Buscar
Vida y estilo

Tránsito: un verano en Zarraluki, ocho relatos estivales y un mismo escenario (1/8)

Un serial de verano que tendrá 8 relatos. Todos ellos ocurrirán en un mismo lugar, Zarraluki
Un pueblo entre montañas, en una imagen de archivo.
Un pueblo entre montañas, en una imagen de archivo. / Freepik

Aquel último verano de mi niñez, allí en Zarraluki, el valle aún no había sido inundado. Sin embargo, como si de un antiguo y fatal vaticinio se tratara, habían transcurrido ya más de dos siglos desde que se levantara un faro en lo alto de la montaña sobre la que se asentaba el pueblo.

Fue precisamente ese faro, a más de cien kilómetros de la costa, lo que hizo que mi aita eligiera Zarraluki cuando decidió comprar una casa de veraneo.

−En ese pueblo todos tienen que estar un poco locos. Será un buen lugar para nosotros −recuerdo que dijo.

Y también que yo sentí un enorme alivio.

¿A dónde vais a ir de vacaciones? −solía preguntar la maestra, al finalizar el curso.

Y la mayoría de mis compañeros contestaban:

−Al pueblo.

Tener un pueblo, en el Pirineo o la Ribera de Navarra, en Burgos, en Cáceres, en Alhucemas..., era lo normal. Si no tenías pueblo eras una especie de extraterrestre abandonado por la nave nodriza en la ciudad, durante uno de sus veranos mortalmente aburridos.

−¿Y tú, Urtubia? −llegaba a continuación la pregunta fatídica.

Y a mí, entonces, que no tenía pueblo, me invadía un calor sofocante que se elevaba desde el centro de mi estómago hasta mis orejas, tornándolas incandescentes. Como cuando el Día de la Madre la maestra nos mandaba dibujar algo para nuestras amatxos y tenía que dejar la hoja en blanco.

Así que yo también contestaba, titubeante: “Al pueblo”, sin añadir más detalles (es decir, inventándomelo).

Fue durante aquel curso, justo antes del último verano de mi niñez, cuando por fin pude añadir con rotundidad a mi respuesta:

−A Zarraluki.

Sin saber todavía que Zarraluki también se convertiría pronto en un pueblo fantasma.

Un faro, en una imagen de archivo.

Un faro, en una imagen de archivo. Freepik

***

Llegamos a Zarraluki un día de canícula, a la hora de la siesta. Por las calles no se veía un alma, pero tras algunas ventanas se oían desperezarse discretamente las lamas de las persianas a nuestro paso.

En las puertas de la mitad de las casas había carteles en los que se leía Se vende, y en las de la otra mitad Urtegirik ez/Pantano no.

La nuestra, nuestra casa, en contra de lo que yo había imaginado, no estaba en ruinas, sino que resultó ser un edificio de dos plantas, amueblado y habitable. A mí me resultaba extraño que mi padre, un simple oficinista, hubiera podido comprar un caserón como aquel.

Tardé apenas unas horas en comprender que buena parte de los vecinos estaban malvendiendo sus propiedades, ante la inminente construcción del embalse que anegaría el valle, y que quienes se quedaban o se sumaban a ellos eran solo un puñado de incautos y soñadores que confiaban todavía en que conseguirían parar la obra o en que, en el peor de los casos, la cota del pantano se establecería por debajo de Zarraluki.

Por todo ello, en cuanto esos últimos vecinos se dieron cuenta de que nosotros estábamos allí para resistir a su lado, nos aceptaron como a unos más de los suyos. Y desde aquella misma tarde de nuestra llegada, una vez vencido el recelo inicial, los niños del pueblo compartieron sus juegos conmigo.

Al menos, hasta el día que apareció ella: Tránsito.

Una casa de pueblo.

Una casa de pueblo. Freepik

***

La primera vez que la vi fue en la cama elástica de la piscina, alrededor de la cual solíamos sentarnos, mientras esperábamos, paciente y civilizadamente, nuestro turno para saltar.

Tránsito se presentó un día, de repente, y se coló al resto, sin que nadie se lo reprochara. Como si todos aguardaran su llegada y la aceptaran de manera inexorable, del mismo modo que llegaban las estaciones del año o te brotaba una mañana un grano en la barbilla.

Tránsito era una niña de unos doce o trece años, con la piel muy pálida y el cabello tan negro y revuelto que parecía arrastrar una nube de tormenta en la cabeza. Llevaba puesta una camiseta, por encima del bañador, y, cada vez que ejecutaba uno de sus saltos sobre la lona, el revuelo de aquella camiseta dejaba al descubierto dos nalgas redondas, trémulas y lechosas, más propias de una mujer adulta que de una chica de su edad.

Aquella imagen me pareció perturbadora y no la pude apartar de mi mente durante todo el día. Notaba en el estómago un hormigueo del que solo pude liberarme cuando, por la noche, en mi cama, descendió hasta la entrepierna y comencé a manosear torpemente mi sexo. Cerraba los ojos y veía la goma elástica del bañador de Tránsito, engullida en cada uno de sus saltos por la hendidura de sus dos glúteos devoradores. Poco a poco, el ansia fue creciendo en mi interior hasta que una especie de ola se derramó pacíficamente sobre mis muslos y dejó al retirarse, junto con su espuma, los estertores de un placer hasta entonces desconocido para mí y tras el que llegó una extraña sensación de tristeza y desasosiego.

