"Yo tenía muchas ganas de quitármela". Yeisson y Noa, de 11 y 10 años, comparten en los aledaños de Indautxulo Eskola, en Bilbao, la alegría de poder sentarse hoy en sus pupitres a cara descubierta, mientras que Carlos Daniel, de 11 años, no tiene prisa por lucir sonrisa. "Después de dos años con ella me siento muy raro si no la tengo", reconoce. Así que asistirá hoy a clase con el cubrebocas "por miedo al contagio y por costumbre". Su madre, Yarely Correa, no piensa obligarle a quitársela. "Si él quiere, que la lleve. Yo habría esperado un mesecito más par retirarlas porque, con lo que está pasando por Shanghái, en cualquier momento se revoluciona todo y volvemos a los confinamientos. Mejor prevenir", afirma.
Las sonrisas y los bostezos han vuelto a las aulas. El alumnado ha regresado hoy a clase con la mascarilla en el bolsillo de la mochila entre las opiniones encontradas de sus padres, que aplauden la medida y temen los contagios tras las vacaciones de Semana Santa. "Ha sido precipitado. Yo creo que habría sido mejor esperar al verano, aunque muchos la llevaban ya por debajo de la nariz", admite Rosa Campo, madre de Yeisson.
Para Carlos Sancho, padre de Noa, la medida, en cambio, llega tarde. "El grueso de los aitas veíamos necesario quitarla incluso antes de Semana Santa. Que se siga utilizando en sitios puntuales, como los medios de transporte, lo veo normal, y que la gente voluntariamente la use también, pero que en los colegios se siguieran manteniendo los grupos burbuja lo veía un poquito exagerado", asegura.
Profesores con y sin cubrebocas
Entre el profesorado también hay quien estaba deseando deshacerse de la mascarilla. "Tengo compañeras que me han dicho que ellas en clase no se la van a quitar y es muy respetable, pero a mí me parece la mayor felicidad: verles sus caritas y que puedan hablar. Ellos te tienen que ver la boca a la hora de expresarte, que con una mirada te puedan entender", explica una profesora de Indautxuko Eskola, que ha saludado en la fila uno por uno a todos sus alumnos. "A todos les he dicho: Tengo unas ganas de abrazaros, de daros besos, necesitamos el contacto. Es lo mejor que han podido hacer porque te pierdes sus expresiones, las relaciones entre ellos, todo. Parece que te están taponando y no puedes ni comunicarte", señala esta docente, entusiasmada con recuperar "la normalidad". "Me parece la cosa más maravillosa del mundo volver a lo de antes", aplaude.
Padres que llaman a la prudencia
María no las tiene todas consigo, así que su hija ha acudido hoy al colegio Pureza de María, de Bilbao, con la mascarilla que ya casi forma parte de su uniforme. "Me infunde bastante respeto el tema. Esta Semana Santa ha salido muchísima gente de viaje, se han juntado mucho, han empezado a entrar en sitios cerrados sin mascarilla... Los colegios deberían poner unas normas mínimas y básicas, sobre todo después de una Semana Santa masiva, como ha sido esta. De hecho, en algunas comunidades la subida de contagios estos días ya ha sido patente", argumenta.
Propietaria de un comercio, María también trabaja con el cubrebocas puesto. "En mi establecimiento entra mucha gente y han empezado a venir sin mascarilla. Yo tengo el derecho de admisión, pero, según está la situación, no le puedo decir a un cliente que no entre porque no tiene la mascarilla puesta porque no va a volver. Es un arma de doble filo. Así que la que no me voy a quitar la mascarilla soy yo", explica y añade que minimizará riesgos con "mucha más limpieza que antes".
También Gorka, padre de dos alumnos bilbainos, considera que el destierro escolar de las mascarillas debería haber esperado. "Después de todo el tiempo que las han llevado, quitarlas justo después de las vacaciones de Semana Santa, con todo el movimiento de gente que ha habido, no me parece lo más indicado. Podrían haber esperado a mayo", señala con la mascarilla que le exigen llevar en su trabajo guardada en una bandolera.
Niños y adolescentes que se "resisten"
Son los menos, pero hay alumnos de Primaria que se siguen aferrando a sus mascarillas pese al fin de su obligatoriedad en el interior de las aulas. "La gente va a volver a enfermar y a mí me da miedo coger el covid y que me tengan que hacer una PCR. Hasta que no haya una cura de verdad...", comenta un niño, de los pocos, dice, que llevan la protección facial "hasta en el recreo".
Entre los adolecentes, un colectivo que ha estado en el punto de mira por los rebrotes durante la pandemia, también hay quienes se resisten a desprenderse de la mascarilla para ir a clase. "Muchos no son responsables con el covid, hacen botellón, se lían entre ellos... Yo no me la voy a quitar porque no me fío", asegura una alumna de un instituto bilbaino, que apunta otra poderosa razón para seguir cubriendo su rostro. "Me da vergüenza que algunos compañeros que me han conocido con mascarilla me vean ahora la cara", confiesa.