En los escultóricos Dolomitas, el Giro chato voló bajó a pesar de la altitud, formidable, y del escenario, inmejorable, para que todo sucediera y apenas ocurrió nada. La grandilocuente tappone fue una día de migas, de servicios mínimos. En la última pared, Primoz Roglic le sisó tres segundos a Geraint Thomas y ambos, otra vez en la misma baldosa, igualadísimos, dañaron a Joao Almeida, sufriente en el eterno final de Las Tre Cime di Lavaredo.
El portugués fue un fado. Entregó veinte segundos. Su opciones caen enteros en el parqué del Giro, que resolverá el misterio del vencedor en la cronoescalada al Monte Lussari. El reloj dictaminará quién reina en un Giro lánguido, sin volumen ni decibelios.
En ese silencio, Thomas, sereno y sólido, buscará la corona con 26 segundos respecto a Roglic. Almeida ha perdido rango como candidato. Se encuentra a 59 segundos del galés.
El juicio final en el Monte Lussari firmará la sentencia después de que en el tótem de Las Tre Cime di Lavaredo, donde Santiago Buitrago recogió la herencia de Nibali una década después, solo se invocara a la defensa, a los sacos terreros de la supervivencia, donde se pedalea con el alma.
Espesa la ascensión, pegajosa, atrapados en el galipote de la impotencia, sobraban hasta los 21 gramos. La subida, miedoso, pacata, no entrará en las vitrinas del Giro.
Los mitos no siempre nacen de pie, con buena cara y mejor literatura. Las Tre Cime di Lavaredo, formadas por el Grande, que alcanza los 3.000 metros sobre el nivel del mar, la Cima Ovest y la Cima Piccola, los tres dedos que rascan la barriga del cielo, la icónica postal de los majestuosos y lisérgicos Dolomitas, la leyenda del Giro, dejaron su primera huella embarrada en la carrera en 1967.
Su bautismo lo definió Bruno Raschi, cronista de La Gazzetta dello Sport, como las Montañas de la deshonra. Aquel día, 8 de junio, la jornada arrancaba en Udine. Finalizó de modo bochornoso, polémico. Hacía malo y a 2.300 metros, el tiempo era aún peor.
Panizza se enfrentó a la ascensión con ventaja. Las Tre Cime di Lavaredo, el gigante, orgulloso, zarandeó a todos. Los puso de rodillas. Una subida asesina. Balbuceaban los ciclistas, náufragos en la gran montaña. Frente a las rampas formidables, algunas del 18% que no eran habituales, surgió el infierno.
Se encorvó el pelotón, penitente. Un calvario. Nadie avanzaba. Solo los chepazos. Los tifosi surgieron por todos lados para empujar a sus ciclistas favoritos. Los hubo que se agarraron a los coches. Era una constante. La trampa como norma de la subida.
Hubo quien puso pie a tierra esperando auxilio. La carrera de bicis no lo era. Felice Gimondi fue el primero en pisar la Luna. Torriani, el patrón del Giro, dejó sin efecto la clasificación tras asistir al caos. Gimondi quiso abandonar la carrera. Dijo que aquello fue vergonzoso.
El mito de Merckx
Ese día, Eddy Merckx fue segundo. Un año después, El Caníbal arrasó. Así conquistó su primer Giro y Las Tre Cime di Lavaredo tomaron altura en la memoria del ciclismo. Gimondi lloró la derrota. Las Tre Cime di Lavaredo recuerda el asalto de José Manuel Fuente. El Tarangu izó su estandarte seis años después en la cima, convertida en altar para la peregrinación del imaginario colectivo.
El último morador de la gloria fue Nibali, que se abrió pasó entre la tempestad para entrar en la historia. Venció de rosa. Una década después, al mito se llegaba después de sobreponerse a Campolongo, Valparola, Passo Giau y Passo Trec Croci. Era la etapa, el tappone del Giro, como el gol fue el de Maradona en el Mundial de México. Pero todo quedó en humo. No hubo festejo.
El ciclismo pertenece a los ciclistas. Healy es de los que cree que el destino lo escribe uno, o al menos que desean encararlo. El irlandés arrancó en cuanto vio la primera cuesta. Pinot se le echó encima. Pelea de gallos. Puccio, del Ineos, les afeó la conducta. Dennis, pretoriano de Roglic, sonrió. Ese fue el primer signo de rebeldía. Más tarde se anudó el petate de la fuga.
Una fuga y calma por detrás
En el Passo Giau, una montaña colgada del cielo, la nieve remarcando su carácter, el Giro deambulando sobre una postal bellísima, resistían Buitrago, Cort, Gee, Hepburn y Verona por delante. En el retrovisor, un chaise longue promovido por Thomas y los suyos, que impusieron la paz. Nadie pataleó entre sus oponentes. Dieron la callada por respuesta.
Ni un chasqueo de insurrección. Una subida desprestigiada. La montaña, magnífica, un escenario ideal, convertido en tedio. Ventrudo el grupo a más de 2.000 metros de altitud. Decepcionante. En las chimeneas de los tejados de Italia, fumata blanca.
Después del prolongado y sinuoso descenso, en la bocana del Passo Tre Croci, Roglic cambió de bici. Hasta ese momento fue la única agitación entre los nobles. Montó un monoplato de 40 dientes con un piñón descomunal, de 44 dientes detrás. Su lanzadera. Quería agilizar las piernas. Enfadados los dioses, lanzaron la tormenta contra los los seres humanos. Lluvia. Gotas gordas. Granizo. Apedreados.
A Vine, el mejor costalero de Almeida, le tragó la tormenta. Plegado el Passo Tre Crocci, cualquier encuentro con la pasión tendría que ocurrir en Las Tre Cime di Lavaredo, donde el oxígeno no sobraba. Una corbata de presión asfixiaba. Buitrago derribó a Gee, el hombre de las fugas. El colombiano derrotó al canadiense, que era una agonía.
Un final decepcionante
Thomas, la boca abierta, se quitó la gafas. Quería ver la realidad sin filtros. Roglic desenmascaró la mirada. Almeida también abrió bien los ojos. Todo se concentró en los tres últimos kilómetros. Comprimido el Giro. Thomas, Roglic y Almeida compartían plano. Llegó el final. Al portugués se le nubló la vista cuando Roglic se erizó con lo poco que tenía. Demasiado para Almeida, que se resquebrajó.
Thomas, sobresaliente, amortizó el ataque de Roglic y quiso distanciarlo. El líder se lo quitó de encima por un instante en un ring de 400 metros, en un esfuerzo de pura agonía, donde nadie avanzaba.
Cuando el esloveno parecía vencido, agarró el manillar de abajo y alzó la voz para robarle tres segundos al galés. Tras tres semanas de partida de ajedrez, en un arco de 26 segundos, llega a la resolución del Giro. En el tablero de Las Tre Cime di Lavaredo, Thomas y Roglic firmaron tablas a la espera de la sentencia final del Monte Lussari este sábado. Bajo su reloj se citan Thomas y Roglic para reinar en el Giro.