EL incendio provocado en las relaciones entre ambos países a raíz de la visita de Nancy Pelosi a la isla ha aumentado la tensión enormemente en el estrecho de Formosa. La atención del mundo se ha desplazado de Ucrania por unos días para recaer en Taiwán, una isla cuya historia reciente refleja las antiguas tensiones de la Guerra Fría, pero también puede ser crucial en el futuro de las relaciones entre las dos mayores potencias del mundo, China y los Estados Unidos.
A primera vista, una isla como Taiwán, de extensión parecida a la isla de Cuba y poblada por 21 millones de habitantes, no parece esconder las claves que la hacen tan importante tanto para China como para EEUU. Pero Taiwán es el producto de la convulsa historia de China durante el siglo XX y del posterior statu quo de la Guerra Fría. Una historia sin la que es imposible conocer las claves del actual conflicto y menos vislumbrar el alcance que pueda tener en el futuro.
El 12 de febrero de 1912, el emperador chino abdicó tras el derrumbe de su gobierno monárquico. Nacía la China moderna liderada por un gobierno republicano en el que los nacionalistas del Kuomintang y los comunistas eran los principales actores. Poco a poco las suspicacias surgieron entre ambos movimientos iniciándose una brutal guerra civil en 1927 que no terminaría hasta 1949 con la victoria de los comunistas de Mao Zedong.
Mao, a través de varias victorias militares, había logrado arrinconar en el sur al Kuomintang de Chiang Kai-Shek y el 1 de octubre de 1949 proclamó la República Popular de China. Chiang Kai-Shek, derrotado y humillado, no tuvo más remedio que huir junto a dos millones de soldados y partidarios de su causa a la isla de Taiwán. Allí estableció su base proclamando la República de China, según el líder nacionalista la verdadera heredera de la legítima autoridad china que los comunistas habían socavado. Se separaba la isla del continente dando inicio al conflicto actual.
Sucesivas crisis
Desde un principio Mao asumió que Taiwán y su gobierno eran un peligro para su régimen y que la isla debía caer bajo su mando. En 1954 se dio el primer intento de tomar la isla por parte de Mao, en la denominada primera crisis del estrecho. El ejército fue enviado por el gobierno de Pekín para apoderarse de las pequeñas islas que rodean Taiwán. Estados Unidos, temerosa ya de la expansión del comunismo en Asia tras lo visto en la Guerra de Corea, decidió intervenir mediante un tratado de defensa con Taiwán. La intervención americana pareció enfriar la situación, que volvería a calentarse en 1958 con un nuevo intento de Pekín de invasión de las islas cercanas a Taiwán. La amenaza de utilización de armas nucleares por parte de los americanos hizo que Mao se retirase.
En 1995 se dio la tercera crisis. Para entonces Taiwán comenzaba su senda hacia la democratización y comenzaba a dejar ver su potencial económico. La chispa del conflicto fue la visita del entonces presidente de la isla, Lee Teng Hui, a la universidad de Cornell para dar un discurso sobre la experiencia democratizadora de Taiwán. Para Pekín aquel gesto era una ofensa. Todavía estaban recientes las heridas de Tiananmen y Pekín no iba a tolerar experiencias democratizadoras en lo que se suponía su territorio. China respondió con maniobras y lanzamientos de misiles. EEUU respondió con la mayor movilización de su armada en el Pacífico desde la Segunda Guerra Mundial.
El conflicto de 1995 no atemorizó a los taiwaneses, al contrario reforzó su apuesta por la democratización abriendo una senda a la libre participación política que, junto a su desarrollo económico y tecnológico, ha llevado a que el país sea hoy en día la 21ª potencia económica mundial. La Taiwán actual es un estado democrático, con un ejército de más de 300.000 soldados y una posición clave en la economía mundial.
A pesar de los intentos de Pekín de llegar a un acuerdo para que vuelva a formar parte de la República Popular de China, las conversaciones entre las dos Chinas no han llegado a buen puerto. La oferta de autonomía de China, con su lema “un país, dos sistemas”, no ha calado entre los taiwaneses, sobre todo tras las protestas de los hongkoneses por los recortes a su sistema democrático por parte de las autoridades de Pekín. Las últimas elecciones reflejan la clara opción de la ciudadanía por la independencia respecto a la China continental. Para muchos taiwaneses su isla ya es un estado soberano completamente al margen de la República China.
La última pieza del puzle
Pero no hay que olvidar que una declaración de independencia por parte de Taiwán implicaría una respuesta militar automática por parte de Pekín. El discurso beligerante de Xi Jinping respecto a la isla ha ido aumentando los últimos años, dejando claro que no permitirá una Taiwán que se declare oficialmente independiente. Para Xi, que basa su liderazgo en una China fuerte que trata de poner en duda el liderazgo norteamericano, la incorporación de la isla significaría la recuperación total del territorio que históricamente se ha encontrado bajo el influjo de la injerencia extranjera. Las colonias de Macao y Hong Kong ya han vuelto a estar bajo las órdenes de Pekín. Taiwán sería la última pieza del puzle por completar.
