Il Lombardia fue la crónica de una victoria anunciada. Eso es Tadej Pogacar, que tiene algo de los personajes que Gabriel García Márquez describió en el imaginario Macondo, de su realidad mágica, en Cien años de soledad.
El esloveno, el campeón de todas las estaciones, el arcoíris que no cesa, el sol, el vendaval, la tormenta que todo lo arrasa, es un ser mágico, una criatura mitológica que vive en otra dimensión.
Venció de nuevo solo y al comando tras otra exhibición portentosa. El esloveno, deslumbrante y salvaje, se encumbró nuevamente en Il Lombardia, por cuarta vez consecutiva, tras el festejo del pasado año.
Dinastía Pogacar. Es una fiesta perpetua el esloveno, que todo lo puede, que nada humano le daña. Ni una grieta. Pletórico de marzo a octubre. Es una hipérbole en bicicleta.
Un campeón hipertrofiado que conquistó su 25ª victoria del curso. Increíble de punta a punta. Un uomo solo al comando, il suo nome è Tadej Pogacar. Se entronizó por cuarta vez en Il Lombardia desplegando el arcoíris y alzando su bicicleta al cielo con el rostro sereno de un paseante. Ni una brizna de cansancio. Fresco.
Ion Izagirre, cuarto
No se baja del firmamento el esloveno. En el planeta tierra, entre humanos, Evenepoel asomó a 3:16 del baile de la victoria de Pogacar. El podio lo cerró Ciccone, a 4:31 del astro esloveno. El mejor del grupo fue Ion Izagirre. Fantástico cuarto puesto para el de Ormaiztegi.
En otoño, Pogacar es la exuberante primavera, un estallido de bellos colores que funde al resto en negro. Después de él, la nada, la impotencia, la derrota, la costumbre. En la Clásica de las hojas muertas fue pura vida el esloveno, un dios pagano, un imperio en sí mismo del que no se intuye límite ni final.
Inalcanzable Pogacar
Pogacar es una alucinación. Una fantasía. No existe kryptonita frente a semejante superhombre. El esloveno ha cosido en su pechera el Giro, el Tour, el Mundial y dos Monumentos: La Lieja y Il Lombardia durante un curso superlativo. Nunca antes visto.
Un logro histórico que se empareja con la famosa campaña de Eddy Merckx en 1972. Tal vez la supere. La del esloveno, probablemente sea la temporada más grandiosa de la historia del ciclismo.
Pogacar mordió al Caníbal y emuló a Fausto Coppi, que logró cuatro victorias consecutivas (de 1946 a 1949) en la Clásica de las hojas muertas. Pogacar no tiene sentido. Todo resulta irracional, lejos de cualquier parámetro.
Despegue a 48,5 km de meta
El nudo gordiano de Il Lombardia estaba en Colma di Sormano, más de 12 kilómetros de ascensión con una pendiente media de 6,5% y rampas al 13%. Sivakov guiaba a Pogacar, silbante, de paseo, por una carrera que le pertenece.
Detrás del arcoíris, del mechón que asoma juguetón por el casco, amenazante, se prensó el oro olímpico Evenepoel y el instinto de Enric Mas. A la fuga apenas le quedaba oxígeno después de tratar de anticiparse al gigante esloveno.
En Colma di Sormano se murió la esperanza, claudicó la emoción en un paisajes hipnótico, repleto de belleza. Ni esos belvederes logran apaciguar a Pogacar. Mató el esloveno, que todo lo estruja, cualquier incertidumbre. El tiburón blanco. Una estampida en sí mismo. Implacable. Voraz. Corriendo hacia la historia. Gloria y honor.
En medio del puerto, del que pulverizó el récord mientras hablaba con un auxiliar, bamboleó los hombros. Sus perseguidores los encogieron. El lenguaje corporal de la victoria y la derrota en el mismo plano.
Arrancó a 48,5 kilómetros de Como y se acabó Il Lombardia, fumigado por un ciclista de otro planeta que vuela mientras el resto apenas camina. Aplastó a Evenepoel, Mas y Van Eetvelt como si de cadetes se trataran.
Los dejó tirados como colillas, la volutas de humo aún flotando en el aire de octubre. Pogacar escupió fuego y quemó cualquier expectativa. Nadie puede ganarle ni aproximarse. Quien lo intenta arde. Es un axioma.
Ni Evenepoel, campeón olímpico y mundial de crono, pudo limarle cuando se despegó de Mas y Van Eetvelt. Perseguía una sombra, una fantasma, en San Fermo Della Battaglia, la última colina, un muro de gente, voces y ánimos que arengaban la ambición de Pogacar, el imbatible camino de otra locura.
Un fuga para apurarle
Sonaron las campanas, el repique celestial en Madonna del Ghisallo, la patrona de los ciclistas, cuando la fuga replicó con sonidos de alarma, voceando una rebelión durante kilómetros.
La sublevación del pueblo contra Pogacar, el tirano arcoíris de Il Lombardia, una clásica que reverdece con la exuberancia del esloveno. Cuatro veces un jardín de flores cuando el otoño deshoja el verano que fue y asfalta de caducidad el camino.
En 1948 el papa Pío XII proclamó a Madonna del Ghisallo Patrona universal de los ciclistas. Una antorcha bendecida por el Papa fue trasladada desde Roma hasta el santuario a relevos. Luz a luz. Fuego a fuego. Gino Bartali y Fausto Coppi fueron los campeones que alumbraron a la patrona del ciclismo.
En el ciclismo de esta era, nadie con más estrella que Pogacar, tanta que el esloveno de las mil y una exhibiciones, –campeón del Giro, del Tour y del Mundial en el mismo curso– tuvo que responder a quienes cuestionan su rendimiento extraordinario, alucinante.
Antes de partir de Bergamo, Pogacar, el campeón de todas las estaciones, el violín de Vivaldi, expuso su opinión. “Siempre habrá celos, sospechas, no puedo hacer nada al respecto", dijo el esloveno, que habló del pasado, del fango del dopaje, para apartarse de todo aquello. “El ciclismo es víctima de su pasado. Sufre ahora por esos años. No hay confianza y no sé qué podemos hacer para recuperarla".
Pogacar evidenció que el ciclismo es un acto de fe. Creer o no creer. “Esperamos que la gente empiece a creer en nosotros. Tal vez en unas pocas generaciones la gente olvide el pasado, olvide a Armstrong y lo que hacían entonces". Las próximas generaciones recordarán a Pogacar.