Polideportivo

Tras el tedio, Philipsen

El velocista belga, impecable, encuentra al fin la victoria tras una etapa para olvidar
Jasper Philipsen celebra con rabia su descorche en el Tour.
Jasper Philipsen celebra con rabia su descorche en el Tour. / Efe

Discutido y criticado, a Jasper Philipsen se le mira con recelo cada vez que se dispara en los esprints. Tiene tendencia a embarrarlos con maniobras que rozan lo legal. Siempre en el alambre, en el límite. Es un bala perdida el con muy buena puntería. El belga, el mejor velocista libra por libra del Tour, boxea en el cuadrilátero de la velocidad.

Le descalificaron en uno de ellos porque encerró a Van Aert. Una costumbre peligrosa. No encontraba consuelo Philipsen, derrotado en todos los debates eléctricos. Le superó en su ocaso Cavendish. Le sometió en dos ocasiones Girmay.

El belga no era capaz de ofrecer su mejor versión. Philipsen encontró la paz consigo mismo cuando le lanzó Van der Poel, muy opaco su Tour. Discretísimo. La chicane que anunciaba a los galgos definió en buena medida la candidatura del belga, impecable su definición en un final de Moto GP.

Al fin se reconoció en el espejo Philipsen tras varios reflejos deformados. El belga festejó la primavera con la Milán-San Remo, el monumento que premia a los velocistas.

Después se marchitó su flor. Los ramos de flores le esquivaron en el Tour. Deshojó su margarita y nunca le respondía que sí. El me quiere, no me quiere, era un cúmulo de derrotas.

Además, el sonrojo de verse descalificado le generó más presión al belga. Se desprendió de ella en Saint-Amand-Montrond en un ejercicio perfecto. El arcoíris de Van der Poel le desbrozó la llegada. Le dio color a Philipse, que al fin se despojó del gris. Descorchado, bebió su primer trago de champán.

Reencontrado consigo mismo, no concedió ni una esperanza al resto. Tampoco al verde de Girmay. El belga, inmaculado su esprint, se quitó un peso de encima. Le atormentaba el Tour. Con el de este martes suma siete laureles en la carrera francesa.

Descerrajado tras dar con la combinación ganadora, Philipsen prescindió de la pena. Festejó la victoria con rabia. Alivio de luto en un día descolorido, agarrado por el tedio y el aburrimiento de un pelotón ajeno a la competición. Todavía de asueto.

Lo sucedido el domingo en los caminos de tierra de Troyes aún fijan los mensajes de los que quieren cincelar el frontispicio de la historia del Tour. La polvareda de la polémica regresó a escena tras la jornada de descanso y quién sabe si de meditación.

El Tour también se disputa en el tablero mental, donde concluyen las cronos, el sterrato, las grandes cimas y las jornadas de descanso. Todo cuenta. Cada detalle. Cada gesto. Cada mirada.

Esgrima dialéctico

"Si lo que buscan es afectarme mentalmente no lo van a conseguir”, expuso Pogacar, el líder que supera en días de amarillo a Vingegaard aunque ambos empaten en coronas. Sugiere el esloveno que las piernas son más poderosas que la inteligencia y que no teme a nadie en la carrera. Es su estilo. Personal e intransferible. Ataque, pasión y arrebatos.

Dispara palabras y quejas sobre Vingegaard y su manera de encarar la Grande Boucle. “Creo que intenta decir que está peor de forma. Pero eso a mí me da igual, yo me concentro en mis piernas y trato de divertirme sobre la bicicleta”, apuntó el líder.

Pogacar ametrallaba palabras. “La etapa nos sirvió para ver que están corriendo contra mí, pero estoy acostumbrado. Estábamos dispuestos a ir hasta el final”, dijo el líder, con una renta de 1:15 sobre el danés. “El Visma me tiene miedo, pero yo no les temo. Este domingo temía más a Remco, parecía que iba volando por la carretera”, expuso Pogacar.

El esloveno está contrariado por el modo de correr de Vingegaard, que gestionó de maravilla, desde la lógica, el sentido común y el plan establecido una jornada muy peligrosa para él. Se refugió en su equipo y acabó el día con una sonrisa sobre la bici de Tratnik. Vingegaard no era Oscar Wilde. No cayó en la tentación.

“Si me hubiera ido con él al final, seguramente me habría atacado y me habría dejado tirado”, argumentó el danés. Vingegaard, campeón de los dos últimos Tours, que llega desde lo desconocido, desde las tinieblas de una durísima caída en la Itzulia, contestó que “la jornada del gravel, para nosotros, era un día cuyo objetivo era no perder tiempo. Y, gracias a nuestras tácticas, lo conseguimos. Tal vez hay gente que no lo entienda, pero ese es su problema”.

Pogacar y Evenepoel, que desea entrar en el debate entre el belga y el danés, quisieron desestabilizar con sus palabras a Vingeggard acabado el suplicio de Troyes. “A los que dicen que me falta valentía les digo que corrimos de forma inteligente. Si llego a pasar al relevo, me hubieran soltado en otro tramo de tierra y habría perdido el Tour”, enfatizó Vingegaard.

Absoluto aburrimiento

El debate servía como antídoto a una jornada que se hamacó sin rubor alguno. Los martes, al sol. La piernas, en barbecho. Se estiró el día de asueto. Puente. Solo un pincelada del viento cambió el rictus de spa en la carrera, que sesteaba, destensada, de vacaciones.

Fue un instante, un chasquido entre la mansedumbre. El ambiente era jovial. Una estampa de las piscinas que pintaba David Hockney, pero sin esa luz hipnótica y queda. Había colores, los de los maillots, el technicolor, pero el rodar, cansino, dejó todo en una gama de grises. No había contraste, solo languidez.

Se abrió el fuelle de un acordeón sin música. Ni un solo amago que rompiera el ambiente distendido, la cháchara, la broma. Les jaleaba la afición, que al menos pudo ver transitar a los dorsales sin demasiadas prisas ni velocidad.

Un regalo para sus ojos. El Tour, en pausa. Antonio López, maestro del realismo, domador de la luz, hubiera tenido tiempo para pintar la estampa. Posaba el Tour, holgazán. La etapa interminable. Indigesta.

Las ambiciones, escasas, esperaban justo al final, en Saint-Amand-Montrond, donde se disparó el estrés, el riesgo y la tensión para encontrar un lugar desde el que percutir. La tormenta de vatios a punto de desatarse. Se desencadenó al fin Philipsen, hambriento. Demasiado tiempo con el estómago vacío de gloria. Feliz por reconocerse frente al espejo. Ese soy yo. Tras el tedio, Philipsen.

2024-07-10T16:34:02+02:00
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