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Cultura

“Si me hacen daño, sufro. No soy de las que se reponen fácilmente”

La exgimnasta rítmica ha encontrado en la literatura y en los escenarios sus nuevas compañeras de vida, las que le han ayudado junto a sus seres queridos a superar los retos que la vida le ha puesto por delante
Almudena Cid
Almudena Cid

“Pensaba que el dolor que provoca una ruptura amorosa era diferente al dolor de la fractura de un hueso, y que detenerme a deshacer un nudo en mi cinta de seis metros en plena ejecución de un ejercicio era muy distinto a sentir que la vida se había parado para mí, pero no para los demás”. Esa es una de las reflexiones que arroja la exgimnasta Almudena Cid (Vitoria, 1980) en su libro más intimista, Caminar sin punteras, en el que aprovechando sus conocimientos de gimnasia rítmica ayuda a quien lo necesite a aplicar esas mismas técnicas para superar rupturas, pérdidas y todos los momentos que la vida pone en el camino.

¿Recuerda su primer contacto con la gimnasia rítmica y qué fue lo que le atrapó de ella? 

Fue un poco con la inercia de mi madre, que cuando me peinaba para hacerme las coletas y demás me pedía que le sujetara el peine o el cepillo. Y lo que hacía yo era lanzarlo al aire mientras me peinaba. Intentaba cogerlo por el mango, que no se cayera. Y ya mi madre dijo: “A ver, me encanta el ballet. En la ikastola no hay, pero hay fútbol, baloncesto, ajedrez y rítmica, y la rítmica también es con aparatos”. Entonces, mi madre me apuntó, empecé como actividad extraescolar de una forma completamente lúdica. Jugábamos a Simón dice, y ahí Agurtzane Ibargutxi, que era la entrenadora que tenía yo en la ikastola, dijo “Uy, que esta niña tiene condiciones”. 

¿Ya entonces usted sabía que la gimnasia se convertiría en su compañera de viaje?

No. Además, yo siempre he sido muy vergonzosa, porque recuerdo que en clase de educación física nos poníamos a hacer el sándwich (que es plegar el cuerpo contra las piernas) y me ponía al final para que nadie viera que me salía tan bien. Porque yo veía a todos con mucha dificultad, y a mí me salía fácil y me sentía mal. Ese fue el comienzo de mi personalidad (risas). 

Desde entonces, también ha ido descubriendo otras pasiones, como la literatura, con algún libro para txikis. ¿Qué le llevó a querer escribir? 

Principalmente la necesidad de ordenar mi paso por el deporte. Fue una carrera deportiva dilatada, pero creo que no pude analizarla, y no pude entrar en el detalle de lo que a mí me pasaba dentro del deporte porque tenía la sensación de que me debilitaba. Porque soy una persona muy sensible. Si me hacen daño, sufro. No soy de las que se reponen fácilmente. Paso por esa transición de la tristeza. Entonces, en el deporte de élite me costaba mucho mostrar esa vulnerabilidad. De hecho, evitaba mostrarla. Y creo que cuando me retiré necesité ordenar qué es lo que no me había permitido transitar, y qué daño colateral tenía todo eso. Y luego, por otro lado, me pidieron la biografía de mi carrera, y quise escribir para niños y que tuvieran una lectura que hablara de lo que les pasa, porque yo no la tenía. 

Se ha convertido en el referente que usted misma buscaba de pequeña. Muchos niños y niñas han crecido con sus libros.

Fíjate, esto es curioso. Yo tenía un referente, que era Oksana Kóstina, que falleció en un accidente de coche, y perdí mi referente. Entonces dije, “No me voy a poner yo de referente, voy a poner a Olympia (la protagonista de estos libros)”. Olympia es Almu pero no es Almu, porque ella resuelve en un capítulo o en un libro algo que yo tardé cinco años. Entonces digo “Está muy bien que yo exista como un referente real, pero si quieren sacar y rascar, está muy bien que en esas edades tan adolescentes o de niños se fijen más en un animado que les puede lanzar esos mensajes y de alguna forma les ponga un poco de distancia conmigo”. 

Además, tenemos la imagen de los deportistas de élite como personas inquebrantables, que no se derrumban ante nada. ¿Comparte esa percepción?

