Hay personas que dejan constancia de su paso por la vida por motivos bien diferentes. Y hay quién incluso llega a prestar su nombre a una cueva. Es el caso de Pepetxo, una cavidad así denominada en el barrio de Atxurra, en Amoroto. El colectivo Ades Espeleologia Elkartea –asociación espeleológica creada en Gernika-Lumo en 1978–, profundo conocedor de todos los recovecos existentes en Busturialdea y Lea Artibai, ha lanzado el anzuelo para tratar de rescatar del olvido las vivencias de Joseph Díaz de Castro, nacido en Quijas –Reocín, en Cantabria–, “un cántabro del siglo XVIII” que dejó una profunda huella en la localidad.
Según las referencias a las que han tenido acceso, “entre los investigadores del karst de Lea Artibai se conoce desde hace tiempo la referencia a la cueva de Pepetxo”. Incluso, “José Miguel Barandiaran la visitó en 1935 mientras realizaba excavaciones arqueológicas en la cercana cueva de Atxurra junto con Telesforo Aranzadi y Enrique Eguren. Publicó los resultados aquellas observaciones en 1948”. Por lo tanto, su paso por la localidad es conocido, y desde hace varias décadas. “El nombre Pepetxon-kobia (o Pepetxon-kuebia, como dicen otros) le viene, según cuentan los vecinos de Amoroto, de que en aquella caverna vivió un individuo llamado Pepetxo, de quien es fama que introdujo el cultivo de la patata en Vizcaya”, según agregan.
Tenemos un lugar marcado ya en los mapas –la cueva se abre en la cara este de la montaña denominada Atxamonte, en Amoroto, aunque muy cerca de sus lindes con Berriatua–, inspeccionado en diversas ocasiones por los espeleólogos, pero falta descubrir los secretos de la vida de Pepetxo. Prosiguen desde Ades: “el Grupo Espeleológico Vizcaino (GEV), que venía operando desde la década de 1950, exploró también as cuevas de esta zona”. Y siguiendo las referencias de Barandiaran, “inspeccionaron la cueva de Pepetxo el 25 de noviembre de 1962, en compañía del arqueólogo Juan María Apellaniz y el paleontólogo Jesús Altuna; les guió a la misma Antonio Argintxona, habitante del caserío Atxurra. Catalogaron varias cavidades más en las inmediaciones, que numeraron correlativamente: así, la cueva de la que hablamos fue denominada Pepetxo I, y las demás II, III, IV... Posteriormente estas cuevas han venido siendo citadas en numerosas ocasiones, y reexploradas por los grupos como el Speleo Club Beti Goruntz de Bilbao”, agregan.
Posteriormente, cuando a finales de la década de los 70 se creó Ades, las cavidades amorotoarras eran bien conocidas. “Sin embargo, no fue hasta 2012 cuando pudimos dedicarnos a buscarlas e identificarlas; con bastante trabajo y la imprescindible ayuda de los vecinos. Pudimos localizar finalmente la célebre Pepetxo I”, citan. Disponían de notas de campo y entográficas, quedando apuntada la nota de Barandiaran “sobre el tal Pepetxo que vivió en esta cavidad, y archivada quedó sin mayor trascendencia. Pero, a veces, una información posterior arroja luz sobre elementos anteriores; y eso fue lo que ocurrió siete años después”. En 2019, Aitor Iturbe Gabikagojeaskoa, de la revista Kurik de Lekeitio se encontraba en el convento de los frailes carmelitas de la vecina Markina-Xemein, concretamente revisando tres volúmenes manuscritos de la obra Antigüedades de Vizcaya de Juan Ramón Iturriza que se custodian en su biblioteca. Y en uno de ellos encontró una lista de los caseríos de Amoroto, con una pequeña nota marginal” en la que aparecían algunos apuntes de la vida de Pepetxo, como que fue enterrado “en 5 de mayo de 1797 Joseph Diaz de Castro, natural del Concejo de Quijas valle del Renin en la montaña; el cual hizo vida heremítica en la cueva de Achurra: fue soltero con voto de castidad”. El impacto fue hondo para los miembros de Ades, a los que Iturbe pasó la información “conocedor de la labor del grupo”. “Nos envió la fotografía del manuscrito”, tal y como relatan.
