Aunque no es un libro escrito durante la pandemia, el escritor catalán reconoce que su texto puede estar influenciado no solo por el confinamiento, sino también por las vivencias personales transformadoras que han marcado su vida, ya que en medio del proceso de elaboración de Montevideo fue trasplantado de riñón, donado por su mujer, Paula, y que le ha devuelto “una cierta euforia de vida”, se sincera Vila-Matas.
PERSONAL
Nacimiento: Barcelona, 31 de marzo de 1948 (74 años).
Familia: Casado y sin hijos.
Formación: Estudió Derecho y Periodismo.
Trayectoria: Tiene una amplia obra publicada, tanto en narrativa como en cuento y ensayo, con obra traducida a treinta y siete idiomas.
Premios: Ha recibido, entre otros, el Premio FIL, el Formentor de las Letras, el Rómulo Gallegos, el Médicis Étranger, el Nacional de Cultura de Cataluña, el Ciutat de Barcelona, el Herralde de Novela, el Fundación Lara, el Leteo, el de la Real Academia Española, el del Círculo de Críticos de Chile, el Meilleur Livre a la convulsa Étranger, el Fernando Aguirre-Libralire, el Jean Carrière, el Ennio Flaiano, el Elsa Morante, el Mondello, el Bottari Lattes Grinzane y el Gregor von Rezzori.
Reconocimientos: Es Chevalier de la Legión de Honor francesa y ha sido condecorado con la Ordre des Arts et des Lettres.
¿Montevideo es una novela entre la realidad y la ficción?
Gira en torno a puertas misteriosas imposibles de franquear. Es una ficción verdadera, un tratado sobre la ambigüedad del mundo como rasgo característico de nuestro tiempo. Surgió al conocer que tanto Julio Cortázar como Adolfo Bioy Casares tenían un cuento que sucedía en el mismo hotel de Montevideo, al cual acudí. No pude entrar en la habitación de Cortázar en el viejo hotel Cervantes, donde escribió su cuento inspirador, pero en la novela sí; es un juego que trata de saber si verdad y ficción son ficción o casi lo mismo.
¿Es una obra del confinamiento?
En absoluto. En el confinamiento estuve haciendo un libro de conversaciones ya publicado. Cuando lo finalicé estábamos en diciembre de 2020, que es cuando empecé a trabajar en la novela de la que estamos hablando. Tuvo dos redacciones, la inicial y una corrección tras el trasplante de riñón al que me tuve que someter. En Montevideo no hay trasplantes ni nada de esa temática, pero para no emplear un eufemismo como en el 2006, he reconocido que he sido trasplantado, no como cuando tuve un problema renal, porque entonces me referí a este problema de salud como un colapso.
¿Por qué ha decidido ahora hacer público que ha sido trasplantado?
Porque hablando con mi mujer, que es la que me ha donado el riñón, decidí informar de que se trata de un trasplante de un órgano por un donante vivo, y también quería agradecer al Hospital Clinic de Barcelona, un centro pionero en este tipo de intervenciones, su actitud. Aunque sobre todo quiero colaborar en la campaña que ha iniciado el centro para poner el foco en estos trasplantes y para convencer a la gente de que esto no es algo tan raro; me gustaría contribuir a que sea más accesible a más gente. Que piensen que la donación de un órgano de donante vivo es mejor que el de alguien fallecido, que tampoco está mal. Mi mujer y yo decidimos que era mejor hablar sobre esto para concienciar a la sociedad de la importancia de este tipo de donaciones y trasplantes. En el Clinic llevan más de 30 años practicándolos con gran éxito.
¿Al salir del hospital retomó la novela?
Sí. La ventaja que tenía Montevideo era que ya estaba estructurada, definida, pero era como un cuadro al que le faltaban detalles en cada capítulo, en cada página. Y entonces es cuando comencé muy a fondo en la redacción, lo que podemos llamar corrección, y mejoré sustancialmente lo que había hecho. Pero la pandemia no tiene nada que ver con la elaboración del libro. Estábamos en casa también, pero en todo caso era por otro motivo. Además, la obra acaba en el 2015, termina con el atentado de París en la sala Bataclán. Ahí se cierra la novela, y eso me obligó a situar algunas cosas que había contado, a adivinar cosas que quería contar y que pasarían después del 2015.ç
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¿Y si la vida es lo que nos pasa en la literatura?
