La subida de determinados precios empieza a ser asfixiante para dos de cada tres familias en el Estado y sin embargo asumimos los incrementos con mucho ruido y pocas nueces, como el perro ladrador que rara vez se tira a morder. Ponemos el grito en el cielo, nos lamentamos en voz alta, sí, pero terminamos acatando resignados como consumidores sumisos e impasibles.
A veces hasta hacemos el esfuerzo por tratar de entender y justificar el contexto de alguna de estas "pasadas de frenada". Según nos dicen los analistos los precios suben objetivamente por múltiples razones: el desabastecimiento de determinadas materias primas provocado por la guerra de Ucrania, el cambio de rutas comerciales por el conflicto entre Israel y Gaza, o causas mas cotidianas como la sequía, un pedrisco en plena floración de determinadas frutas, "la avaricia empresarial o la mera especulación fenicia", añadiría yo. Sea por éstas u otras causas todas estas incidencias terminan derivando en el encarecimiento del precio final. Subidas que nos comemos con patatas sin decir ni mu.
Euskadi siempre ha sido un territorio movilizado y reivindicativo, de proclama callejera y pintada creativa, de manifa o kalejira contra las injusticias. Aquí sacamos las pancartas y los silbatos en un santiamén por las causas mas nobles y hasta por alguna que otra sandez pero nadie ha salido a la calle a alzar la voz por la grosera e insostenible deriva de los precios. Quizá va siendo hora de hacerlo.