No se sabe si el nombre a la isla se lo puso el guanche originario, o si es de origen amazig. Para algunos significa en castellano monte nevado, pero para otros es justo lo contrario, isla del infierno. Seguro que lo fue cuando el volcán rugía y expulsaba fuego y lava. Hoy, gracias a los alisios suaves y constantes, el clima es un prodigio en esta zona de la isla.
En el norte está la capital, Santa Cruz de Tenerife. Cerca del puerto y de la plaza de España se levanta el mercado de nuestra señora de África. Lleno de color, es un lugar ideal para conocer las decenas de variedades de papas canarias que se cultivan. También es el lugar para poder comprar esa esencia de la hoja de palma que se elabora en la vecina Gomera, la savia de palma, que es casi miel. En la planta baja del mercado se puede comprar o comer el pescado fresco del día. ¡Mejor, imposible!
La silueta del Auditorio queda lejos, pero marca el horizonte tinerfeño. En el puerto hay pocos veleros; este navegante de tierra firme pensaba que habría más embarcaciones listas para cruzar el charco, pero el verano no es el mejor momento para sumergirse en esta aventura oceánica.
Llegamos hasta el espigón, donde se encuentra la alucinante obra de Calatrava. Hay que verla de frente: la cola del monstruo marino decepciona, y sin embargo el frente es increíble, casi aterrador. Una inmensa boca de un pez abisal se abre ante nuestros ojos, 40 metros de altura imponen. No queda otra que admirar sin complejos esta magna obra arquitectónica.
Al lado del hito blanco está el castillo negro. El castillo de San Juan Bautista aguanta bien la comparación. Está levantado frente al mar, es negro por la piedra volcánica de sus muros, apenas tiene ventanas, un puente colgante lo une a tierra firme, y separado, pero cerca, está el polvorín, un hangar oscuro y robusto.
Mas luz tiene el Parque Marítimo César Manrique, un lugar para disfrutar del sol canario rodeado de estupendas piscinas de agua de mar. En unos pocos metros, tres maneras de entender el mundo y de ver a la gente interactuar con la arquitectura. Esta esquina de la capital de Tenerife es todo un descubrimiento.
Cultura y descanso
De regreso al centro pasamos cerca de la iglesia de la Concepción, que se mantiene discreta con sus dos tonos, blanco y negro, todo un estilo en la isla. Cruzamos el barranco de Santos y descubrimos otro de los hitos de la ciudad, el Tea, un maravilloso edificio que se abre al barrio a través de escaleras y pasarelas. El Tea tiene una biblioteca pública abierta las 24 horas del día, y también hay salas de exposiciones temporales y colecciones permanentes.
La manera en la que los arquitectos Herzog & de Meuron diseñaron el espacio fue todo un acierto. El movimiento de personas cruzando el museo es continuo y la biblioteca está a tope. Gilberto, su director, habla del Tea con fuerza y optimismo; se nota que ve al Tea como uno más en este popular barrio de Santa Cruz.
A lado queda un templo del universo guanche, el Museo de la Naturaleza y la Arqueología. En su segunda planta se expone lo relativo a la cultura guanche y al fondo de la sala están las impresionantes momias del pueblo originario de estas islas. Los guanches utilizaban técnicas de embalsamamiento muy parecidas a las usadas en el antiguo Egipto. Embadurnaban los cuerpos con la piedra pómez, las arenas volcánicas y la savia del sagrado árbol drago. También practicaban trepanaciones para curar heridas y enfermedades. Impresiona el lugar.
Al atardecer apetece tomar una cerveza local a la sombra del romántico y gran parque urbano García Sanabria. Está declarado Bien de Interés Cultural de Canarias, y es el parque urbano mas grande de todo el archipiélago. Más que el tamaño, lo que llama la atención es lo cuidado que está y la variedad de plantas, flores y árboles que lo conforman. Tiene espacios para que todo el mundo encuentre su rincón preferido. Los domingos por la tarde es una gozada observar a la gente de Santa Cruz de Tenerife paseando y disfrutando del frescor y de los cantos de los pájaros que habitan esta isla verde.
De excursión
Decidimos abandonar el norte de la isla para dirigirnos por un rato a la zona centro. Llegamos de noche a Vilaflor y comienza nuestra ascensión hasta Cañadas del Teide. El termómetro del coche marca 12 grados. Conforme vamos subiendo el paisaje va alterándose, el bosque poco a poco desaparece, la temperatura baja hasta los dos grados. Llegamos hasta Boca Tauce y una gigantesca lengua de lava petrificada marca el territorio; el pico del Teide apenas se ve. En el llano de Ucanca el sol parece que va a salir, los picachos empiezan a iluminarse con un color rojizo marciano, Ucanca renace y dos grados hacen que la experiencia sea un poco más fresca de lo habitual. El sol sube mientras las sombras bajan, pura magia interestelar. El mirador de la Ruleta es un punto ideal para observar y disfrutar, ¿es Tenerife o Marte? Solo falta ver un par de astronautas para creernos el sueño.
Sube el sol, la luz ya nos despeja, el pico del Teide sigue ahí, elegante y casi perfecto. No tenemos tiempo de subir al funicular, que además hay que reservarlo con antelación –para eso estamos en un Parque Nacional, y lo importante es proteger y mantener el entorno único de esta planicie extraterrestre–.
Y después de subir comienza la bajada. Toca volver al norte y la carretera nos lleva a La Orotava, donde en la plaza de la ciudad están trabajando en la elaboración de sus más que famosos tapices realizados con tierra volcánica de colores. Es un arte efímero que tiene una larga tradición.
