Es habitual que cuando una polémica salpica un largometraje el interés se centre en él, pero es igualmente cierto que el contenido de la obra rara vez supera el morbo de la propia polémica. El cineasta austríaco Ulrich Seidl comunicó este sábado que no defendería su película Sparta, una cinta sobre un hombre con preferencias pedófilas, en la Sección Oficial, aduciendo que su presencia podría ser contraproducente, y dejando al Festival en una situación incómoda, pero anómala. Hay que recordar que después de ganar la Concha de Oro con The disaster artist en 2017, James Franco y su equipo decidieron no viajar a Donostia en 2019 para promocionar Zeroville, que en un inicio competía en la sección principal del certamen -luego fue sacada fuera de concurso debido a su estreno previo en Rusia-, debido, en parte, a las denuncias por acoso sexual que recibió el director e intérprete.
Desde un inicio, el Zinemaldia y su director, José Luis Rebordinos, han defendido el derecho a competir del largometraje, pues en ella no hay nada que sea delictivo, a diferencia de Toronto que decidió retirarla de competición tras conocerse las informaciones publicadas por Der spiegel. Por su parte, el Festival de Hamburgo, que se celebrará entre el 29 de septiembre y el 10 de octubre, ha decidido mantener Sparta en su programación debido a su “gran calidad” como película, pero no reconocerá a Ulrich, tal y como había previsto, con el premio honorífico Douglas Sirk.
Ulrich ha manifestado en repetidas ocasiones en las últimas que todos los niños intérpretes, entre 8 y 16 años de edad, que participan en Sparta, rodada en Rumanía, así como sus padres, conocían el contenido del guion, que trataba el tema de la pedofilia. La película ha podido verse ya en el primer pase de prensa y acreditados que ha tenido lugar en el Victoria Eugenia este domingo, a primera hora, una sesión que ha culminado con un sonoro aplauso. Sparta es la película hermana de Rimini, que compitió este mismo año en la Berlinale. El realizador, que coescribe el guion con Veronika Franz, presenta a Ewald (Georg Friedrich), un hombre que intenta vivir una vida normal intentando rechazar sus pulsiones pedófilas.
Sparta retrata la más cruda pobreza rumana, filmada por Seidl por un tamiz de estética kitch: colores chillones y elementos brillantes. Tras una infructuosa relación con una mujer, Ewald huye a lo más profundo y degradado de este país europeo para intentar reabrir un colegio bajo el pretexto de convertirlo en un gimnasio, a medio camino entre el dojo de judo y el coliseo grecorromano, y así canalizar la violencia intrafamiliar que heredan los más jóvenes y trasladarla de la calle a un entorno controlado; por él, claro.
Las intenciones de Ewald no son altruistas. Busca paliar la soledad a la que se ha visto abocado por la represión de sus deseos. Busca la compañía constante de los niños, sus cuerpos desnudos o en ropa interior. Pero, al mismo tiempo, este gimnasio se vuelve un lugar de refugio para los niños -especialmente por uno, el que muestra menos inclinaciones hacia la violencia, y en el que el protagonista ve un reflejo de sí mismo- pues Ewald los protege de los abusos que cometen los padres de estos descastados. Es en este punto donde se genera la principal disonancia cognitiva que provoca Sparta, esa que, precisamente, le otorga valor, pues Ulrich consigue que el público simpatice -y, por lo tanto, se sienta incómodo- con el pedófilo -más cercano al enfermo mental que al violador- en un ejercicio que ya hemos podido ver antes en esta edición del Zinemaldia, concretamente, en Broker, en la que Kore-eda consigue que sintamos una gran cercanía hacia un traficante de bebés.