Algunos datos: la agencia europea para la seguridad y salud en el trabajo estimaba que el coste de la depresión derivada del ámbito laboral podría estar en torno a 617.000 millones de euros anuales. La estimación de la cifra está compuesta por los costes para los empleadores derivados del absentismo y el presentismo (272.000 millones de euros), pérdida de productividad (242.000 millones de euros), costes de la asistencia sanitaria (63.000 millones) y los costes del bienestar social en forma de pagos de prestaciones por invalidez (39.000 millones de euros). El Instituto americano del estrés sostiene que el estrés en el trabajo cuesta a los empleados Estadounidenses más de 300 billones al año, y al sistema sanitario unos 200 billones. Según cita en un trabajo reciente el profesor Jeffrey Pfeffer de la universidad de Stanford, el 88% de las personas estadounidenses sienten que trabajan para una organización a la que su bienestar no importa, y que 3 de cada 4 personas se sienten desenganchadas de su empleo. Curiosamente, son datos muy en línea con el estudio de Workforce 2020 de Oxford Economics, que apuntaba a que solo el 13% de las personas trabajadoras afirmaban estar comprometidas con aquello a lo que se dedican.
Como se puede apreciar, el coste individual, social y económico relacionado con la situación de las personas en el trabajo es considerable en clave no solo de depresión y ansiedad, también se encuentran evidencias de su impacto en problemas como la obesidad, hipertensión, ataques al corazón, adicciones o ratios menores de natalidad.
Pero ¿Qué causas hay detrás de estos males? Según recopila Pfeffer, entre ellas se encuentran: 1. Estar en situación de desempleo, 2. Experimentar cambios continuados de trabajo. 3. Trabajar un exceso de horas. 4. Encarar conflictos familiares originados por el trabajo de cada uno/a, 4. Tener poco control sobre el trabajo a realizar / poca autonomía / poder de decisión. 5. Encarar mucha presión en el trabajo (exigencias de velocidad / carga). 6. Ser parte de un entorno de trabajo con apenas relaciones sociales, perniciosas y/o insuficientes o 7. Trabajar en un entorno donde las decisiones de la dirección resultan injustas.
Visto lo visto, me parece que, al menos, hay dos cuestiones en las que se podría incidir para mejorar la situación. La primera, quizás debamos revisar el concepto que tenemos de lo que debe ser el trabajo. La segunda, dejar de gestionar a las personas como si fueran recursos.
En lo que respecta a la primera, vivimos en ese anacronismo que hace creer que el resultado del trabajo de una persona está directamente relacionado con el número de horas que está en su puesto, mientras la evidencia empírica sugiere que, a partir de un número, reducirlas incrementaría tanto la salud como la productividad. Sin embargo, las jornadas intempestivas se han convertido en norma para personas que quieren avanzar en sus carreras, son el precio que hay que pagar por tener éxito, una demostración de compromiso y lealtad para con las organizaciones, o funcionan como demostrador del estatus de lo importante / indispensable que es uno/a.
En lo que concierne a la segunda, es clave tener en cuenta que son las decisiones y estilos de dirección las que crean, en gran medida, entornos de trabajo tóxicos. Responsables incompetentes que tratan a las personas como recursos, entornos tóxicos donde el bienestar y salud de las personas están subordinada a la ambición personal, poder, agenda o ego de algún responsable que obvia el peaje personal que inflige a terceros. ¿Cuáles son las consecuencias? Al menos, cuatro. 1. Los costes derivados del absentismo, 2. El presentismo (personas haciendo lo que no tienen que hacer o haciendo que hacen algo), 3. El descenso de la productividad, 4. Mayor rotación del personal y 5. Reducción (cuando no erosión) del compromiso de las personas.
A esto hay que sumar que otros hábitos decisorios que causan estragos en la salud de las personas y que es conveniente revisar. Entre ellos, la utilización de los despidos como herramienta clave de reducción de costos. La evidencia del impacto de los despidos en la empresa es bastante extensa. Y, sin embargo, hay poca de que estos generen los beneficios esperados, y sí más inconvenientes. Utilizados a menudo como forma de que la dirección tome medidas de algún tipo, rara vez solucionan los problemas subyacentes de los mismos. (modelos de negocio caducos, falta de ingresos, falta de productividad o bajos niveles de aceptación por parte del mercado.) Resumiendo, que pierden las personas y pierden las empresas.
¿Cómo salir de un entorno de trabajo tóxico? No resulta fácil. A menudo, las personas están tan afectadas sicológicamente y estresadas que se encuentran en un círculo vicioso en el que apenas les quedan energías para salir. Para otras, el trabajo es algo consustancial a la consideración que tienen de sí mismos/as o de su imagen, resultando que la opción de dejar la ven como un signo de debilidad y/o de fracaso. En los dos casos requerimos de ayuda, y hay que pedirla.
Total, que no debemos obviar el hecho de que el entorno de trabajo afecta profundamente la salud de las personas. Es comprensible que un entorno de trabajo incorpore ciertas cotas de estrés y exigencia, otra es que mande directamente las personas al médico, o haga su vida desgraciada. Avanzar en ello será bueno para las personas, y también para las empresas.