Una piscina, en una imagen de archivo.

Una piscina, en una imagen de archivo. Freepik

***

Durante los días siguientes, no pude dejar de pensar en Tránsito. Se me aparecía a todas horas por las calles del pueblo, como un espectro, cuando mi aita me mandaban a comprar el pan o cuando ella se incorporaba repentinamente a los juegos que yo compartía con los demás niños.

Por las noches volvía a masturbarme ferozmente, recordando el pellizco sanguíneo de sus pezones en la camiseta mojada, las briznas de hierba brillando entre los caracoles negros de su pelo, el aplauso de sus nalgas en cada brinco en la cama elástica…

Una tarde en la piscina, cuando el sol estaba ya poniéndose, alguien propuso jugar a Verdad o atrevimiento. No era la primera vez. A mí aquellas maniobras de iniciación amorosa me parecían un rollo. Del mismo modo que hasta aquel verano no había tenido pueblo, tampoco había habido nunca nadie que me gustara. Por ello, cuando me tocaba decidir entre una de las dos opciones, verdad o atrevimiento, me decantaba siempre por atrevimiento, pues tampoco encontraba ningún tipo de inconveniente o excitación en cumplir la prenda que solía imponerse: besar levemente a alguien en los labios.

Aquella noche, no obstante, cuando advertí que a los participantes en el juego se había incorporado Tránsito −por sorpresa y sin pedir permiso, como era habitual en ella− un latigazo de terror me recorrió el cuerpo. Quise salir corriendo, pero la botella que hacíamos girar en el suelo para elegir a la persona que respondería había comenzado ya a girar. Y, como si mi miedo ejerciera una misteriosa atracción hacia aquella botella, el cuello de la misma se detuvo apuntando en mi dirección:

−¿Verdad o atrevimiento? −preguntó alguien.

Mi cabeza se convirtió en una locomotora en marcha. Pensé que lo mejor para no descarrilar era contestar justo lo contrario a lo que hacía habitualmente. De esa manera evitaría la posibilidad de que a alguien se le ocurriera obligarme a besar a Tránsito.

−Verdad −dije.

Pero casi inmediatamente me di cuenta de mi error, pues a continuación tendría que responder a aquella otra pregunta fatídica, que inevitablemente vino después:

¿Quién te gusta?

Noté que las orejas me ardían.

No quería pronunciar su nombre, pero tal vez porque me aterrorizaba volver a dejar la hoja en blanco, o tal vez porque pensé que lo murmuraba solo para mí, se me escapó:

−Tránsito −respondí.

Y apenas lo hube hecho, desde la oscuridad que me separaba de ella, emergió una carcajada brutal, monstruosa, a la que, poco a poco, mientras yo echaba a correr, fueron sumándose las del resto de niñas y niños del pueblo.

Una botella en el suelo, en una imagen de archivo.

Una botella en el suelo, en una imagen de archivo. Freepik

***

Pasé casi una semana sin salir de casa. Echaba de menos a mi madre. Seguro que ella me habría ayudado a acabar con aquella pesadumbre y aquella confusión. Con aquella soledad. Mi aita pasaba la mayor parte del día en la ciudad, trabajando en la oficina (fue también durante ese verano cuando empezó a parecerme un poco raro que se pusiera pelucas o bigotes postizos para ir a la oficina, o que siempre que lo hacía llevara consigo la funda de una guitarra, aunque yo nunca le hubiera visto tocar ese instrumento). A pesar de todo, él también se dio cuenta de que algo me atormentaba y una tarde que visitó el pueblo un vendedor ambulante, en lo que, al parecer, era todo un acontecimiento durante los veranos de Zarraluki, me obligó a bajar a la plaza.

¡Chancletas con capota para los días de lluvia! −pregonaba allí sus estrambóticas mercancías aquel hombre, mientras alrededor de su furgoneta revoloteaban los que hasta hacía unos días habían sido mis amigos.

−¡Matamoscas con un agujero en el centro para dar una oportunidad a la mosca! −los hacía reír con sus ocurrencias.

Y las carcajadas, entre las que reconocí la de Tránsito, hacían resonar dentro de mi cabeza aquellas otras que tanto daño me habían hecho días atrás.

Eché a correr en dirección contraria, hacia la piscina. Una vez allí, mis pasos me condujeron, casi sin darme cuenta, a la cama elástica, que, por una vez, encontré vacía. Subí a ella y comencé a saltar con los ojos nublados por unas lágrimas que, sin embargo, el viento secó en los primeros brincos. Salté, con rabia, durante varios minutos. Cada vez más alto. Allí arriba, flotando en el aire, me sentía libre. Lejos del mundo. Libre como los pájaros que revoloteaban a mi alrededor, trazando figuras en el cielo, extrañas y distintas cada vez. Salté y salté. Más y más alto. Los niños, en la plaza, eran solo hormigas. Sobre un tejado, en una pancarta, se leía Urtegirik ez/pantano no. Salté tan alto que el faro de montaña, extranjero en su propio pueblo durante más de doscientos años, me guiñó su único ojo. A sus pies, vi que se extendía un mar de robledales y hayedos. Y, de repente, a lo lejos, también distinguí, sorprendida, una excavadora abriendo una zanja, como una primera herida en el corazón verde del valle .

Una excavadora, en una imagen de archivo.

Una excavadora, en una imagen de archivo. Freepik

2024-07-14T12:57:02+02:00
En directo
Onda Vasca En Directo