CUANDO el héroe trágico se hizo carne, humano, al fin, descansó. “El hombre que nos hizo soñar”. Esa frase recordará para siempre a Thibaut Pinot (Lure, 29 de mayo de 1990). Fue entonces cuando dejó de arrastrar el peso de un país entero, Francia, que deseaba más que nunca el Tour, su carrera, su monumento nacional. El galo, el muchacho que escalaba de fábula, corría con millones de franceses sobre sus hombros. Ese lastre, irracional, la fiebre de la masa enfervorecida, hundió a Pinot, que fue la gran esperanza blanca del ciclismo francés, canino desde que los incisivos de Bernard Hinault, inclemente competidor, campeón extraordinario, monarca del Tour en cinco ocasiones, dejara el ciclismo. Después de la humillación de Lemond a Fignon en el Tour de 1989 –el parisino tenía la carrera en el bolsillo y se le escurrió por apenas 8 segundos en una crono que sumió a Francia en una depresión colectiva–, el país buscó con desesperación al heredero del bretón. Nadie mostró su colmillo. La Francia ciclista mordía el Tour con dientes de leche.
Por eso, cuando Pinot cerró en 2014 el podio de los Campos Elíseos a los 24 años, Francia creyó asistir a una Epifanía. Comenzó la ensoñación, el tarareo de La Marsellesa, la fantasía de un campeón francés de nuevo en la cima del mundo, rey del Tour. Pinot era el futuro, la esperanza, el porvenir de un mundo mejor para los franceses, obsesionados con encontrar un campeón de la Grande Boucle. Esa presión, irracional, pudo con Pinot, un ciclista con unas piernas formidables, pero sin la determinación única de los campeones que trascienden en el palmarés. El héroe alado al que esperaba una nación, sin campeón del Tour desde 1985, fue Ícaro. Excelso escalador, ciclotímico, Pinot cierra su historia a los 33 años con una vitrina excelente. Dedicará su nueva vida a cuidar su granja, su verdadera pasión. Campeón de Il Lombardia en 2018, vencedor de tres etapas en el Tour, de un par más en la Vuelta para sumar un total de 33 logros en su carrera deportiva, de Pinot siempre se esperó todo. Una quimera.
Su despertar en la Grande Boucle –en 2012 venció una etapa, fue décimo en la general y el segundo mejor joven en su debut en el Tour– fue una invitación al sueño de una tarde de verano. El héroe romántico asomó en el podio de 2014 con el maillot blanco del mejor joven. Era un novicio Pinot, tercero en la mejor carrera del mundo. Un curso después fue capaz de conquistar Alpe d’Huez, aunque en la general fue el 14ª. Francia calculaba cuando le llegaría el turno de la coronación a Pinot, capaz de sublimarse en los mejores días o de hundirse en la miseria, quebrado, lejos de su mejor versión, siempre humano, en los días oscuros. El Tour se convirtió en una maldición. Todos esperaban al mejor Pinot, los destellos de un superclase que se adentró en el Tour como un exuberante torbellino.
Muy querido
Le alcanzó para inscribir su nombre sobre la leyenda del Tourmalet, pero la carrera francesa pudo con él. Le arrastró al fondo. En 2019, siendo quinto en la general, lesionado, abandonó entre lágrimas. “Fue un signo de la vida para decirme que no estaba hecho para ganar un Tour de Francia. Nunca he querido tener la vida de un campeón”, dijo. Tardó más de dos años y medio en ganar. Lloró de alegría, pero sobre todo de alivio. A Pinot, puro sentimiento, le perseguía el halo del sufridor. Reconoció su vulnerabilidad, el padecimiento, su fragilidad. “Algunas personas tienen miedo a las arañas o a las serpientes. Yo lo tengo a la velocidad. Es una fobia”. Se enfrentó a ello y lo superó. A medida que se humanizó su figura, el cariño de la afición mimó a un ciclista, en ocasiones, atormentado. Carismático y cercano, la debilidad hizo más fuerte a Thibaut. La persona por encima del ciclista. Más real que un sueño. “Nada fue sencillo, pero lo vivimos y quedará por la eternidad”, reflexionó Marc Madiot, su mítico director. Au revoir, Pinot.
Otras retiradas
Van Avermaet y Tony Gallopin
Campeón olímpico. Greg Van Avermaet, uno de los grandes clasicómanos de la última década, cerró su andadura profesional en la París-Tours. Van Avermaet, de 38 años, finaliza su carrera después de 18 años en el pelotón en los que ha conseguido un total de 42 victorias, algunas de ellas de gran prestigio. El belga fue campeón olímpico en los Juegos de Río, en 2016. Un años después, completó un curso sensacional. Firmó la victoria en la París-Roubaix de esa campaña. Obtuvo, además, la victoria en dos etapas del Tour. Tony Gallopin también deja el ciclismo tras 16 cursos. El ciclista francés venció la Donostia Klasikoa en 2013 y una etapa del Tour y otra de la Vuelta. Sumó 12 en total.