Susurros, el ruido sordo y suave que producen de forma natural ciertas cosas como una corriente de agua o el viento, le rondaban a Kiko Lako Itoiz (Aoiz/Agoitz 1955) desde siempre, y son los Susurros del Irati los que refleja en papel, en su segundo libro que acaba de ver la luz. El Irati es el río de su vida, “el auténtico protagonista de sus páginas que pretenden ser un canto y reconocimiento a las gentes que han habitado y habitan sus orillas”.
Kiko Lako se siente muy enraizado en su Aoiz natal, y demuestra auténtica sensibilidad a cuanto en él acontece. “Siempre ha sido así”, sostiene. Ahora, una vez jubilado de su trabajo de comercial, tiene tiempo para contarlo. “Siempre me ha gustado escribir, pero también hay que saber de qué”. Tiempo y tema, considera “son dos ingredientes imprescindibles para crear. Y, afortunadamente, él los tiene.
En dos años ha editado (autoeditado) dos libros. El primero, Añoranzas de un Aoiz que fue, vio la luz en febrero de 2022, y al cabo de un año, ayer presentó el segundo, Susurros del Irati, en la casa de cultura agoizka. Ambos hablan de Aoiz, que es su pueblo y también un sentimiento. En el primero reunió relatos evocadores de su infancia y juventud, junto a perfiles de mujeres y hombres que le marcaron . La mayoría se habían publicado en El Tuto, la revista de Aoiz, y asegura, que no le costó demasiado reunir y editar.
A penas lo había hecho, ya tenía los contenidos del segundo en su mente, y comenzó a gestar el segundo, en el que ha invertido un año. Se lo ha dedicado a “la mujeres y hombres que han vivido y viven; han sufrido y sufren junto a las orillas de este río singular”. A lo largo de 139 páginas, el agoizko pone voz a acontecimientos vividos en sus riberas en los últimos cien años con un deseo expreso: “que lo disfrute la gente mayor, pero sobre todo, me encantaría que lo leyera la gente joven. Creo que hay prácticamente dos generaciones que creen que la presa de Itoiz ha estado ahí siempre. Desconocen los hechos y lo qué vivimos. Ocurre lo mismo con la Guerra Civil. Nunca se habló con profundidad de lo que pasó en nuestra comarca: Loiti, Monreal...”, rememora. Añade que él tuvo la suerte de escuchar los testimonios de primera mano de su padre, Luis Alberto Lako, “Fue de las pocas personas que contó y nos habló con claridad de la guerra”,
Estructura
El libro se abre con el poema Al Irati, escrito en la década de los 80, cuando comenzaba hablarse del pantano de Itoiz. Lako ya plasmaba entonces las emociones que le suscitaba el río. A este le siguen cuatro relatos con una poesía al final de cada uno de ellos. El primero, Del olvido a la amenaza, reaviva la inquietud de aquellos primeros días en los que se palpaba la atrocidad que se avecinaba. Lo hace a través de un cuento, mezcla de realidad y ficción, también en el uso de los nombres. “La combinación me da más juego y mayor libertad”, aclara.
Cierra este el poema (lo llama narración poética) Irrintzi de Esperanza, un clamor a la libertad de las aguas del Irati y a la vida en el valle. En el fragor de la lucha y la Carta a un amigo preso componen el segundo; ambiente de asambleas y la lucha de un territorio que pagó, en algunos casos, con la cárcel y en todos, con largos años de fragmentación social. Muerte de un Valle y la poesía Ama Lurra refieren al entramado político, las declaraciones y la rabia y el sufrimiento por la construcción final.
De Un mal sueño, Lako da un salto hacia atrás en el tiempo para homenajear con nombres y apellidos a las víctimas de los pueblos bañados por el Irati y a todas del 36, con 1936, el año del terror.
De la guerra, al Aoiz obrero, industrial del Aserradero y de sus gentes. “Se ha hablado mucho de la empresa del Irati, pero poco de sus gentes”. En este vacío se detiene el autor. La desparecida Casa Arrondo, en la plaza Mendiburua, cierre de Gamesa, la emblemática calle Arriba, Zuza , ejemplo de abandono y saqueo, y rincones estivales son junto a Las andanzas de una monja en el Madrid sitiado, Carta Argentina, Un paseo para recorrer el Irati (un cuento del abuelo a sus nietos ) parte de este entretenido y entrañable libro.
Sigue Lako el curso del río, para contar su conexión personal con Aezkoa, con parada obligatoria en Orbaizeta y su doloroso recuerdo para Mikel Zabalza. Y de donde nace el Irati, los recuerdos le llevan a su última estación antes de llegar a juntarse con el Aragón, a Irunberri. Aquí se desnuda y fluyen experiencias y añoranzas del tiempo del despertar, de las protesta, de la alegría de la juventud y de sentirse querido, como en casa, con el calor de la amistad que hoy perdura.
Con un lenguaje sencillo y fotografías históricas aportadas por el Museo de Navarra o de colecciones particulares, cuya colaboración agradece ,y la maquetación de Ramón Herrera, Kiko Lako entrega su segundo libro con motivación total . “Me ha producido una emoción terrible y gran satisfacción”, declara.
Vive a diario la realidad cotidiana y rural de un Aoiz cambiante que se multiplica. Atrás quedan 9 años de concejal (Herri Batasuna, 1983-1992) que avalan su compromiso con el municipio que decidió no abandonar. “Fue nuestra manera de sentir el pueblo cuando vimos que se apagaba”, afirma en relación a la pérdida de su tejido industrial. Por todo esto, escribe. Es su “pequeño legado”.