Richard Carapaz se presentó en la Vuelta para conquistarla. En la primera semana, el deseo del ecuatoriano descabalgó abrumado por la realidad. A medida que el campeón olímpico encogió, se agigantó la figura de Remco Evenepoel, el gigante de la carrera. En la tierra quemada de Peñas Blancas, floreció su orgullo el ecuatoriano. Nunca se rinde Carapaz, aunque no es un actor principal de la Vuelta. A medida que el campeón olímpico encogió en el amanecer de la competición, se agigantó la figura de Evenepoel, el coloso de la carrera.
El líder tachó otra montaña a su destino, que divisa Madrid. No hay paisaje que se le resista al belga, otra vez dominador cuando se encontró en las distancias cortas con sus rivales en Peñas Blancas, donde se impuso el guerrero Carapaz, el mejor de la escapada.
Es el modo de brillar del ecuatoriano, de mudanza al Education First, que dimitió en los primeros días ante el realce, imparable, de Evenepoel, que congeló a sus adversarios en una montaña quemada, arrasada por el fuego. Roglic y Mas trataron de prenderle fuego, pero el líder es ignífugo. Permanecen en el retrovisor de Remco, inmóviles. Ambos buscaron desestabilizarse, pero no tienen la fuerza suficiente para tirarle de la peana.
Solo una caída que mordió el costado derecho a Evenepoel tumbó por un instante al belga. La respuesta a ese accidente generó alguna duda en su interior. La cauterizó de inmediato el líder, al que no se le intuyen fisuras a pesar de llegar con el muslo derecho en carne viva. Se levantó como un resorte el belga para dominar la escena.
La mayor preocupación del belga no son sus adversarios, es su físico. Su derrota, si ocurre, no parece que nazca de las piernas de Roglic, Mas, Ayuso y Carlos Rodríguez, a los que les basta con seguirle el rastro. Solo algún incidente podría apartarle del trono en Madrid.
INACCESIBLE EVENEPOEL
Además de la estupenda renta que maneja, la sensación que transmite Evenepoel es la de un ciclista inaccesible para el resto. Arrancados los miedos de los descensos, comprobada su mejoría en la montaña, constatada su superioridad en el crono y apuntalada su gran gestión de la carrera, Evenepoel maneja la Vuelta tirando de los hilos para que baile como una marioneta. En los tres últimos kilómetros de la ascensión a Peñas Blancas, pastoreó el grupo de elegidos. El líder de la manada de lobos acompañado por depredadores con dientes de leche. Ellos no le desgarrarán. A Remco le arañó la carretera.
MIKEL ITURRIA LO INTENTA
Se adentró la Vuelta en su esencia: un viaje al sur, una caricia al calor y un asalto a Peñas Blancas. El modelo de etapa unipuerto que fijó la carrera como un modelo a exportar. En días así se trata de acelerar, coger impulso y doblar la pértiga de la pasión para aterrizar en la cima. Ante una anatomía tan marcada, hubo una fuga ventruda, de una treintena de dorsales. En ella respiraba el rodillo de Jay Vine, la perseverancia de Marc Soler, la constancia de Kelderman o el espíritu guerrero de Carapaz, que no concede treguas. El primer ecuatoriano de la historia en vencer una etapa en la Vuelta. Si vis pacem, para bellum. “Si quieres la paz, prepara la guerra”. El ecuatoriano que abandona el Ineos nunca se deja. No se lo permite Carapaz, siempre combativo. En combustión.
En ese crisol de personalidades y culturas, el Euskaltel-Euskadi se personó con Mikel Iturria y Carlos Canal. Fue una huida despavorida. Una estampida. La gran evasión. Evenepoel, ajeno a la búsqueda de la gloria de los jornaleros, se lavó las manos hasta que tomó el joystick. Se disparó la renta entre los fugados, dispuestos a negociar la batalla por la victoria. Un triunfo para los descamisados y los desheredados. No es el caso de Remco.
SUSTO PARA EL LÍDER
Los descensos no asustan al líder después del episodio de Il Lombardia. Allí se estrelló Evenepoel en 2020. Se rehizo físicamente y dejó atrás los miedos después de recibir terapia psicológica. Seguro de sí mismo, el belga trató de tumbar la bici cerca de Marbella. En un suelo sin agarre, cristalino, por puro desgaste, Evenepoel se rozó el costado derecho de su armadura roja. Herido.
Se le rasgó el culote y la carne, lijada por el asfalto le marcó la piel. Un hilo de sangre en la rodilla le acompañó hasta la cima de Peñas Blancas. Un rasguño para recordarle que no está inmunizado a la mordedura del asfalto y que nadie está libre de los accidentes. Tampoco un líder forzudo como él.
La caída no alborotó al resto de favoritos, que amainaron la velocidad. Esperaron al belga. Respeto. Cuestión de honor. Evenepoel se reincorporó a la torre de control. Lejos volaban los fugados para el encuentro con Peñas Blancas, novedosa la ascensión, con crecederas hasta el Alto de los Reales. Se estiró el puerto cinco kilómetros.
Se hizo más alto y más duro. Crudo. Un baile de estatuas de sal. La deshidratación decorando los cuerpos. La pérdida salina. Carlos Canal e Iturria se descascarillaron en un puerto que recibía a los visitantes con puñetazos. Acható las narices. Rostros de dolor. Un rosario de sufrimiento.
ACELERACIÓN PARA PROBAR AL LÍDER
Rohan Dennis, el hombre que arrugó el Stelvio hace un par de años, un hércules, zarandeó la montaña por orden de Roglic. El esloveno quería calentar Peñas Blancas, agrietada la lengua de asfalto. Harper tomó la antorcha que dejó prendida su compañero. Más lumbre. Evenepoel, maillot abierto a dos aguas, pasó revista. Mirada incisiva. General con mando en plaza. El líder recorrió con la vista la configuración del grupo. Repasó la caras de sus rivales. Roglic, camuflado, Mas, enmascarado. Radiografía de un instante. Reconocimiento facial. Evenepoel no se inmutó.
Sus costaleros continuaron con la algarabía en un paisaje que olía aún a tierra quemada tras el incendio de Sierra Bermeja, donde se asienta Peñas Blancas, con terrazas cortantes negras que dan la espalda al mar. En las aristas, en las rampas con más filo, brotó el ecuatoriano. Atacó fiero Carapaz, que cortó con Kelderman, Soler, Polanc, Brenner y Vine. El día claro cegó a Vine, al que le gusta correr a oscuras, entre la niebla. Evenepoel, que surgió entre la niebla, luce al sol de la Vuelta, donde su brillo todo lo opaca. Solo las caídas inquietan a Evenepoel.