Los aficionados al fútbol son muy particulares. Aunque todos ellos persiguen la belleza, el significado que cada individuo le da a este término es muy diferente. Mientras algunos vibran y se emocionan con el juego de toque, donde lo estético y plástico toma el protagonismo, otros, por su parte, solo necesitan un pase directo y una carrera, con su inherente esfuerzo físico, para levantarse de su asiento y entonar un grito de ánimo que se escuche en todo el estadio.
Sin embargo, todas esas preferencias desaparecen cuando llega el gol. Un elemento disruptor que, sin importar el camino que se haya tomado para conseguirlo, provoca un estado de euforia homogéneo y contagioso en aquellos que pueden celebrarlo y que, además, olvidan cualquier penuria que su club haya pasado previamente para compartir ese momento con quienes les rodean.