Ensaya el Tour su futuro, a menos de un mes de su salida en Bilbao el 1 de julio, en el Critérium del Dauphiné, donde están todos los que se imaginan el trono de los Campos Elíseos salvo Tadej Pogacar, uno de los grandes favoritos, que rueda en las alturas de Sierra Nevada mientras cicatriza la fractura de la muñeca izquierda que se produjo en la Lieja-Bastoña-Lieja. Una herida de guerra antes de la gran batalla. Desde su refugio, el esloveno campeón del Tour de 2020 y 2021 y segundo en la pasada edición, lanza que llegará a la Grand Départ de Euskadi al 100%.
A ese punto desea aproximarse Jonas Vingegaard, que se expresa en las carreteras francesas, donde también hay sitio para Mikel Landa, el competidor que más cerca estuvo del danés en la Itzulia y del esloveno en la Vuelta a Andalucía.
El escalador de Murgia fue segundo en ambas carreras. El curso de Landa, sólido, genera confianza. Por el Dauphiné también transitan Enric Mas, Carlos Rodríguez, Daniel Martínez, David Gaudu, segundo en la París-Niza, o Carapaz, otros que miran con ojos de enamorados al Tour.
En la Grande Boucle tiene la mirada puesta Christophe Laporte, uno de los costaleros de Vingegaard. En la jornada inaugural del Dauphiné, intercambiaron sus papeles. Se impuso Laporte en un emocionante final, un thriller, sobre el esfuerzo descomunal del fugado Rune Herregodts, superado por el francés en los estertores, cuando el belga, a un dedo de la victoria, observó la derrota. Una escena muy dura. No hubo piedad. A Laporte le colocó en la lanzadera Vingegaard, último relevista del francés.
Por eso fue el primero en abrazarle. Estaban cerca. El danés fue el mayordomo, la ayuda de cámara de Laporte. A Herregodts le quedó colgando el abrazo del desconsuelo. Tan cerca y tan lejos.
El belga mereció el triunfo, pero en el deporte de élite, el merecimiento es una idea abstracta, un verso, un trozo de poesía en medio de la dictadura de la prosa sin edulcorantes.
Landa se deja 22 segundos
El sabor dulce de Laporte, era la amargura de Herregodts. Entre medias, se coló Trentin. La aceleración final provocó que el grupo se cortara. Landa y Mas cedieran algo de tiempo. El de Murgia concedió 22 y el balear, 15
Llovía en el Dauphiné, las tormentas que se encaprichan y descienden las temperaturas, como si el ecosistema de la carrera quisiera diferenciarse del Tour, al que sirve de anuncio y banco de pruebas. Bajo la mirada acuosa, el cielo embadurnado de tonos grises y el asfalto ungido por la lluvia, no existe lugar para la melancolía.
El orgullo de Herregodts
Se apresuraba la fuga con Godon, Herregodts y Van Moer, los últimos representantes, y se encrespó el pelotón, veloz entre cotas en ese terreno sinuoso de vías secundarias donde los nervios gesticulan.
En el Soudal querían desprenderse de los velocistas que podían amenazar la llegada a Chambon-sur-Lac y los muchachos de Vingegaard estaban delante para blindar al danés y probar la coreografía para la Grande Boucle.
Herregodts no tenía ninguna intención de entregarse. Con el suelo bailarín, resbaladizo, siguió tomando riesgos. El belga era puro empeño. Conmovedor su esfuerzo ante los gigantes del Jumbo, que le lijaban pulgada a pulgada. Hasta Vingegaard arrimó el hombro para impulsar la opción de Laporte, que en julio hombreará en favor del danés. Pegado al lago, Herregodts mantenía un pellizco de esperanza.
Remontada de Laporte
La pancarta de meta invocaba su nombre, como los cantos de las sirenas. Herregodts se moría y resucitaba en cada pedalada. El esprint del grupo estaba lanzado. Herregodts, en apnea, tiesas las piernas, pero el espíritu guerrero, padecía al límite. El alma en cada pedal.
Del retrovisor emergió, imperial, Laporte, que superó al belga, estupefacto, a una brazada de la gloria. Se ahogó en la orilla. Negó con la cabeza cuando observó que Laporte lanzaba un grito, abría los brazos y agarraba la victoria por la pechera. Terriblemente cruel.