El artículo 47 de la Constitución española dice así: “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación”. Aquí cabría poner puntos suspensivos y hacer unas cuantas preguntas. Es lo que han hecho desde la compañía The Cross Border Project, fundada por Lucía Miranda hace una década como herramienta de transformación social y educativa que se convierta en una parte integrante de los centros de artes escénicas y educativos.
Desde la compañía han abordado temas como la diversidad, en ‘Alicias buscan maravillas’; la identidad en ‘Fiesta, fiesta, fiesta’; el género en ‘La chica que soñaba’... ¿Cómo llegan a ‘Casa’?
–Hace años llevábamos un proyecto en Madrid con menores refugiados que acababan de llegar y eso nos permitió tener una cercanía con personas que estaban sufriendo de primera mano el tema de la vivienda. A todo esto se unió el hecho de que a mi alrededor hay gente que está con problemas con la casa. Desde una amiga a la que están a punto de desahuciar a todo tipo de perfiles. Y esto me hizo preguntarme que si gente de mi entorno está pasando por estas circunstancias, cómo estarán en otros ámbitos respecto a esta problemática.
¿De qué tipos de casa habla la obra?
–De casas muy diversas. Hay cinco personajes principales. Uno es un chico que vive en una residencia de menores; otra es una joven refugiada; otro es un arquitecto al que la crisis de 2008 sacó fuera de juego; luego tenemos a una persona con diversidad funcional que quiere tener su propia casa, no un piso compartido, y también hay una activista de la PAH a la que van a desahuciar.
‘Casa’ es una pieza de teatro verbatim, es decir, que lo que se dice en la obra son palabras textuales de las personas que entrevistó antes de escribir el texto. En total, llegó a hacer 40 entrevistas. ¿Cómo se hace para ‘coser’ una dramaturgia con todo este material sacado de la realidad?
–Con mucho amor y mucha calma. Verbatim, en efecto, significa que todo está transcrito palabra por palabra. Yo entrevisto a las personas y luego transcribo todo, incluidos los dejes, cada detalle idiomático, cada acento o expresión, mantengo las pausas... Y luego trabajo con post-its en una pared. Siempre digo que soy una especie de hacedora de puzles o una detective que va cogiendo fragmentos y va uniéndolos en un pedazo más grande. De esas 40 entrevistas, hago una primera criba de 20, de esas me quedo con 10 y a partir de ahí voy hilando.
Cualquiera hemos podido conocer a personas que han sufrido mucho por el tema de la vivienda, pero también a quienes venden esos productos financieros que resultan ser una trampa. ¿Ese otro lado también está representado en el montaje teatral?
–También está, sí. Por ejemplo, hay dos banqueras. Recuerdo que en las entrevistas una me dijo que cuando se jubile le gustaría tener un programa de educación financiera, así que con su relato hemos hecho algo muy divertido. Hemos creado un programa y hemos convertido a estos personajes en dos marionetas. También hemos incluido el perfil de una persona que alquila en Airbnb, ahora que se habla tanto de la gentrificación y de la expulsión de los vecinos de toda la vida de estos barrios. Así que sí, la otra parte también está representada, aunque tengo que reconocer que me ha costado más entrevistarla.
Lo que está claro es que todos estamos relacionados con el concepto de casa, y, seguramente por eso, la identificación del público con esta historia será inmediata. ¿Por eso mismo puede llegar a incomodar, por lo mucho que nos suena todo?
–A la par que entrañable y muy emotiva, esta obra es muy divertida. Quizá lo que más duelan sean los testimonios del joven de la residencia de menores. Es muy difícil que te dejen entrar en un sitio así y que te permitan grabar. Pocas veces escuchamos las barbaridades que suceden y que les hacen. En todo lo demás hay una identificación muy grande por parte del público porque todos nos vinculamos con la casa, todos queremos tener un refugio. Y hay una cosa muy característica de la pieza, y es que el joven de República Dominicana tiene muchísimas cosas que ver con el arquitecto de 69 años de Valladolid. Eso es muy loco, que haya perfiles tan distintos, con orígenes culturales y económicos tan distintos que coincidan en tantas cosas. Eso mismo sucede con el público, que de pronto se sorprende identificándose con una joven refugiada, y eso es muy bonito.
¿Esas son las sensaciones que le han transmitido?
–Sí, las personas del público piensan que va a encontrar perfiles muy diferentes a los suyos, y, de hecho, los encuentran en lo que tiene que ver con origen social, cultural o económico, pero luego se dan cuenta de que los testimonios contienen muchos más puntos en común consigo mismas de lo que esperaban. Y eso ha hecho también que el público sea muy diverso. A ver Casa vienen desde adolescentes hasta mayores de 60 y 70 años. Y con todos funciona muy bien.
The Cross Border cumple 10 años de apuesta por el teatro documental en distintos formatos (site specific, role play, inmersivo...) ¿Cuál es el objetivo que persigue la compañía con este tipo de trabajos?
–Dar voz a personas que normalmente no son escuchadas. Con el teatro verbatim sucede una cosa muy bonita, y es que no solo se les da voz, sino que se les da acento, pausa, ritmo y tono. Estamos muy acostumbrados a escenarios muy blancos, con elencos de actores muy blancos, en los que se trabaja mucho con el acento neutro. Cuando entras en una escuela de arte dramático te enseñan a coger ese acento y todos los acentos de España, que son muy bonitos, resultan anulados; así que imagínate con los acentos de otros países. Y a nosotros el verbatim nos parece una herramienta clave para mostrar la diversidad de voces que existen en nuestra sociedad.
En la misma línea, también hay diversidad de acentos y orígenes entre los actores y las actrices de la compañía.
–Sí, normalmente trabajamos con un elenco culturalmente diverso que pueda representar la diversidad de los personajes que aparecen en las obras.
Trabajan mucho con centros educativos. ¿Se trata de dar voz también a los más jóvenes, a los que se critica mucho, pero casi nunca se escucha?
–Todos los proyectos educativos en los que estamos involucrados –esta semana también voy a dar formación a profesorado y a profesionales en Pamplona– tienen que ver con poner a los jóvenes en el centro. Se han hecho ya muchos espectáculos para ellos, pero no con ellos. Y nos olvidamos que son parte de la sociedad, igual que los niños, y que tienen el mismo derecho que los mayores a ser escuchados, a poder jugar, a hacer teatro y a tener presencia. Es parte de nuestra labor.
El objetivo de The Cross Border, dicen, es la transformación social a través del teatro. ¿Cómo va la tarea?
–Va poco a poco. Llevamos unos cinco años trabajando con jóvenes y hemos visto cambios en algunos de ellos. Tanto en actitud como en cómo afrontan el instituto o el sistema educativo después de participar en uno de nuestros proyectos. Y creemos que nuestro trabajo es transformador no solo para el público, sino también para las comunidades a las que damos voz. Para ellas es importante saber que su historia está siendo escuchada. Para mí en este trabajo con ellas hay una ética que tiene que ver con respetarlas y con mantener la relación y la devolución en todo momento. No se trata solo de obtener las entrevistas y luego desaparecer, sino de tenerles en cuenta y que puedan participar también del proceso creativo; que haya un toma y daca.