A este viajero impostado le llamó la atención la perfección de las formas, la paciencia cisterciense para ir colocando las arenas de colores en su punto exacto.
El artista al mando de esta maravilla es Domingo Jorge González, y su trabajo comienza un año antes, buscando el tema y pensando en los colores. Su manera de trabajar nos recuerda a los mandalas tibetanos, tan lejos y tan cerca. Domingo nos comentó que también los navajos elaboran con arena pinturas efímeras.
Y como comer también es algo efímero, vamos a cenar en Sabor Canario, un local con un bonito patio donde oficia en los fogones –cocina recia y con sabor– Juan José Sánchez, y donde el potaje de berros estaba bien sabroso.
Para comer bien hace falta tener un buen producto, y en Tenerife lo tienen, y no solo unas pequeñas y sabrosísimas papas. Así, en Los Realejos está la bodega familiar La Haya, cuyos blancos elaborados con uva listán blanco procedente de viñas bicentenarias prefiloxéricas son una delicia. Cerca quedan los aguacates de Jonatan Rincón, que crecen frente al mar, o los plátanos de Miguel de Chaves. Una maravilla, vamos.
Tocamos mar en Puerto La Cruz, antaño punto señero de las vacaciones familiares, hoy faro de una reconversión urbana marcada por el proyecto de murales distribuidos por todo el centro histórico de la ciudad y su antiguo barrio pesquero. Tenemos la suerte de encontrarnos con Juliana Serrano, una artista que vive y trabaja en el propio barrio pesquero.
Uno de sus primeros trabajos fue el dar un toque personal propio al barrio. Retomó la tradición casi olvidada de llamar a las familias por un mote. Recuperó los motes, habló con las familias y en coordinación con el ayuntamiento pintó las fachadas de las tradicionales casas de pescadores con motivos geométricos y con ilustraciones que aludían al mote de la familia. Así, poco a poco el barrio fue creyéndose el cambio.
A todo esto se añadió el proyecto conocido como Puerto Street Art, puesto en marcha en 2014 por el equipo liderado por Francisco Abrante. Hoy se ve el resultado paseando por la calles del viejo Puerto de la Cruz. Murales de artistas tan conocidos como Víctor Ash, Pichi & Avo o Sebas Velasco hacen que el paseo sea como visitar un museo al aire libre, un museo lleno de vida y color. En el puerto queda el lago de Martiánez, un soberbio trabajo de César Manrique que aguanta estupendamente el paso de los años. Cuando se tiene visión y confianza las cosas funcionan.
En este entorno tan especial se sitúa otro templo gastronómico puro canario, el San Diego, donde lleva en los fogones Isidro Álvarez casi 40 años dándole a la parrilla un toque muy personal. Su conejo en salmorejo estaba como para quitar el hipo. Es la hora de contarles un secreto: vayan y pidan pronto de postre su souflé. ¡Siempre se acaba!
Naturaleza
Si al sur de Santa Cruz está el Teide, al norte está Anaga, un parque rural declarado reserva de la biosfera. Ahí es nada. Anaga se lo tiene bien ganado. No solo es que su extraordinario bosque de laurisilva sea alucinante, o que en pueblitos como Taborno personas como Domingo Perdomo mantengan la cultura del salto del pastor, antaño necesario para cruzar laderas en esta tierra enrabietada en sus formas, donde las rocas y la erosión levantan picachos que según son alumbrados dan hasta miedo.
El alisio no da miedo, da frescor, sus nubes húmedas recuerdan a unos cabellos largos y sinuosos que toman la forma de la montaña, vienen cargados de humedad, y son la savia perfecta para la flora y fauna de Anaga y la vida para todo el parque. Desde el mirador de Bailadero vemos el mar al fondo, montañas que caen en picado sobre el Atlántico y pequeñas poblaciones acostadas sobre las laderas imposibles. Nos dirigimos a un pueblo con un nombre bien bonito: Taganana. Un par de calles, una coqueta plaza con iglesia incluida y el Roque de las Ánimas vigilante. Nos tomamos un rico café en el Bar Manolo.
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Camino a la loma donde se encuentra el cementerio, buscando las mejores vistas de la playa del Tachero, nos encontramos con un elegante drago. Está a la entrada de una finca privada, pedimos permiso para acceder y disfrutamos de su sombra. En la copa de esta enorme planta bicentenaria las abejas están trabajando de lo lindo; el zumbido es intenso. Nos encanta el drago y además hemos aprendido que no es un árbol, que es una planta perenne de porte arbóreo, al igual que el plátano tampoco es un árbol, sino otra planta.
Oteando laderas y rocas de costa llegamos a las estribaciones de Playa Benijo, pero antes vamos a llenar el buche porque nos espera una comida en el guachinche Casa Paca. Almogrote gomero para arrancar, fresquísimo pulpo cocido, y para finalizar un contundente plato de Tenerife, el gofio escaldado. Todo estupendo. ¿Quién es la artífice de tal bacanal romana? Pues doña Manuela.
Estamos llegando al final del viaje-descubrimiento de la zona mas septentrional de la isla de Tenerife y nos espera Playa Benijo. Conforme nos acercamos vemos la potencia de los roques Benijo y Rapadura. Son preciosos. Una escalera de madera lleva al acantilado donde se encuentra la playa, que poco a poco va apareciendo. Es de arena negra, no muy ancha, con las rocas cayendo a ras sobre el mar. El oleaje es continuo y hay pequeños roques diseminados a lo largo de la playa. El lugar es salvaje, la bruma salina y el oleaje hipnotizan. ¡Y al caer la tarde será de ciencia ficción!