Esa es una frase que permite interpretaciones de todo tipo. Había otra en la Odisea en la que se hablaba de que los dioses crean historias para que los hombres tengan algo que contar. Y pienso que esa frase se puede aplicar a la de la pregunta.
El narrador pasa por varias ciudades: París, Cascais, Montevideo, Reikiavik, San Gallen y Bogotá, y tiene una sensación de conspiración. ¿La autoficción será el futuro?
La ficción expulsa a la autoficción, ya que considera que no existe, que es ficción. Yo estoy luchando para que se entienda que solo hay ficción. Es decir, que en la vida hay ficción; en El Quijote, en la Biblia, hay ficción, y esta autoficción es la etiqueta francesa del siglo pasado ya demodé, aunque no en España, donde se utiliza últimamente para denigrar a las novelas que aparecen, como si todas fueran iguales y de autoficción. Me molesta cualquier intento de aplastar algo solo porque se hable en primera persona. El yo también puede ser ficticio por completo. También me molesta el hecho de que digan que la autoficción es una redundancia. Incluso en las novelas más realistas en España de los años 50 que reflejaban las luchas obreras, las minas, ahí también había ficción, porque cuando tu ordenas el mundo en palabras modificas la naturaleza y el propio mundo. Por lo tanto, todo lo que escribes sobre lo que ocurre, aunque intentes hacerlo como ha ocurrido, siempre será otra cosa. De ahí que literatura y vida sean diferentes, aunque se junten en numerosas ocasiones.
A menudo el autor habla sobre lo que pasó, o pasará, y le hubiera gustado que pasara.
Sí, está todo en juego, y cuanto más abierta está una novela, mejor. Es evidente que al leer un libro uno puede pensar que está leyendo lo que al autor le hubiera gustado que pasase, y que por eso cuenta esa historia. Hay muchas obras, sobre todo de principiantes, a las que más acusan de autoficción, que utilizan el guión para contar lo que les hubiera gustado hacer en su vida. Pero eso ha pasado siempre. Los editores suelen decir que el 90% de las novelas que reciben cuentan lo que el escritor desea vivir.
En nuestras manos está nuestro destino. ¿Lo forjamos?
Nosotros preferimos ser los autores de nuestro propio destino. Mi padre era un gran jugador de póker y él me decía que no le gustaba la ruleta porque dependía solo del azar, mientras que en el póker él de alguna manera podía intervenir, aunque hubiera azar también. Tristana, de la obra de Buñuel, elige uno de los caminos que eran iguales, pero en uno de ellos encuentra el amor.
Todos queremos saber lo que hay detrás de las puertas, pero, ¿no nos arriesgamos a abrirlas?
En principio escuchamos a los vecinos de arriba, en las habitaciones de los hoteles oímos ruidos y nos imaginamos lo que puede pasar. En mi caso, en parte es por la puerta contigua que me tocó en Cascais al lado del actor Jean-Pierre Léaud, el actor de Los besos robados de Truffaut, un icono de mi generación, que ya es bastante mayor. Cuando me dijeron en el hotel que estaba al lado de mi habitación me impresionó mucho y elaboré un capítulo de Montevideo donde voy pensando mucho por la noche, pero cada vez se oyen más las carcajadas del vecino. También nosotros tenemos interés por saber lo que hay en la otra parte de nuestro mundo; nos encantaría abrir esa puerta. Hay una novela de un escritor predecesor de Kafka que describe un poco un reino muy surrealista y extraño. En todo caso, eso de atravesar el umbral para conocer lo que hay en el otro lado es casi un destino universal. A veces me he imaginado un verdadero monstruo, pero al intentar describirlo me he detenido, porque los monstruos del cine han vulgarizado mucho su imagen y no quería caer en la escena del terror máximo.
¿El trasplante le influyó al reescribir Montevideo?
