en ocasiones, ha escuchado las penalidades que atraviesan personas recién llegadas. Esa travesía por la Ley de Extranjería, con los tres años de empadronamiento necesarios, y el ansiado contrato de trabajo, acompañado de historias de soledad y desarraigo. “Más allá de la mochila emocional que pueda traer cada persona, como la que tenemos nosotras aquí, hay que tener en cuenta que vienen a un país que les pone muchas trabas”, opina la hernaniarra.
Pero la vida sigue, y siempre es grato saber de aquellos comensales que pasaron por el hogar de esta hernaniarra. Una de las mujeres de Mongolia, de aquella comida tan reveladora, está trabajando actualmente en un centro sanitario. Su familia se ha podido comprar por fin un piso en el que ya residen. “Se van normalizando sus vidas, y nos alegramos con ellas de esa mejora en sus condiciones de vida. No deja de ser un ejercicio de superación”, dice Tranche, que también se acuerda de aquel chico paquistaní que apenas hablaba castellano cuando comió en su casa.
Poco después, el joven se tuvo que marchar de Hernani por motivos de trabajo. A los cuatro años se vieron casualmente en Donostia. “Nos agradeció haberle abierto nuestras puertas. Insistía en invitarnos a tomar un café, algo que podía permitirse por su situación económica más holgada. Fue un encuentro entrañable. Una charla con una persona que, simplemente, estaba muy agradecida por haberle invitado a comer juntos para conocernos”.