Eso tiene una consecuencia, es lo que comparto ahora. Porque somos personas. Tenemos distintos tipos de personalidad, y evidentemente hay tipos de personalidad que funcionan muy bien en la élite, pero hay otros que intentan estar en la élite teniendo que pasar por encima de todo lo que sienten y padecen. Entonces, eso, tarde o temprano sale. Y de ahí tenemos tantos testimonios de grandes deportistas a través de documentales que ahora se ha puesto súper de moda. Afortunadamente, tienen un recorrido maravilloso, al menos para que la sociedad entienda que todo aquello que no transitas cuando corresponde te va a tocar abordarlo en algún momento de tu vida. Y a veces con bastantes finales trágicos. No me ha costado ahora escribir esta historia (Caminar sin punteras), porque creo que ayuda de alguna forma a normalizar ciertos traumas o transiciones complicadas de la vida que nos va a tocar vivir de una forma u otra.

Aquí ya Almu es la protagonista absoluta.

Sí (risas). Es inevitable.

En Caminar sin punteras nos presenta una mirada muy intimista. ¿Qué le ha llevado a querer en este momento de su vida desnudar su alma y contar esas adversidades superadas?

Pues me está pasando que ahora estoy recibiendo esta sensación de que me he desnudado. Porque cuando lo escribía lo escribía para mí.

¿Y no tenía esa percepción?

No. Entonces ahora es cuando digo: “Madre mía, me van a conocer un poco más”, y me entra un poco de vértigo, pero luego digo: “No, Almu, está muy bien. Esto es un ejercicio que hiciste tú y has considerado que debía ser compartido porque muchas mujeres y hombres te compartieron a través de las redes sociales sus vivencias y te ayudaron”. Entonces, cuando me coloco ahí entiendo que es coherente y necesario, me hace bien. No pienso tanto en la vulnerabilidad que muestro, que es lógica, ni en la valentía que algunos ven. No me quedo en eso, me quedo con que esto sea un libro de mesa que acompañe a alguien que en un momento dado sienta que la vida le está apretando, que crea que ese nudo va a apretar cada vez más y que en algún momento diga “Espérate, que igual lo que tengo que hacer es dejar de apretar e intentar deshacerlo”. Me doy cuenta cuando lo pienso así y me digo “Almu, lo has hecho bien” (risas). 

Usted es además muy activa en redes sociales, y muchas veces nos centramos en su lado negativo. Pero usted ha sabido ver sus virtudes, destacando cómo la gente se volcó con usted, le contó sus propias experiencias... ¿Cómo fue todo esto?

No descarto que dentro de cuatro semanas o dos años me pongan a parir por algo, porque tienes que tener cuidado. En ese sentido, con esto no he tenido un cuidado más allá de exponerme de la manera que considero que tengo que hacerlo. Pero es verdad que he experimentado un apoyo como unánime, que lo que ha recibido la gente ha sido como mucha empatía, mucha comprensión y mucha necesidad de decir “No estás sola. No te ha ocurrido solo a ti. Analiza tu vida desde esta otra perspectiva”. Entonces, sí que he encontrado el lado bueno. No creo que sea algo que vaya a ser siempre porque sabemos cómo son las redes sociales para quienes necesitan volcar su frustración ante la vida. Y luego también las diferentes formas de ver ciertas situaciones, que tenemos diferentes formas de enfocarlas. Entonces, entramos no en un diálogo, porque a veces las redes sociales no son un diálogo, sino una forma de colocar tu idea y no ponerte a reflexionar sobre por qué la otra persona propone algo totalmente distinto, que eso es muy enriquecedor. Es como que no tenemos esa paciencia en redes sociales.

No se encuentran puntos en común.

No, y creo que es como el primer punto para decir “Hay dos opiniones opuestas: vamos a ver qué de verdad encontramos en la otra, y qué de verdad encuentran en lo mío”. Y ahí es cuando, no quiere decir que vayas a cambiar tu forma de pensar, pero eres más tolerante y empático.

Donde sí ha encontrado puntos en común ha sido en las heridas físicas producidas por la gimnasia, por el deporte de élite, y las heridas emocionales que nos da la vida. Sin la gimnasia rítmica como referente, ¿habría enfocado estas vicisitudes de una forma distinta?