Pero también existe otra clave importante que hace de Taiwán tan deseada para China. La isla produce más de la mitad de los semiconductores que se utilizan en el mundo. Lo que implica que la mayoría de ordenadores y sistemas de red del planeta necesitan los componentes fabricados en Taiwán para desempeñar sus funciones. Todo ello no hace más que aumentar el deseo de Pekín y Washington con respecto a la isla. Pero, por otra parte, como apuntaba Craig Addison, crea un “escudo de silicio” que hace que un hipotético conflicto en la isla pudiese tener unas consecuencias catastróficas para la economía mundial. Por tanto, la baza tecnológica tiene su peso y puede ser un elemento clave en el futuro de la isla.
Por ello si la postura china es clara en el tema, la norteamericana no lo es menos. La visita de la presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Nancy Pelosi, no parece haber sido pura casualidad. Aunque se ha presentado el viaje como resultado de una cruzada personal de Pelosi contra la autocracia comunista de Pekín, trayendo a la memoria su viaje a Tiananmén en 1991, parece que la visita responde en mayor medida a la necesidad de los Estados Unidos de fortalecer su alianza militar en el Indo-Pacífico.
Estados Unidos lleva reforzando su presencia en la zona desde el término de II Guerra Mundial, pero es claro que en los últimos años esa apuesta se ha intensificado. Nadie duda de que el eje económico-político del futuro orden mundial tendrá en área del Pacífico su epicentro. Además, el principal rival en la hegemonía mundial de los Estados Unidos, China, se encuentra allí. Por ello, Estados Unidos necesita reforzar su alianza con los aliados de la zona, desde Australia hasta Japón pasando por Corea del Sur y Filipinas. Sin olvidar a Taiwán, que es parte principal en el cinturón de países aliados que rodean a China.
Mientras que sobre el terreno la postura norteamericana parece clara en el tema respecto a sus intereses en la zona, su postura oficial de cara a las instituciones es más ambigua. Estados Unidos, tras el acercamiento de Nixon a la China de Mao en 1972, aprobó la aseveración china de que la isla de Taiwán forma parte de su territorio. Sin embargo, lo que no acepta ni permitirá jamás el Gobierno norteamericano es que la reunificación entre las dos Chinas se realice mediante una invasión militar. Para EEUU solo sería aceptable una reunificación que llegara tras una negociación entre las partes. Cosa que parece más que improbable, viendo la evolución de la población taiwanesa hacia posturas cada vez más independentistas respecto a China y, sobre todo, a una tensión que cada vez parece elevarse más, lo que lleva a difuminar cualquier posibilidad de que Pekín logre convencer a los taiwaneses a unir su destino con los chinos continentales.
Lo más probable es que la actual crisis se resuelva sin mayores problemas tal y como concluyeron las pasadas, pero algunos indicios hacen ver que la tensión que se vive en estas semanas puede tener efectos a largo plazo. Entre estos indicios se hallan, por un lado, la intensidad y agresividad de las maniobras militares chinas, que no ha dejado de sorprender a la comunidad internacional. Sobre ello cabe decir que Xi Jinping estaba obligado a mostrar fuerza ante sus bases, más teniendo en cuenta que en noviembre se celebrará uno de los congresos del Partido Comunista chino más importantes de la época reciente. En este plenario Xi deberá renovar su liderazgo por tercera vez, algo desconocido desde la época de Mao, y para ello Xi necesita llegar a noviembre con fuerza para, de este modo, acallar las voces críticas de dentro de su partido que abogan por el diálogo con Occidente.
Por otro lado, EEUU debe reforzar sus alianzas en Asia, en un momento en el que la crisis de Ucrania parece haber abierto en el mundo una nueva Guerra Fría en el que los distintos países están obligados a unirse en bloques. Con Rusia en guerra, Estados Unidos parece tratar de fortalecer el flanco del Indo-Pacífico en espera de nuevas tensiones. Como ha demostrado la guerra en Ucrania, la posibilidad de que una potencia mundial entre en guerra es posible en el escenario actual. Por tanto, nada es descartable en el estrecho de Formosa.
Todo indica que Taiwán tiene todas las papeletas para convertirse en un nuevo foco de tensión internacional los próximos meses, en un momento en el que el orden geopolítico mundial se encuentra bastante tensionado ya por la guerra de Ucrania. En un panorama como el actual, una chispa podría hacer saltar un nuevo conflicto a nivel mundial.