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Tamara Clavería (Bilbao, 40 años) está volcada en la lucha contra los estereotipos y los prejuicios raciales que sigue padeciendo el pueblo gitano. En esta entrevista relata las situaciones, anécdotas y comentarios que ella ha vivido desde pequeña. Clavería es la vicepresidenta y responsable de la Asociación de mujeres gitanas de Euskadi (Amuge), que se creó en 2003 con la misión de “defender y promover los derechos y el desarrollo integral de la comunidad gitana” y, en particular, la de las mujeres gitanas.
¿Cómo era ser una niña gitana en el Bilbao de los años 80 y 90? ¿Cuáles son sus recuerdos?
-He pasado por diferentes etapas. Nací en el barrio Otxarkoaga, que está segregado y guetizado, y donde hay una gran comunidad gitana. Allí pasé mi infancia y estuve bien. Me sentía cómoda. Luego mi familia y yo nos mudamos un poco más abajo, a Txurdinaga, un barrio predominantemente blanco, y las cosas se complicaron. Fue entonces cuando entendí lo que es ser gitana. Cuando intentamos matricularnos en la escuela, por ejemplo, tardaron un mes y medio en que nos admitieran.
¿Cuál qué cree que fue la razón de este retraso?
-El racismo estructural que padecemos los gitanos. No me quisieron admitir en segundo de primaria por ser una niña gitana. Después me encontré con algunos profesores que me apoyaban y otros que no, pero la realidad es que el antigitanismo permea la estructura del sistema educativo e impacta contra nuestro legítimo derecho a una educación de calidad.
¿Sentía que no encajaba o que no era una niña integrada en ese ambiente?
-La palabra integrar no es correcta en este caso. Cuando yo llego a la ikastola con 7 u 8 años no tengo que integrarme, porque yo ya era una más en la calle. Tenía una vida, era parte de mi entorno, de mi comunidad. Lo que sentí allí por primera vez fue rechazo, violencia y racismo, y no precisamente por mi parte.
¿Puede poner algún ejemplo?
-Me suele dar un poco de reparo contar esto, pero cuando mis compañeras de clase me invitaban a sus cumpleaños, sus familiares no querían que yo o alguien de mi familia asistiera. El racismo no es inherente a las criaturas, sino que es algo que los adultos inculcan. Y yo he sufrido mucho racismo, como otras muchas mujeres gitanas.
¿Ve similitudes con lo que les ocurre ahora a los migrantes, especialmente la población de origen magrebí?
-Veo similitudes porque el racismo sigue vigente en la actualidad, más con el auge de los discursos de odio por parte de la extrema derecha. Pero estás hablando como si perteneciera al pasado: los episodios de racismo contra el pueblo gitano siguen ocurriendo con la misma fuerza hoy en día. Están vigentes. No ha cambiado nada. Cuando los gitanos vamos de tiendas recibimos ciertas miradas reprobatorias y nos miran el bolso solo por ser gitanos. Yo ya no voy de tiendas porque tengo al guardia de seguridad que no me quita el ojo de encima. También me ha pasado que he llamado por teléfono para alquilar un piso y que, cuando me han visto en persona, me han puesto mil excusas para no alquilármelo. Es un problema estructural que no se romperá hasta que no terminemos con el sistema racista, machista y capitalista actual. Llevamos padeciendo este desprecio casi 600 años, desde los Reyes Católicos.
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¿Cómo percibe la situación de las personas gitanas en el actual contexto social y político?
-Los fenómenos de extrema derecha y sus narrativas están más presentes que nunca en la calle. El pueblo gitano sigue avanzando y formándose, pero los discursos de odio que antes estaban mal vistos se han normalizado desde la política y se han trasladado a una parte de la sociedad. No hay más que ver el último estudio de Ikuspegi [el Observatorio Vasco de Inmigración] al respecto: las personas gitanas seguimos siendo el grupo social más discriminado por la sociedad vasca.
¿Ha habido algunas mejoras con respecto a tiempos pasados?
-Las condiciones materiales de las familias gitanas han mejorado desde los años 60 y 70, cuando muchas vivían en la pobreza extrema y el chabolismo, pero, por desgracia, los índices de pobreza continúan siendo alarmantes. Aunque no haya leyes explícitamente antigitanas, las instituciones están permeadas por este antigitanismo del que hablamos. Lo que necesitamos no son mejoras parciales, sino un cambio profundo y urgente. La esperanza de vida de las mujeres gitanas vascas es 20 años menor que la del resto, y no es casualidad: es un reflejo de nuestra vida en los márgenes y cómo nos enfrentamos a un estrés continuo causado por este sistema.
