Admito que a cada nueva iniciativa de desmantelamiento del modelo social en las democracias que se da, me pongo más intensito. Por eso pido perdón anticipadamente. Empiezo a percibir que, mientras todos atendemos a las barbaridades del club de anarcomillonarios que se oculta tras la fachada de Donald Trump, hay un ejército de quintacolumnistas que desmontan el estado social y de derecho cavando túneles bajo nuetros pies. Y esa doble estrategia que consiste en que a cada sandez le sigue un período de silencio y vemos que no ha explotado el mundo, acabamos amortizando la pérdida de derechos con la misma naturalidad con la que los adquirimos. Y el mismo mecanismo sangriento, por cierto.
La siguiente, que no la última, propuesta del presidente de Estados Unidos es desmantelar el Departamento de Educación. Fantástico. Devolved a los padres el derecho a elegir la educación de sus hijos, reza el eslogan libertario en el se sustancia el clasismo y la desigualdad de acceso a oportunidades por razón de renta. Ya sé que la meritocracia no es tampoco real, pero dadme al menos el placebo de pensar que hay un estándar de conocimiento, de accesibilidad equitativa al mundo de las posibilidades de progreso social.
Con todo, nuestro mayor error es pensar que el mensaje de la libertad a costa de la igualdad, que el desequilibrio como mecanismo de justicia no tiene más impacto que en el debate filosófico y estético. Ese pensamiento gobierna ya en varias democracias y aspira a desmontar las estructuras que se le oponen –ONU, UE, Tribunal de Derechos Humanos, tratados de comercio, ambientales y de desarme,...–. Contra la salud pública ya se abrazó en plena covid el derecho a tomar cañas. ¿Se muere la gente? Saca otra ronda.