El Ródano nace en las frías cumbres de los Alpes suizos, recorre bellas ciudades y se divide en dos creando un extenso delta, para descansar finalmente en las aguas tibias del Mediterráneo. El curso del Ródano, el río más caudaloso de Francia, acaricia ciudades grandiosas como Lyon, Vienne o Aviñón, tiene un poso histórico importante, desde el paso de Aníbal y sus elefantes a las constantes visitas de los romanos. También inspiró a grandes artistas; a Dante para su Divina Comedia y los rincones y cafés de Arlés fueron pintados por Van Gogh.
Para disfrutar del recorrido por el Ródano, nada como hacer un crucero fluvial. La compañía CroisiEurope, líder europeo en este tipo de travesías, permite recorrer ríos como el Danubio, el Rin, el Sena, el Ródano, el Loira, el Volga, el Duero o el Guadalquivir. También otros en distintos continentes, como el río San Lorenzo y el lago Ontario en Canadá o el delta del Mekong en Vietnam y Camboya.
Lyon, punto de partida
El crucero por el Ródano parte de Lyon pero es recomendable llegar a la ciudad uno o dos días antes para conocerla. Muchos la llaman la Ciudad Luz, no se sabe bien si por referencia a los hermanos Lumière que inventaron el cinematógrafo y proyectaron su primera película aquí, por la luz especial que tienen sus casas o por la celebración del Festival de las Luces.
El crucero navega durante la primera noche y toda la mañana siguiente en dirección a Arlés, donde se llega después de la comida. En el camino, se encuentran pequeños pueblitos, antiguas abadías, restos de castillos, vides y sembrados, mientras el barco se cruza con algunos veleros, barcazas y medianos cargueros. Uno de los lujos de este crucero es, una vez más, el reencuentro con la calma, con la naturaleza, con las cosas sencillas. Es tiempo de olvidarse de las prisas habituales, de los ruidos de la ciudad. A lo lejos se vislumbran campos de lavanda, la imagen más genuina de Provenza, plantaciones de cereal, vides y olivos.
A las puertas de Arlés está Palavas-Les-Flots, capital de la Camargue, un mosaico de estanques y tierras empapadas de sal, una región que se caracteriza por sus manadas de caballos y por sus toros, negros y con los cuernos en forma de lira. De regreso a Arlés se recorre el Parque Natural de la Camargue, tierra de pantanos y salinas, maravillosa reserva natural donde abunda la fauna y la flora más pintorescas de Europa. Este es uno de los lugares favoritos de los flamencos, que abundan por centenares, ya que entre sus aguas se cría la artemia, una especie de camarón o gamba pequeña responsable del color rosa del plumaje de los flamencos.
Arlés, la ciudad que inspiró a Van Gogh
Su infinita belleza, su patrimonio y sus espacios naturales han propiciado que Arlés sea declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO. Es conocida por enamorar a Van Gogh y otros pintores, gracias a su mágica luz. Aquí vivió el holandés y en tan solo 15 meses de estancia, se desarrolló su periodo más productivo.
Gracias al trabajo de arqueólogos, hoy se puede visitar una gran colección de edificios del periodo romano, como su anfiteatro de finales del siglo I y que hoy en día sigue funcionando para casi 12.000 espectadores que asisten a espectáculos taurinos.
Tras una noche de navegación, se llega a Aviñón, conocida como la Ciudad de los Papas por haber existido siete obispos de Roma que querían vivir allí en lugar de rodeados del lujo que promete el Vaticano.
Naturaleza sorprendente
En el tramo final del crucero, ya próximos de nuevo a Lyon, se descubren en dos excursiones los mejores paisajes y el triunfo de la naturaleza en esta poco conocida zona de Francia. El recorrido entre Vallon-Pont-d'Arc y Saint-Martin-d'Ardèche es una sucesión de gargantas espectaculares. Las aguas del río Ardèche han necesitado más de cien millones de años para excavar este profundo cañón. El resultado es asombroso.
El arco natural del famoso Pont d'Arc, puerta de acceso a las gargantas, constituye el punto de partida ideal para descender el Ardèche en piragua como hacen cientos de aficionados cada día. El suave curso del agua y las espectaculares orillas permiten desde un recorrido de 8 kilómetros que se hace en varias horas al descenso casi completo de 32 kilómetros.