Es la máquina temida y deseada a partes iguales, pero también una superbike amable, fácil y utilizable en el día a día, lo cual no deja de ser una sorpresa hasta desconcertante. Todo depende de tu mano derecha.
Es 1 de julio de 2021, mi primer día de vacaciones de verano, acabo de hablar con el mecánico para coger hora para la revisión de mi moto trail de media cilindrada y menos de 70 CV y me adentro en la tienda de Motosport en Pamplona, concesionario oficial de Suzuki y Kymco, para saludar y hablar de las novedades de la temporada. Alberto, uno de los hermanos que regenta el establecimiento, da cuenta de todo lo nuevo y, como quien no quiere la cosa, me suelta un: "Tengo una Hayabusa de pruebas, por si te apetece dar una vuelta".
Me enseña la moto. Es sencillamente preciosa, espectacular. ¿Qué hago? La duda es enorme. La Hayabusa, la máquina de nuestros sueños desde hace décadas, la moto que lleva el nombre del halcón peregrino japonés, el depredador más rápido y ágil, una joya mecánica de 190 CV y 300 km/h de velocidad máxima, me espera. Me quedo sin palabras. A un lado de mi cabeza, en la oreja derecha, el ángel bueno me aconseja que decline la invitación, que "es demasiada moto para un tipo acostumbrado a potencias mucho menores". En el otro lado, junto a la oreja izquierda, el ángel travieso, vestido de rojo y tridente en mano, interrumpe a su adversario, que sigue argumentando en contra de la prueba, e insiste: "No seas gallina, una oportunidad como ésta sólo se presenta una vez en la vida, luego te arrepentirás el resto de tu existencia de no haber conducido la máquina de tus sueños, la de los sueños de todo el que ama las motos de verdad". Mientras los dos ángeles se enzarzan en la pelea, Alberto zanja el debate con un razonable: "No tienes que ir todo el rato deprisa". Y tiene razón. Al final acepto.
Suzuki, aprovechando la entrada en vigor de la última normativa de emisiones, ha renovado por completo su mítica Hayabusa con cambios a todos los niveles, en motor y chasis y especialmente dotándola de todas las asistencias electrónicas imaginables, lo que la coloca en un nivel de seguridad y de posibilidades de reglaje propio de una superbike. El listado de nuevos mecanismos es interminable y exigirá a sus afortunados compradores un largo tiempo de ajuste para dejarla a su gusto, pero el resultado merecerá la pena.
Además de una máquina imponente por su diseño estilizado, da la sensación en parado de ser muy larga, aunque luego cuando te montas todo encaja a la perfección y desaparece esa primera impresión. Sus formas pulidas y exquisitamente terminadas, más todavía en la versión negra combinada con superficies en color cobre y cromadas, muestra desde el principio una línea tan aerodinámica como elegante y señorial. No es para nada una moto macarra o antisocial –hasta el sonido que emana de sus enormes escapes al ralentí es poderoso, pero no molesto-, sino una preciosa y exuberante deportiva de prestaciones extratosféricas. Para mi más de 1,80 metros y más de 100 kilos de peso, la Hayabusa se antoja angosta, con sus bajos semimanillares y unas estriberas que literalmente me adhieren a la carrocería. Las tallas bajas y medias se sienten mucho mejor integradas, aunque debo decir que tras un par de horas me encontraba cómodo y en perfecta sintonía.
Por ciudad, y disfrutando de su cambio de marchas sin embrague, la Hayabusa me da la primera sorpresa: no es nada comprometida en su manejo, ni siquiera en pleno atasco. Ruedo en marchas cortas y llego a meter cuarta a 50 km/h y con el cuatro cilindros en línea ronroneando a 2.000 rpm. Golpe de gas y sale como una flecha. Repito la jugada, pero ahora en quinta y a menos de dos mil giros: más de lo mismo, este motor es impresionante, empuja prácticamente desde ralentí. Antes de abandonar Pamplona detecto las primeras miradas de deseo sobre la Hayabusa. Parado en el semáforo, sabes que al otro lado del cristal siempre habrá alguien mirando, abducido por lady halcón, mientras se le cae la baba. Es como se caminaras de la mano de Charlize Theron: siempre hay alguien observando y deseando ponerse en tu lugar.
Fuera de la urbe y con algo de espacio abierto, sus 1.340 centímetros cúbicos comienzan a deparar las primeras sensaciones. Es capaz de rodar en la marcha más alta (sexta) a sólo 3.000 vueltas y a 90 km/h, respetando los límites y dejándonos comportarnos como ciudadanos ejemplares. Ya en carretera abierta, con asfalto de buen agarre, sin tráfico, arcenes limpios de cualquier vehículo aparcado y sin helicópteros en el cielo, comienzo a estirar marchas. El medio régimen es sencillamente perfecto, poderoso, rotundo y amable. De 3.000 a 7.000 rpm todo va como la seda, hay potencia y empuje de sobra, pero sin el más mínimo estrés. Luego, cuando pasas de 8.000 vueltas, la cosa cambia. En segunda la llevo hasta cerca de 10.000 giros (zona roja a 11.000), meto tercera, paso de 9.000 rpm y la aguja del velocímetro acaricia los 190 km/h, estiro un poco más y corto de nuevo; la siguiente curva se acerca como en las películas de ciencia ficción cuando tienes la sensación de que te vas a estrellar contra el resto del universo. Recupero el aliento, trazo la curva con facilidad y repito una y otra vez la operación. Alucinante, pura adrenalina.
La manejabilidad y estabilidad tanto en recta como en trazados revirados me sorprenden muy favorablemente para una moto que anuncia 264 kilos en vacío. Sinceramente, tengo la sensación de que pesa muchos menos. Después de unos agotadores kilómetros por la tensión que genera la posible presencia de otros usuarios que se desplacen a velocidades razonables, me adentro en un tramo muy retorcido, de baja velocidad y con asfalto en mal estado. Y la Hayabusa lo vuele a hacer, sigue sorprendiéndome al funcionar sin el más mínimo reparo. Impresionante.
Tras devolver la Hayabusa, reflexiono para mis adentros. Los 21.995 euros que cuesta –ahora 19.595 euros más matriculación por su lanzamiento- me parecen pocos. Me encanta esta moto, es una joya de la ingeniería y un producto fruto de la pasión sin límites por las dos ruedas, la potencia y la tecnología, al tiempo que un prodigio de versatilidad, que le permite adaptarse a todo tipo de escenarios y utilizaciones, una moto que ni en tus mejores sueños podrías imaginar que fuera a ser tan fácil, progresiva y controlable. Por sus 190 CV, 300 km/h de punta y 264 kilos en vacío, sólo la recomendaría para conductores maduros y muy experimentados, con la cabeza perfectamente amueblada. Con su motor emocionante, su chasis y electrónica de referencia y una facilidad de uso y maniobrabilidad realmente asombrosas –estas dos son en mi opinión sus grandes, y hasta desconcertantes por lo inesperadas, virtudes-, la Hayabusa invita a dar gas y dejarte llevar por el placer sin límites. Y es entonces cuando corres el riesgo de acabar quemándote, por dentro y por fuera. Puede que hasta tu alma acabe siendo pasto de las llamas si pierdes el control.
Fue el 1 de julio, inicio de vacaciones, mi primera vez con la Hayabusa: el día de la bestia.
La incorporación de la electrónica más avanzada hace de la Hayabusa una moto perfectamente utilizable en todos los escenarios posibles