El pasaporte covid, por favor; siéntese, póngase la mascarilla, no puede consumir de pie... El cabreo es supino. Pasaporte covid, mascarillas, distancias, aforos, límites horarios, consumo en mesas...
Las últimas restricciones impuestas por el Gobierno Vasco a la hostelería disparan el malestar, sobre todo, porque camareros y clientes ven un tanto absurdo y sin sentido este control sólo en los bares cuando en la calle hay cabalgatas, encendidos de luces, conciertos y eventos en los que nadie mantiene la distancia, como en el bus o tranvía. Además, piensan que llegan tarde si de lo que se trata es de proteger la salud de los ciudadanos.
"Lo difícil va a ser volver a controlar a los chavales, meterlos en el redil, y otra vez cae toda la responsabilidad sobre nuestras espaldas", anticipa Maki, mientras coloca tres mesas en la terraza del Txistu. Aparenta más tranquilidad que su compañera Sara, que tras la barra del bar está que se sube por las paredes. "Que no quiero hablar... que no tengo nada qué decir... sólo que como venga la Policía, ya te digo que acabo en Nanclares". No puede remediar gritar su malestar, al igual que la mayor parte de los tasqueros de la Cuchi, que ya saben la que se les avecina otra vez: broncas, borracheras y movidas con la gente por el cierre del ocio nocturno. "Y, ¿cómo paras a la gente? Así no se puede vivir, y en Miranda todo abierto; es una tomadura de pelo", considera Sara.
Ni qué decir sobre las pérdidas económicas. "Cierran los cotillones, ¿para qué? para que la gente se vaya de botellón o a las lonjas o a Burgos... Y a estas alturas, cuando ya has celebrado Olentzero, conciertos, vas a hacer cabalgata de Reyes... Por qué no lo dicen desde el día 5; nooo, ahora que todo el mundo tiene ya reservadas comidas, cenas y cotillones", censura. "Qué quieres que te diga, no hay nadie a quien esto le parezca normal, ni dentro ni fuera de la barra; si de verdad se preocuparan por la salud pondrían más rastreadores y tratarían mejor a los sanitarios, que lo están dando todo por la gente esta pandemia y ¡mira cómo les tratan!", critica. "Sólo sé que en veinte años que llevo trabajando aquí, esta Nochebuena ha sido la de peor facturación, con diferencia", lamenta.
En el Deportivo Alavés, en cambio, han trabajado "muy bien" estas fiestas, confirma José Ignacio mientras sirve un café en la terraza de la Plaza Nueva. Hasta ahora. Ya se temía restricciones, por el run run de la última semana. "No lo entiendo, los bares tenemos que colocar las mesas a metro y medio, pero luego viejas en bus o tranvía y no hay distancia entre asientos. Y menos mal que el cierre es a la una de la madrugada porque si lo ponen a las nueve de la noche, apaga y vámonos", indica.
Y es que, ya se teme que los clientes se va a sentar en una mesa de la terraza y no se van a levantar en toda la tarde por miedo a no encontrar sitio libre en otra cafetería. "Nadie sabemos cuál es la solución para frenar el virus, pero los políticos sabían que llegaba Navidad y que, si hay fiestas, la gente sale y se concentra, como en el encendido de la bola de luces navideñas, ese fin de semana había en la Virgen Blanca tanta gente como en la Blanca", critica.
Enfrente, un joven Imanol reconoce que, a veces, "somos irresponsables y no respetamos las medidas anti covid", pero lamenta que la diana se ponga siempre en la hostelería. "Para un año que íbamos a abrir en Nochevieja después de cenar porque ETB retransmite las campanadas desde Vitoria...", mueve la cabeza de un lado a otro. "Para el negocio es malo porque no se consume en barra", dice. "Conozco a camareros de otros locales que ya han comprado todo el género para los cotillones, se han gastado un pastizal y a ver ahora cuándo mueven todo ese dineral", explica mientras sirve un pintxo en el mostrador del bar La Vecina.
En Kobatxa de Mateo Moraza todavía tienen reservas de comidas y cenas para fin de año y Reyes, pero también cancelaciones. "En cuando empiezan con restricciones, ya sea mascarillas, pasaporte covid, aforos, horarios o lo que sea, la gente viene menos, se nota", constata Andrés. "Nuestra idea era aprovechar a tope el fin de semana posterior a Nochevieja, pero ya ves", se resigna. Este establecimiento ya tuvo que posponer al verano su apertura por el covid y desde el inicio del negocio ha ido de restricción en restricción. Con todo, lo que realmente lleva mal Andrés es tener que controlar tanto a la clientela. Le resulta tedioso, incómodo y hasta le da un poco de vergüenza tener que pedir el certificado covid, con todos los datos personales... porque a él no le gustaría que le controlaran así. "Que yo no soy policía", dice. Y no sólo eso, "el tiempo que se pierde...".