La primera vez que el coronavirus viajó en el asiento trasero de su taxi fue por casualidad. "Al principio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, me encontré en la calle Ercilla a una mujer con su bebé. Me dijo que tenían covid, que había llamado y nadie la llevaba. Me impresionó porque estaba muy apurada y el bebé, muy pachuchito, venga a llorar por la fiebre. Los llevé a Basurto", recuerda Daniel Astigarraga, uno de los taxistas que en plena sexta ola, al igual que sus compañeros Julen, Begoña y Miriam, sigue transportando a pasajeros positivos en Bilbao. Y ninguno, por increíble que parezca, se ha infectado en el taxi.
Puestos a calibrar temores, Daniel, 47 años, vecino de Zeberio, no lo duda un instante. "Me da bastante más miedo llevar a un quinqui a la noche que a una persona con covid". La razón, que le ha tocado lidiar con bastantes. "Uno quería que me metiese en la estación de Renfe, donde había más gente esperando, me imagino que para robarme. Al de un rato pasé y la Ertzaintza los tenía a todos contra la pared", comenta.
Lo mismo que escapó por los pelos de aquella encerrona, Daniel ha conseguido esquivar al virus. Y eso que en más de una ocasión ha trasladado a amigos contagiados. "Habré llevado a cientos de personas que tienen covid sin saberlo. No podemos vivir con un miedo eterno", afirma.
Además de la valentía, Daniel utiliza todos los medios a su alcance para mantener al coronavirus en su sitio. "Puse una mampara de plástico, llevo las ventanas abiertas, las mascarillas, los geles y un espray con el que desinfecto la zona", explica y confiesa que en el taxi se dice de todo. "He oído barbaridades sobre los que no se vacunan, como que los encerrarían en la plaza de toros".
"Cruzas los dedos y adelante"
También Begoña Valverde, 55 años, vecina de Galdakao, acude a la llamada para llevar a pacientes positivos. Y no lo hace para obtener más ingresos. "Muchas veces me coge a desmano y hasta pierdo porque la tarifa se la pongo cuando ya estoy en el hospital", apunta.
Lo hace por vocación. "Estamos pocos y forma parte de mi trabajo. Al inicio de la pandemia me apunté para ayudar. Cuando me dijeron que iba a llevar a enfermos de covid, me quedé en shock, pero pensé: Hace falta, cruza los dedos y tira para adelante". Y en esas sigue. "No lo debimos hacer mal porque no caímos ninguno", señala esta taxista, que no escatima en precauciones. "Paro, ventilo, le doy al ozono, abro y cierro yo la puerta...".
Conscientes de que compartir coche con ellos supone un riesgo, los clientes se muestran muy agradecidos. "El 95% cuando se baja te dice: Muchísimas gracias, menos mal que estáis también vosotros... Además, te suelen dar propina", cuenta Begoña. Por contra, "hay gente y amigos que te miran y tuercen el hocico como si hubieran tomado limón. ¿Y los que están en las ambulancias? ¿Y los sanitarios? Hay mucha gente que está en contacto con estas personas. No se las deja de lado. Es un servicio que das y es necesario", defiende.
De todos los pasajeros covid que se han sentado a sus espaldas, Begoña recuerda, sobre todo, a los de la primera ola. "Llevabas a gente mal, con mucha incertidumbre, que iba llorando... Una mujer que no podía ni respirar me pidió que la llevara a casa a por el cable del teléfono y a despedirse de su hijo. Eso te llega", confiesa y echa mano de una anécdota "graciosa" para compensar. "Muchos salen en zapatillas y pijama: Mira cómo voy, acércame bien al portal, qué dirán los vecinos...".
Begoña les pregunta por su estancia en el hospital y la mayoría cuenta que "el trato ha sido magnífico". También ha llevado a pacientes descontentos. "Una venía cabreada porque había ingresado por una infección en el riñón y salió para casa con un positivo. Hay de todo", dice, y para muestra, un botón. "Una señora me mandó a la farmacia, le puse la medicación en el ascensor y me lo devolvió con el dinero en un sobre".
En esta sexta ola, estima con la experiencia de quien ha visto a los pacientes desfilar por el espejo retrovisor, hay "mucho movimiento de personas menos graves". No obstante, advierte, "ha habido gente joven que ha dicho: Me he visto morir y otros a los que, tras estar ingresados cuatro o cinco días, les ha quedado el pulmón que les cuesta coger aire".
Ómicron ha dejado huella
El ómicron ha dejado huella asimismo en el terreno profesional. "Hay mucha gente de baja, teletrabajando, y muy poco movimiento en la calle. Notamos mucho bajón incluso en el tráfico. Sales a la mañana y, en lugar de ver la autopista con todos los carriles llenos, ves cuatro coches", describe. Tampoco, añade, "hay movimiento en el aeropuerto y luego está el cierre nocturno. Si todos los compañeros que están de noche y de madrugada, con salidas de aeropuerto y a trabajar, no tienen nada de eso, estamos todos de día y a repartir", comenta resignada. Al menos han sumado a su clientela a "personas mayores que no eran asiduas al taxi y ahora lo usan para no meterse en el metro o el autobús".
"Por solidaridad, no es rentable" Seis de la tarde, Bilbao desierto y en el taxi "una señora que pesaba cuarenta y pico kilos y que había estado veinte días en la UCI y otros veinte en planta. Era muy impactante", echa la vista atrás Julen del Arco, 52 años, vecino de Basauri. Uno de los taxistas que se ofreció como voluntario en la primera ola "por solidaridad". El mismo motivo por el que sigue a día de hoy al pie del cañón. "Igual estás en Santutxu y tardas diez minutos en ir al hospital a recoger a alguien y dejarle en Rekalde, que son cinco minutos. No es rentable, pero alguien lo tiene que hacer". Y los taxistas dispuestos escasean. "La gran mayoría no quiere, la gente sigue teniendo miedo", asegura.
Convencido de que "llevarás a mil personas que ni siquiera saben que son positivos", Julen ha cercado al virus con bolsas de plástico y cinta aislante primero y con una mampara de metacrilato, que ya ha retirado, después. "Al principio te daba miedo hasta coger el billete, no sabías ni cómo te contagiabas".
Julen ha transportado a "mogollón de gente" infectada y de momento ha salido indemne. "Mi mujer trabaja en la planta covid en una residencia y nunca se ha contagiado. Mi hija, de 13 años, tampoco. ¡Cuidado!, tiene sangre de sus padres", bromea.
"Un chaval que estaba muy mal"
Miriam Macías, 32 años, vecina de Bilbao, también arrimó el hombro durante el confinamiento. "Vivo sola y no me quería quedar en casa, quería ayudar", dice. De aquella primera embestida de la pandemia recuerda a "un chaval joven, que se encontraba muy mal y prácticamente no se podía ni mover. Debía tener ya neumonía porque le dolía mucho la espalda. Me sorprendió bastante".
Miriam, que sí se ha contagiado, pero no en su taxi, dice que ya no tiene "miedo" porque ha pasado la enfermedad y no tiene "personas mayores o niños a cargo", como otros compañeros. Protegida por una mampara, baja la ventanilla pese al frío y limpia las manillas y el asiento. "No solo los que están contagiados, todo el mundo te da las gracias por trabajar toda la pandemia".
Mientras Miriam encara el riesgo, otros permanecen encerrados. "He tenido encargos. Hace unos meses una chica joven me pidió que le hiciera unas fotocopias porque le daba miedo salir de casa".