bilbao
– Vi como se levantó una tempestad mayúlcula en el Mar Rojo de los muletazos y vi como un hombre, entregado hasta los últimos confines, mandó que se partiesen en dos las aguas para que él pasase como un Moisés con el pueblo del toro a sus espaldas, coreándole, jaleándole, profesándole la fe que se profesa a los dioses que le despierta a uno la creencia en las emociones puras en un tiempo de plastificaciones. Yo vi a un hombre entregado para su causa; le vi poner la vida en juego cuando ya tenía ganada la gloria en su primer toro (los muletazos parecían vibrantes y templados a la vez, toda una rareza de la naturaleza...), para citarle de frente en unos estatuarios dignos del cincel y la grandiosa mano de Miguel Ángel y vi el toro que le alcanzó de pleno, alzándole por los aires.
Le vi ponerse en pie con la camisa manchada de sangre camino de la enfermería con una oreja en la mano tras darle muerte al encastado animal. Uno juraría, en aquel entonces, que de allí no saldría. Y le vi salir como si anduviese sobre las aguas, maltrecho pero en pie, con un porte casi milagroso; le vi mecerse con una verónicas de cara armonía, entregarse con la muleta. De rodillas en la boca de riego le dio una pase cambiado por la espalda a Quitaluna y el lance quitó el hipo a los presentes por estremecedor. La emoción y el pánico se hermanaban y la plaza, que le había esperado entre aleluyas y padrenuestros, no se tenía en pie. Todo pendía de un hilo. Le vi jugarse la vida hasta casi dejarle sin aire a uno. Aquel toro, el último y el de la gloria, era un ir y venir dejándose, sí; pero con menos virtudes y exigencias que el resto de corrida de Victoriano del Río. La entrega de Roca Rey fue de barra libre, inagotable y la belleza de sus naturales recordaba a la de algunos lienzos de los ensangrentados Ecce Homo del siglo XVIII. La emoción corría por los tendidos de la plaza y por las venas de los presentes. Sí, sí que lo vi. Y también vi a Vista Alegre poniéndole venas a su santo taurino, a un Roca Rey entregado y entregándose, cuando se tiró a cara o cruz, a vida o muerte, tras el estoque. Lo hizo sin refugio, a campo abierto. Si no mata al toro muere. Esa impresión dio. Vi estos y otros muchísimos prodigios con la muleta templada, lances en uno y otro toro. Vi tan grandes maravillas que uno siente haber sido testigo de algo sobrenatural.
Pero es necesidad seguir hablando. Porque ha de decirse que los toros de Victoriano del Río trajeron consigo la casta y la raza raudales, porque no sería justo olvidar que Juli, viéndole a Roca cruzar un mar de brasas en su primer toro, se lanzó en su último del año en Bilbao a la caza de ese hombre del Perú que tanto imponía. Se doblo por bajo rodilla ante Cantapájaros, un toro que punteaba con fiera, como un bajista de rock. Muy violento y descompuesto.Un demonio. Ya en los medios arreció el diluvio, quien sabe si no para aplacar los fuegos ya vividos. El sabio Juli, entonces se hizo con la embestida del toro por el pitón zurdo. Lo lleva muy largo y en medio del aguacero lo sometió al natural arrastrado, casi de bajos fondos, para que el toro se entregase, incluso por aquel pitón derecho que antes no quería. Dos pinchazos y tres descabellos dejan sin premio la faena pero no borraron del paladar el sabor de faena grande que había cuajado. Antes de que llegase este cénit, estos minutos impagables, el propio Juli había buscado las cosquillas a su primer enemigo, un animal con poco celo ante el que dictó una lección de primer curso: el abecedario y poco más cabían en aquel toro seco como el esparto.
Ya estan cantadas las glorias del sexto de la tarde–que quieres que les diga de la faena: que el arranque fue suave y hasta exquisito; que fue cadenciosa la primera serie con la derecha, así como las siguientes por ese mismo pitón. O que cuando al coger la muleta con la zurda el toro le zancadilleó, derribándole para meter misterio a la historia; o que acabó toreándole casi en el desmayo, abandonado, consciente de que aquella obra le abría paso a la leyenda en Bilbao– pero ha de recordarse también que a José Mari Manzanares se le escurrienron entre sus elegandos dedos dos toros de escándalo. O a al menos de esa apariencia. No tuvo, su tarde, más poesía. Hay que recordar, para la sección de sucesos, que Roca Rey no pudo salir por donde debía, por la puerta grande. Por su propio pie se encaminó a la enfermería y como hoy logre estar presente en la plaza, le espera algo enorme: una procesión de feligreses que creerán en sus prodigios a pies juntillas. l
La corrida de hoy
l Ganadería. Toros del Puerto de San Lorenzo, con un intenso y acostumbrado picante sobre el ruedo.
l Morante de la Puebla. Un torero de insuperable perfume cuando se encuentra.
l Paco Ureña En 2019 corto 4 orejas en Vista Alegre, la gesta más grande en décadas en Bilbao.
l Roca Rey Su espléndida tarde de ayer hace soñar casi con imposibles.
la corrida de ayer
l Ganadería Toros de Victoriano del Río, de buen presencia y juego dispar en el último tercio, bien por la nobleza o bien por las embestidas picantes. Un encierro encastado y de alta nota e importancia, acorde a las exigencias taurinas de Vista Alegre.
l El Juli, de aguavino y oro. Estocada (ovación). Dos pinchazos y tres descabellos (ovacion)
l José Mari Manzanares, de corinto y oro. Estocada (ovación) Estocada (ovación)
l Roca Rey, de azul Bilbao y oro. Estocada (oreja). Estoconazo hasta los gavilanes (dos orejas)