Me cuesta mucho pensarlo desde otro lugar. No sé cómo hubiera sido, pero sí se que mis cimientos creados dentro del deporte son los que me han sostenido, aunque creía que estaba en el agujero más profundo del universo. Pero sí que ha sido como una cama elástica, como un trampolín, todo lo que aprendí del deporte que va más allá de los valores que nos dan en la sociedad por los que creemos que los niños tienen que empezar en el mundo del deporte -el compañerismo, el compromiso...-. El significado real, tangible, en ti ocurre cuando transitas por una situación muy difícil de tu vida y de repente son mecanismos naturales. De hecho, cuando una gimnasta de repente se pone a trabajar en cualquier otro ámbito, muchas de las cosas que le destacan las personas es que “Es una persona muy responsable, comprometida...”. Porque claro, va implícito en la forma en la que esa persona se ha desarrollado en la vida. Pero de repente, ante una situación traumática, mi experiencia ha sido mi trampolín para no quedarme enredada esperando a que alguien me salvara, o que algo me sacara de ahí. Ahora bien, hubo unos meses en que yo no tuve reacción. Estaba inhibida, no sabía dónde estaba. Cumplía con el teatro y volvía a la cama, y eso hay que pasarlo, y hay un momento donde tienes que llorar. Y yo decía “¿Cuánto se llora? ¿Cuántos minutos hay que llorar por cuántos años de relación?”. Y es que hay que pasarlo. No hay un atajo. 

¿Ese es el mensaje que le da a quien en este momento esté pasando por una ruptura, una pérdida...?

Sí. Y moverse. Porque la inercia es quedarse estático y no hacer, y a mí lo que más me ayudó, que lo aprendí de la cinta, fue el movimiento constante. Aunque sea un impulso que haces por los demás, te ayuda a seguir. En la misma inercia de seguir, de repente aparecen momentos que no ibas a experimentar si no te llegas a mover. Y aunque no los aceptas porque tú estás mal, están ahí, y son estímulos que van entrando. Comer, dormir, respirar... Nada más. Preocúpate de eso. En esos momentos da igual todo lo demás. Y si te tienen que ayudar, déjate ayudar. Dormir es necesario, y respecto a comer es verdad que yo comía muy poco, y me acuerdo que me decían “¿Qué es lo que te apetece? Te gustan mucho las patatas fritas, ¿no? Pues patatas fritas”.

Como buena alavesa.

Sí (risas). Es que soy muy patatera. Entonces, la patata también fue mi rescate (risas).

¿Y hay algún lugar de nuestra geografía que le evoque paz, que le haya ayudado también?

Vitoria, Álava. De hecho, me he comprado un terreno. Cuando saltó mi vida por los aires, sentía que estaba en tierra de nadie, sentí tanto vacío y tanta falta de pertenencia que dije “Tengo que hacer algo para sentirme de algún lugar”. Pero ya era de un lugar, y lo que tenía que hacer era volver. Al haber dado ese paso, tengo la sensación de que ya pertenezco allí. Entonces, aunque trabaje en Madrid siempre diré “Tengo una tierra”. 

Además de la gimnasia y la literatura, actuar es otra de sus pasiones. Es parecida a la gimnasia en ciertos aspectos, en ambas se transmiten emociones.

No todo el mundo reflexiona así, y piensan que es algo inconexo. La gran diferencia es que yo antes mostraba mi trabajo en noventa segundos, y una mala respiración me tiraba al traste todo, pero en el teatro te puedes trabar, y de repente que la voz no te salga igual o que cambies una palabra, pero no pasa nada, porque la función dura hora y media y puedes reconducirla. Y la gente del teatro no se queda con ese error. 

¿Hay algún papel que sueñe con interpretar?

Me gustaría tener una función en la que se hablara de la vida después del deporte, de la retirada. 

Y el futuro, ¿qué le depara?

Ahora seguir construyendo físicamente algo. Ojalá siga subiéndome a las tablas de un escenario. Quiero aprovechar y disfrutar de los instantes de felicidad, porque la felicidad es eso. Y luego, hacer esta gira de firmas reencontrándome con mujeres y hombres que han transitado todo esto, y que juntos nos sintamos en compañía y podamos avanzar descalzos. 

2023-05-01T14:03:03+02:00
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