No es extraño que la cueva de Atxurra “mencionada en el documento de Iturriza probablemente no es la misma que hoy conocemos”. “Es lógico pensar que, en el siglo XVIII, los lugareños pudieron haber dado un nombre distintivo a aquella donde se acomodó aquel ermitaño solitario”, ahondan. Pero una información lleva a otra, “y tras publicar estas cuestiones en la memoria anual del ADES correspondiente a 2019 pudimos conocer otro detalle: Jabi Aranguena, seguidor del grupo, nos hizo llegar una referencia del periódico El Noticiero Bilbaíno del 27 de junio de 1882, donde encontró un artículo sobre la cueva de Atxurra (la actual) haciendo referencia a una persona de la localidad que testimoniaba que “teníase a este hombre por santo; todos los días venía a Amoroto a oír misa, y solo comía patatas que enseñó a cultivar y comer en este pueblo, donde eran desconocidas. Es sumamente emocionante esta referencia de un tiempo en que, “sin duda, el recuerdo de este hombre todavía permanecía vivo en las conversaciones de algunas familias”.
En este punto, y a pesar de que “es imposible una certeza del 100%”, los indicios apuntan a que este Joseph Díaz de Castro y Pepetxo pueden ser la misma persona: un cántabro de Quijas, municipio de Reocín (en el documento se menciona “Renín”, pero parece un error de transcripción), provincia de Santander. Zona que no tenemos el placer de conocer, pero donde según tenemos entendido hay abundancia de cuevas; por lo que podemos pensar que Joseph ya estaba familiarizado con el medio subterráneo a su llegada a aquel remoto paraje”.
Preguntas sin respuesta
Es este punto, las preguntas de los miembros de Ades se agolpan una tras otra. “Una vez sabido todo esto, hemos podido prestar algo más de atención y ver con otros ojos los parajes circundantes a la cueva, reparando por ejemplo en la considerable distancia que existe entre la gruta y los caseríos de Amiax, acentuada por la abrupta orografía del terreno. La amistad que se fraguó entre los labradores y el ermitaño, estuvo precedida sin duda de largas caminatas entre uno y otro lugar. Por otra parte, la cuestión de la identidad del eremita no deja mucho lugar a la duda. Pero, “¿cuándo nació Joseph Díaz de Castro?, ¿qué tipo de vida llevó en su juventud?, ¿por qué tomó la determinación de retirarse del mundo?, ¿cómo llegó a ese paisaje aislado? (donde en aquella época los caminos carretiles más próximos se encontraban a varias horas de marcha a pie), ¿qué relación tuvo con los habitantes de la zona? (que, a la sazón, con toda seguridad eran vascohablantes monolingües), ¿cuál es la primera referencia del cultivo de la patata en la comarca de Lea-Artibai?”, se cuestionan.
Todas esas preguntas pueden tener respuesta, pero estas deberían venir de la vecina Cantabria. “Un compañero de grupo, Antonio García Gamero, ha podido realizar otra aportación más a esta fascinante microhistoria”, subrayan. García Gamero “localizó una tesis doctoral (Palanca, 2011) que nos aporta datos interesantes, como la fecha de la traída de la patata al País Vasco: fue exactamente en 1772, desde Irlanda, y a iniciativa de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, para sembrarla en diferentes caseríos de Bizcaya y de Guipuzcoa“. En efecto, en esta zona –uno de los focos principales de la Ilustración española–, fue habitual que los miembros de la Real Sociedad, muchos de ellos grandes terratenientes, introdujeran las innovaciones en las granjas de su propiedad”. En todo caso, “queda pendiente conocer cuál fue exactamente el papel que Pepetxo jugó en la expansión local del nuevo cultivo”. Ades confía en que toda las averiguaciones realizadas no caigan en saco roto y que “algún día, encontremos un nuevo cabo del hilo de donde tirar para conocer mejor la historia de Pepetxo, el cántabro”.