En Euskal Herria, la llegada del Año Nuevo es mucho más que un simple cambio de calendario. Es una oportunidad para reunirnos, celebrar nuestra cultura y afianzar los lazos que nos unen. Este año recorremos los rincones más emblemáticos de nuestros territorios para celebrar las campanadas de fin de año de una manera diferente: sumergiéndonos en la magia de cada lugar, en sus paisajes, en sus historias y, sobre todo, en sus gentes.
Una Ría de estrellas
Comenzamos nuestra ruta en el corazón de Bizkaia, en una villa en la que la tradición y la modernidad se dan de la mano. La imponente plaza del Teatro Arriaga es el lugar perfecto para los que buscan celebrar rodeados de luces y en un ambiente festivo. Las campanadas resuenan entre los edificios históricos y las aguas de la ría, creando una postal inolvidable que contemplamos mientras despedimos el año viejo y recibimos el nuevo con alegría, ilusión y un vaso de txakoli o sidra en la mano.
Para los que prefieren un entorno más tranquilo que la emblemática plaza del Teatro Arriaga, la Nochevieja bilbaina también brilla en nuestra próxima parada, por lo que paseamos por la Ría mientras las luces navideñas se reflejan en el agua, lo que convierte al momento en un recuerdo inolvidable. No obstante, el verdadero secreto de los bilbainos está en las alturas. Por eso, nos desplazamos a Artxanda. Subir al monte en funicular con el brillo de la ciudad a los pies es el plan perfecto para quienes buscan un ambiente tranquilo y unas vistas espectaculares. Desde su cima, las campanas parecen sonar más cerca de las estrellas, mientras Bilbao se despide del año con orgullo.
Si su preferencia son las vistas al mar tenemos opciones, y es que para los que amamos al extenso piélago, el puerto de Bermeo o la ermita de San Juan de Gaztelugatxe -aunque menos concurridos- también nos regalan un momento único en el que podemos escuchar las campanadas mientras las olas chocan contra las rocas. Un claro ejemplo del puro encanto vizcaino.
Entre naturaleza y brindis de cava
Nos desplazamos a Álava, donde el cambio de año se siente con un sabor especial, por lo que no es de extrañar que nuestro recorrido nos lleve primero a Gasteiz. Su plaza de la Virgen Blanca, iluminada con decoraciones navideñas, se convierte en un punto de encuentro para los alaveses, donde las carcajadas y las sonrisas confluyen con un brindis de cava local. Aquí se respira la tradición y el carillón marca el ritmo que todos seguimos con expectación, mientras los abrazos entre vecinos y visitantes nos recuerdan que Vitoria siempre nos acoge con los brazos abiertos.
Nuestros pasos nos llevan a una experiencia más íntima donde las campanadas pueden disfrutarse en lugares que combinan naturaleza e historia. El Parque de la Florida, con su Belén Monumental y sus caminos iluminados, nos invita a dar un paseo previo a la medianoche en un lugar especial en el que la calma de la naturaleza se combina con el ambiente festivo de la ciudad.
No obstante, y si lo que buscan es un panorama único, el monte Zaldiaran es el lugar ideal. Desde esta elevación cercana, las luces de Vitoria parecen un mar de galaxias y el ambiente sereno nos ofrece un momento íntimo para reflexionar sobre el año que se va y el que llega. Acompañados de nuestra familia o de nuestros amigos, brindamos con la ciudad a lo lejos y sonreímos inevitablemente hacia el oscuro cielo.
La más pura esencia donostiarra
Caminamos hacia Gipuzkoa, donde la llegada del año nuevo posee el aroma del mar y la tranquilidad de las montañas. Nos pasamos por Donostia, cuya plaza de la Constitución, con sus características numeraciones en los balcones, se convierte en el lugar clave para una celebración con la más pura esencia donostiarra. Sus soportales iluminados y su reloj -protagonista de la noche- dan la bienvenida a cientos de personas que comparten el momento entre risas y cánticos.
En la capital guipuzcoana, la plaza de la Constitución no es el único punto de encuentro para dar la bienvenida al año nuevo. Valga la redundancia, el Paseo Nuevo -acompañado por el mar Cantábrico- ofrece un escenario en el que las olas y el viento fresco aportan un toque único. Aquí, las campanadas tienen un sonido especial que se mimetiza con el rugir del océano y las luces de la ciudad reflejadas en el agua.
Aunque, para los que sean más de montaña y quieran una perspectiva diferente, nos movemos al monte Igeldo. Desde el mirador de este lugar perfecto contemplamos la bahía de La Concha mientras la ciudad celebra. Azotados por el viento, sentimos la aventura y contemplamos las vistas panorámicas, que convierten cada campanada en un momento que atesoraremos por siempre en nuestros corazones.
Noche de disfraces en Pamplona
Finalmente, llegamos a Navarra, donde las campanadas se viven con una mezcla de solemnidad y alegría. Su capital, Pamplona, se convierte en el epicentro de las celebraciones con la plaza del Castillo y la del Ayuntamiento como protagonistas, y es que suelen ser el punto de reunión para cientos de personas que animan las calles con sus disfraces.
Tras la cena y las doce uvas, Pamplona se transforma y acoge la que probablemente es la cita más divertida y juerguista del calendario navideño. Mientras en otras ciudades lo que se estila es vestirse de gala, en la capital navarra las cuadrillas preparan sus mejores disfraces, en general grotescos, para celebrar la llegada del nuevo año. Esta original propuesta tiene más de 50 años de historia y merece la pena vivirla al menos una vez.
Es una original forma de despedirse del año y disfrutar paseando por las calles de una ciudad repleta de encanto e historia. Rodeados de gente que celebra con alegría, es fácil dejarse contagiar por la energía que inunda el lugar. Entre brindis improvisados y deseos compartidos, Pamplona nos recuerda que el comienzo de un nuevo año es mucho mejor si lo disfrutamos con quienes más queremos.