¿El cine quinqui de los años 80 ha perpetuado los estereotipos del pueblo gitano?
-El cine quinqui es solo un ejemplo más de una narrativa de estigmatización que lleva siglos fraguándose. Desde 1499, el proyecto homogeneizador de los Reyes Católicos nos condenó a la otredad. Las mujeres gitanas fueron señaladas como el modelo a no seguir. Hoy seguimos siendo representadas de manera estereotipada: como sumisas o atrapadas en roles patriarcales que no reflejan nuestra realidad. El gitano que tiene dinero es porque se ha hecho rico con el tráfico de drogas. Es como nos han representado a lo largo de la historia. Estos prejuicios históricos siguen pesando sobre nosotras y tienen un gran impacto en nuestras vidas.
Amuge surgió en 2003, cuando usted tenía 19 años. ¿Quién la empujó a participar en la asociación?
-Mi abuelo, que siempre ha trabajado en el sector terciario, fundó la asociación Iniciativa gitana y detectaron la necesidad de crear una entidad que también luchara de manera más específica por los derechos de las mujeres gitanas. Amuge encaja con lo que yo soy: un espacio hecho por y para las mujeres gitanas, un lugar de reflexión y donde llevamos a cabo diferentes actividades y proyectos en el área de la educación, del empleo, igualdad…
¿Empoderar a la mujer gitana es una de las metas que persigue la entidad?
-El empoderamiento no es algo que alguien pueda otorgar; las mujeres, sean gitanas o no, encuentran su fuerza en ellas mismas. En Amuge trabajamos para garantizar que las mujeres gitanas puedan ejercer plenamente sus derechos y que nadie los vulnere. Nos hemos consolidado como una herramienta para visibilizar nuestras luchas, defender nuestras demandas y, desde el feminismo gitano, combatir el racismo estructural, especialmente el antigitanismo, y la violencia machista. Más que buscar empoderar, creamos espacios donde reflexionamos, compartimos y actuamos juntas. Un ejemplo de ello es nuestro reciente libro sobre el impacto y la contribución de las mujeres gitanas en Euskal Herria.
¿Qué puede aprender la sociedad vasca de la cultura gitana?
-La cultura gitana ofrece valores y enseñanzas que pueden enriquecer a cualquier sociedad. Por ejemplo, el respeto y cuidado hacia las personas mayores, el valor supremo que damos a la familia y nuestra visión comunitaria, que prioriza lo colectivo frente al individualismo. Además, el pueblo gitano ha contribuido con una riqueza cultural inmensa: desde la música, el flamenco y la danza hasta aportaciones menos conocidas en la lengua y la ciencia. Pero lo más valioso que podemos compartir es nuestra capacidad de resiliencia y nuestra forma de vivir, que da prioridad al respeto y al vínculo humano por encima de lo material. La sociedad vasca tiene mucho que aprender de estos valores, especialmente en un mundo cada vez más individualista.
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En busca del rastro de las mujeres gitanas vascas
Cuando se creó Amuge hace 20 años, uno de los objetivos principales de la entidad consistía en la formación académica y la escolarización de las alumnas gitanas. También se marcaron la meta de batallar contra los estereotipos y derribar los prejuicios que aún pesan sobre esta etnia. “Y de ahí hemos ido creando nuevas áreas de trabajo, dependiendo de las necesidades con las que nos hemos ido encontrando”, explica la responsable de la entidad. En la actualidad, se puede seguir la actividad de Amuge elkartea a través de las redes sociales donde participan en encuentros y talleres, promueven charlas y programas didácticos, concursos de relatos, anuncian ofertas de empleo, etc.
La gran novedad es la publicación del libro Romani Hadin II: Tras las huellas de las mujeres gitanas en la historia de Euskal Herria, financiado por Emakunde, y que fue presentado el pasado 10 de diciembre en el centro cívico de Otxarkoaga. Según las autoras, la obra se enmarca en el “ejercicio fundamental” que supone “la recuperación de la memoria histórica” y cuenta “los relatos vitales de ocho mujeres gitanas vascas”. A través de esta publicación buscan “fortalecer” su identidad colectiva” con el objetivo de “reforzar el arraigo a esta tierra”.