EL explorador John Cabot fue testigo de un activo comercio de pieles entre nativos americanos y vascos en Terranova en 1497. Siguiendo a las ballenas, los navegantes vascos habían alcanzado aquellas costas años antes y encontraron grandes bancos de bacalao en el golfo de San Lorenzo. Aquella industria pesquera dio lugar a la primera red comercial trasnatlántica. En 1560 ya habían establecido puestos comerciales y fuertes a lo largo del río San Lorenzo, internándose en tierra firme más de 2.700 kilómetros al oeste de Terranova. En 1615, Samuel de Champlain visitó Sault Ste. Marie, un puerto al norte de los Grandes Lagos, donde los vascos “habían establecido un puesto comercial”.
Los comerciantes vascos intercambiaban productos manufacturados como cuchillos, armas de fuego y mantas por pieles de castor. Los calderos de cobre y las hachas, conocidas como “vizcainas”, hechas de hierro de alta calidad, eran muy apreciadas por los nativos por su durabilidad. Algunos guerreros wabanaki y hurones incluso fueron enterrados con ellas como parte del ajuar funerario.
Tras dos siglos de contacto, los vascos generaron un intenso trato con las naciones nativas. Establecieron redes comerciales con los boethuk de Terranova, los wabanaki del golfo de San Lorenzo. Comerciaron con los innu e inuit en el actual Labrador, con los cree al sur de la actual bahía de Hudson, con los ojibwe al este de los Grandes Lagos y, finalmente, con los iroqueses, incluidos los ottawa, mohicanos y hurón, que históricamente habitaban entre el actual estado de Maine y New York.
El área comercial controlada por los marinos vascos abarcaba una enorme región de cerca de 7.500 kilómetros cuadrados.
Relación de intercambio
Sus interacciones con las comunidades indígenas fueron complejas. Según el historiador canadiense Sylvio Normand “los vascos fueron los primeros europeos en pescar y comerciar con los nativos americanos, y rápidamente establecieron relaciones amistosas con ellos. Los vascos no buscaban dominar, sino establecer una relación de intercambio mutuamente beneficiosa. El resultado fue un profundo respeto y admiración por ambas partes. Este respeto fue tan grande que los vascos pudieron influir en la decisión de las comunidades nativas americanas, incluida la decisión de permitir que franceses e ingleses se establecieran en sus territorios”.
Louis de Buade, conde de Frontenac, escribió al ministro francés de marina y colonias en 1698 que “los vascos son los únicos que comercian en estas regiones desde hace más de un siglo… su conocimiento del país y de los indígenas es superior al de cualquier otro comerciante”. Samuel de Champlain escribió en su diario de 1603 que los esfuerzos de los marinos vascos por aprender los idiomas y costumbres locales, y su voluntad de adaptarse a la cultura local, generaron confianza y facilitaron el diálogo con los nativos americanos. Marc Lescarbot (1609), John Gyles (1689) y el misionero Paul Le Jeune (1633) dejaron escrito que “los vascos que comercian allí en el verano crean un pidgin para hablar con los nativos, en el que mezclan el euskara con el algonquino”.
“Excelentes pacificadores”
Los vascos eran valorados por los nativos porque jugaban un papel fundamental en la prevención de conflictos y el mantenimiento de la paz entre las diferentes naciones indígenas, así como entre aquéllas y las potencias europeas. En una carta fechada en 1667, Claude Dablon escribió que “los vascos son excelentes pacificadores y han hecho mucho para reconciliar a las diversas tribus que anteriormente estaban en guerra entre sí. Son muy respetados por los indígenas, que confían en su integridad y honestidad”. Lo propio anotaron el misionero Claude Allouez (1669) y Pierre-Esprit Radisson (1684), al señalar que los vascos eran conocidos por su honestidad y trato justo en sus relaciones comerciales, lo que había ayudado a generar la confianza necesaria como para establecer relaciones duraderas con los indígenas.
Jacques Cartier, informó que ya para 1535 algunos de ellos habían establecido sus hogares allí: “[Los vascos] nos dijeron que habían invernado en ese lugar, y había formado un asentamiento con los nativos, y que algunos de ellos habían tomado esposas de entre ellos. Nos dimos cuenta de que así era, porque entre ellos había niños vascos que hablaban euskara con soltura y que los vascos reconocían como propios”. Jean de Brébeuf escribió en 1634 que “hay algunos vascos que viven entre los hurones y han aprendido su lengua y sus costumbres, y son muy respetados por ellos. Participan en sus ceremonias y rituales, e incluso se sabe que ayudan en sus prácticas médicas”. Le Jeune también anotó en 1641 que algunos vascos vivían entre los innu, al noreste de los Grandes Lagos, y que habían “aprendido su idioma y sus costumbres, y eran grandes conocedores de la flora y fauna local. Participan en las ceremonias religiosas de los Montagnais, e incluso se sabe que cantan sus canciones y bailan sus danzas”. Simon Le Moyne encontró en 1654 a “una serie de vascos que viven entre el pueblo onondaga [en la actual costa de New York], y que han aprendido su lengua y sus costumbres.
Los vascos continuaron controlando el comercio de pieles en América del Norte hasta principios del XVIII, y establecieron puestos comerciales en los actuales Montreal y Detroit. Sin embargo, el Tratado de Utrecht, firmado en 1713, tuvo un impacto muy negativo en la industria pesquera y comercial vasca del Atlántico Norte. Ante este revés, los comerciantes vascos se adaptaron e innovaron. Pierre Joseph Bonnecamps anotó en 1746 que un avance importante fue el uso de embarcaciones pesqueras especializadas, más pequeñas y rápidas que las utilizadas por los ingleses, que les permitían escapar de los barcos de guerra británicos: “las txalupas son botes de fondo plano, que llevan dos mástiles y, a veces, llevan 10 o 12 hombres”. Y desarrollaron nuevas técnicas de pesca, como el uso de redes pelágicas, más eficaces para la captura de ciertos tipos de peces. El capitán Charles Johnson describió en A General History of the Pyrates (1724) que un importante desarrollo vasco fue el establecimiento de puestos secretos de comercio, conocidos como “estaciones piratas”, ubicadas en pequeños islotes o en calas escondidas.
Comercio de pieles
Hay referencias a la participación vasca en el comercio de pieles en América del Norte entre 1714 y 1754 como el puesto de Juan Zabala en el río Saint John. Pero, habiendo perdido el control del comercio de pieles en el Atlántico Norte, muchos decidieron operar en otras áreas, fundamentalmente en Louisiana. Pierre Artaguiette Itouralde ocupó el rango de mayor en New Orleans y luego se convirtió en comandante de Fort Chartres. En la década de 1740, un grupo de comerciantes vascos establecieron varios puestos comerciales en la región del valle del Mississippi. Rápidamente se hicieron un nombre por su habilidad para navegar por aquellas difíciles vías fluviales y fueron reconocidos por su trato justo, honestidad y respeto por las costumbres y tradiciones locales y su capacidad para establecer buenas relaciones con los pueblos con los que trataban.
En suma, los vascos no se limitaron a cazar ballenas en Terranova, sino que generaron una red comercial con estaciones interconectadas entre Red Bay, Sault St. Marie, Detroit y la actual costa de New York que perduró tres siglos y se fundamentó en la observación de los derechos de las naciones nativas sobre la tierra y sus productos, y en el respeto y la confianza mutua.