He tenido la impresión de que sí, quizás porque me concentré más en casa y porque una experiencia extrema da una cierta profundidad de fondo. De alguna forma trabajé de una manera más vívida los textos, y eso me produjo gran alegría corrigiendo y reformando lo que había hecho antes.
¿La literatura le ha rescatado de algo?
Sinceramente, creo que sí. Me dio el sentido que buscaba en la vida y a medida que fui escribiendo y leyendo se ha vuelto absolutamente imprescindible para mí. También era un poco la escapatoria que tenía para huir de la familia, para no tomar el sol en la playa, así que me cobijaba debajo de un árbol y leía novelas. Era mi manera de escapar del mundo, de pertenecer a otro mundo, porque no se puede vivir sin pertenecer a algo.
Luego no concibe el mundo sin literatura...
No, y cuando eso pase será un desastre absoluto, porque la literatura contiene no solo narración, sino también pensamiento. Mis novelas son una mezcla de ensayo y ficción. Soy un ensayista que cae en el defecto de narrar, porque a mí me divierte más leer ensayo. Ya digo que soy un ensayista, aunque tal vez narro mejor que pienso. Creo que los jóvenes igual no saben que narrar es crear un mundo tuyo, personal, y eso es extraordinario. Si algún día se descubre con más amplitud el mundo literario entonces tendrá mayor difusión, aunque, por otra parte, ahora tiene el encanto de ser marginal, porque los políticos ya ni leen. En general, están fuera de lo que es la literatura porque piensan que es un como una actividad inútil.
¿El autor está en constante transformación del estilo?
Desde el 2002, y sin hacerlo deliberadamente, he empezado hablando de la desaparición del sujeto, que es un tema filosófico en el mundo actual, y luego acabé hablando de ensayo, ficción y narración. Creo que mi obra está escrita por un ensayista que narra, que es el autor. Y en cada novela hay un narrador distinto ligado con la escritura, que puede ser más tonto o más inteligente, que va cambiando historias de narradores que tienen avatares diferentes que están ligados por la voz única del ensayista. Yo pienso que mis lectores recuperan esa voz que reconocen.
¿Qué le gusta conseguir con sus libros?
Que se amplíe el número de lectores. No soy muy ambicioso en la vida personal pensando que te va a pasar algo bueno, porque luego no ocurre y te hundes. Por eso, siempre he sido precavido. Nunca creí que me publicarían la primera vez, y cuando lo hicieron me quedé impresionado. Me gustaría que hubiera más adictos a lo que escribo y que llegara a más gente. Reconozco que en la segunda redacción de este libro pensé mucho en el lector, que es lo más importante para mí cuando escribo.
Un escritor reconocido como usted que puede vivir de la literatura, ¿qué diría a los jóvenes que empiezan?
Para un joven es la posibilidad perfecta de entrar en una habitación verdadera, un mundo forjado por uno mismo como si estuviera en un lugar solitario, pero en compañía de los dioses. Es una visión optimista de cara a la gente que quiera escribir. Recibo mensajes de personas que desean publicar pensando que tengo contacto con las editoriales, cosa que no ocurre, y aunque los tuviera tampoco servirían, porque ellos publican lo que les gusta o lo que piensan que les rendirá dinero. En todo caso, sí es verdad que se choca bastante, aunque ahora se publica muchísimo, pero si un escritor joven es muy literario ya tiene un problema añadido. Así y todo hay que luchar. Yo pertenezco a una generación desahuciada que vivió con el franquismo hasta los 27 años y no podíamos hacer nada, pero salimos adelante y supongo que la idea de fuerza, de lucha, y de no quedarse atrás, fue lo que lo posibilitó. Tampoco las cosas son fáciles; hasta Cela, que no es un autor que leía habitualmente, decía que los principios de la carrera son brutales porque no te ayuda nadie. Sin embargo, hay que intentar sacar adelante los proyectos como sea posible o puedas hacerlo.
¿La cultura necesita más ayudas?
Los políticos cada vez dan menos importancia a la cultura, aunque si uno vive de las ayudas gubernamentales, como en México, donde todos estaban favorecidos, incluso con cargos de embajadores, parecía que apreciaban la cultura, pero lo que realmente favorecían eran sus cargos. Esto de las ayudas también es algo muy peligroso.