El sector de la Biosalud en Euskadi genera ya más del 2% del PIB, con cien empresas que facturan más de 1.880 millones de euros. Asimismo, creó casi 1.000 nuevos empleos, hasta sumar una fuerza laboral de casi 10.000 profesionales. Es un sector en crecimiento que todavía tiene importantes retos por delante: los cuellos de botella en las certificaciones creados por un cambio en la regulación europea, conseguir financiación y, sobre todo, que tanto administración como consumidores apuesten por la compra de productos de empresas locales frente a la competencia de China. “Lo que nos hace falta para poder ser competitivos es que se tenga en cuenta los sobrecostes que generan este tipo de actividades”, señala Asier Albizu.
La industria de la salud está en crecimiento. ¿Qué retos afronta?
—Tenemos dos retos fundamentales. Uno es generar estructuras que nos den cobertura, porque no todas las empresas son capaces de tener un equipo multidisciplinar que cubra todo lo que necesita la industrial sanitaria. Al final tenemos muy buenos avances tecnológicos, tenemos muy buenos profesionales en el ámbito de las biociencias, pero el mundo de la salud requiere también otro tipo de cosas orientadas a la parte regulatoria, la parte de organismos notificados, validaciones, certificaciones. Ahí hay un mundo paralelo que es imprescindible para poder sacar adelante una industria de la salud. El segundo reto es poder tener más acceso al mercado, porque es un mercado complicado. Y luego retos históricos, fundamentalmente, la financiación. Las empresas de la salud tienen un problema y es que los tiempos de maduración del producto sanitario son mucho más largos que un producto industrial al uso y buscar financiación para el proceso es un reto histórico la industria de salud.
Tras un cambio en la regulación europea, se han producido cuellos de botella en la certificación de los productos sanitarios. De hecho, el test de antígenos de Biolan era uno de los productos afectados. ¿Cómo está la situación?
—Está peor que antes, porque el reglamento ha entrado en vigor. Es una situación desesperada, más del 90% del producto sanitario fabricado en Euskadi caduca en 2025 a no ser nos lo vuelvan a certificar los organismos notificados. Hay dos problemas: primero, han triplicado los costes de certificación y, en segundo lugar, los plazos porque no hay suficiente capacidad. Como la oferta es tan baja, suben los precios y además no dan un servicio suficiente, con lo cual tenemos un programa grave. Por eso estamos solicitando a Europa que dé soluciones, como hacer una prórroga de la entrada en vigor de los reglamentos, dar más capacidades a los centros de certificación... no sé, pero desde luego nosotros tenemos un problema grave.
¿Cómo afecta a las empresas vascas la competencia, por ejemplo, de los productos de China?
—En el tema certificado es para todos lo mismo. Pero durante la pandemia, lo que pasó fue que los chinos fueron los que tenían la secuencia del genoma, fueron los primeros en hacer los antígenos, los primeros en pedir la validación, certificación, entonces fueron los primeros en llegar. Y cuando fuimos los demás a pedir certificado había lista de espera. Se dice que hay en el mundo más de 2.000 empresas nuevas que hacen test de antígenos, es una barbaridad, es imposible que haya una capacidad de certificación tal. Nosotros llegamos a certificarnos en junio del 2022, cuando la pandemia estaba acabada, hemos estado año y medio casi con el test en el cajón porque no teníamos un papel. Eso hay que solucionarlo, es un tema que es muy importante.
¿Qué piden?
—Estamos pidiendo que haya soluciones, no estamos pidiendo que no se certifique, estamos pidiendo que pongan soluciones para que se pueda certificar, en unos costes adecuados, normales y lógicos, y sobre todo en plazo. Ahora mismo tenemos siete entidades acreditadas para certificarnos para todo el mundo. Los chinos quieren vender en Europa y, claro, una empresa china que factura cientos de millones de euros tiene más capacidad de pagar esos precios. Pero a nosotros nos piden que las empresas sean muy eficientes energéticamente, medioambientalmente, salarial o laboralmente, se nos piden que hagamos un esfuerzo, pero luego no se tiene en cuenta el esfuerzo que hacemos. Nosotros estamos muy alineados con las ODS, estamos muy alineados con la agenda 2030, pero luego el que vende a la administración pública es cualquiera. Lo que nos hace falta para poder ser competitivos es que se tenga en cuenta los sobrecostes que generan este tipo de actividades.
¿No se da prioridad a los productos digamos de Km 0 desde la administración?
—No solo la administración, tampoco los consumidores. Nosotros estamos vendiendo en farmacias nuestro producto de test de antígenos y la gente no pregunta de dónde es el test, que es normal, pero poco a poco tenemos que concienciarnos de que si queremos un planeta sostenible, también es importante comprar productos de Km 0.
¿Qué enseñanzas dejó la pandemia para el sector?
—Yo creo que la pandemia trajo una cosa buena y es que la industria de salud hemos acelerado muchos los procesos de inversión, de capacitación, tenemos equipos de I+D mucho más preparados, tenemos capacidades productivas mucho mejores. La parte mala es que la sociedad se ha olvidado, nos hemos olvidado ya de la pandemia, y vuelve a no importar de dónde son las mascarillas. La parte buena es que hemos fortalecido mucho el sector de la salud y la industria de la salud y la parte mala es que nos hemos olvidado de que es necesaria una industria de salud de kilómetro cero. Si no hay actividad, en la siguiente pandemia nos quedaremos otra ve sin respiradores, sin mascarillas, sin vacunas.
¿Qué hace falta para que eso no ocurra?
—Hace falta concienciación de la administración y de los consumidores, que tengamos esa conciencia de que ser competitivo frente a China es muy complicado. Los productos de km 0 tienen la ventaja de que son de aquí y que, cuando haya necesidad, vamos a tener aquí un productor de mascarillas. La desventaja principal es que es un poquito más caro, pero tampoco mucho, traerlo de China aquí también tiene su coste, además de la huella de carbono que genera. Estamos diciendo que hay que ser sostenibles, pues traer productos de China tiene su coste ambiental.
¿Les está afectando la incertidumbre económica?
—Por supuesto, en ventas, eso es seguro. Pero, fundamentalmente, como decía, en financiación. El dinero está más miedoso, cada vez vale más también, y eso para financiar proyectos de riesgo, como son los nuestros, pues es complicado. Y eso sí va a generar un problema en el medio plazo, pero bueno, sabemos lo que hay y sabemos lo que tenemos y tenemos que seguir.
En definitiva, ¿qué le piden a las administraciones?
—Bueno, la verdad es que la administración nos están apoyando desde el punto de vista de la parte industrial, vamos a decir, de promoción económica. Nos están están ayudando a hacer inversiones, a seguir siendo competitivos. Tenemos un ecosistema muy interesante para emprender, que en ese sentido yo creo que estamos bien. Lo que sí pedimos a la administración es que genere cauces para que la compra pública tenga también en cuenta el kilómetro cero, la huella de carbono, la sostenibilidad, el residuo que se genera cuando se fabrica, la energía que se consume cuando se fabrica. En Francia, cada vez más, hay un anexo en las licitaciones públicas donde te exigen una serie de condiciones para poder presentarte y entre ellas está la distancia entre el punto de fabricación y el punto de compra, para que la huella de carbono sea también lo más pequeña posible. Lo que pedimos es que seamos consecuentes.