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Vida y estilo

Tras las huellas del fuego en Euskal Herria

Sumergidos en su verde geografía, descubrimos los silenciosos testimonios de un pasado ígneo que moldeó el paisaje de nuestros territorios

Cada rincón de Euskal Herria guarda un secreto, una historia escrita en roca y fuego que resiste al paso del tiempo. Mientras recorremos sus verdes montañas y costas abruptas, encontramos vestigios de un pasado vibrante en el que el magma brotaba desde las entrañas de la tierra, moldeando paisajes que a día de hoy nos maravillan.

Nuestros territorios, en los que ahora reina la calma y no existe riesgo de erupción, fueron testigos de ríos de lava y océanos hirvientes. Nuestro viaje no es solo una exploración geológica, sino un diálogo con la memoria viva de un territorio que se niega a olvidar sus naturales orígenes.

Desde un sill hasta diques volcánicos

Nuestro recorrido comienza en Elgoibar, donde la historia geológica cobra vida a través del imponente sill, una intrusión de magma que hace millones de años se abrió paso entre las rocas sedimentarias. Este sill, excepcionalmente bien conservado, nos permite imaginar la fuerza descomunal que desde las profundidades del planeta dio forma a estas estructuras.

Continuamos hacia Eibar, donde los diques volcánicos se presentan como muros naturales que cortan el terreno y surgen como delgadas lenguas de roca endurecida. Estas formaciones, vestigios de antiguas fracturas por las que ascendió el magma, nos hablan de un tiempo en el que el terreno se quebraba y el fuego emergía, trasformando para siempre el entorno.

Al caminar por las colinas de Eibar, podemos contemplar estos diques que se integran con el paisaje, formando un contraste entre lo orgánico de la vegetación y lo rígido de las rocas volcánicas.

Nos desplazamos hasta Soraluze, donde las lavas almohadilladas nos sorprenden con sus formas redondeadas, resultado de erupciones submarinas que al enfriarse rápidamente al contacto con el agua crearon estas singulares estructuras. Al contemplarlas, sentimos la conexión entre el fuego y el agua, fuerzas opuestas, pero que decidieron colaborar en favor de la naturaleza a la hora de esculpir estas rocas.

Pisarlas nos transporta a un tiempo remoto en el que el magma brotaba del océano, creando nuevos fragmentos de tierra que con el tiempo serían colonizados por la vegetación que hoy conocemos.

Nuestros pasos nos llevan hasta el cordal montañoso de Karakate, que nos ofrece una panorámica de coladas traquíticas y depósitos piroclásticos, testigos de erupciones explosivas que cubrieron la región con cenizas y lavas, y que datan de hace unos 30 millones de años.

Al ascender sus laderas, casi podemos escuchar el eco de aquellas detonaciones nativas que sacudieron la tierra y alteraron el horizonte, creando capas de flujos de lava que dieron lugar a una geografía escarpada y dramática.

Vista del cordal montañoso de Karakate.

Vista del cordal montañoso de Karakate. Jabi Leon

Lava submarina

Proseguimos con nuestro recorrido en la playa de Meñakoz, que guarda en su extremo occidental una colada de lavas almohadilladas que se adentran en el mar. Estas formaciones, nacidas de emisiones bajo el agua, nos recuerdan la constante interacción de los elementos y cómo, en su danza, dieron forma a numerosos paisajes de sobrecogedora belleza.

Vistas de la playa de Meñakoz.

Vistas de la playa de Meñakoz. Olga Sáez

El descubrimiento de Astrabudua

Echamos un vistazo a Astrabudua, donde en enero de 2007 un descubrimiento sorprendió a los operarios que trabajaban en la construcción de su campo de fútbol. Desde las profundidades de la tierra emergieron tres grandes rocas volcanoclásticas con forma de esfera que, a día de hoy, adornan una rotonda de las cercanías del equipamiento.

Además, hace unos cuantos meses, durante las obras de ampliación aparecieron otras dos. Una de ellas ha sido colocada en las inmediaciones, mientras que la otra ha sido donada al Campus de Leioa, donde forma parte de la colección de rocas más representativas de la cuenca vasco-cantábrica de Bizkaia.

Estas formaciones, no muy conocidas, son piezas clave en el mosaico geológico de la región, que se convierten en testigos silenciosos de la actividad volcánica que una vez dominó el paisaje.

Caminamos hasta el monte Jaizkibel -conocido por su diversidad geológica- que, con sus estratos inclinados y formaciones rocosas, nos muestra las cicatrices de antiguos procesos volcánicos y tectónicos. Desde su cima, al contemplar el vasto horizonte, sentimos la magnitud de las fuerzas de la naturaleza que dieron forma a estas superficies.

Caminantes por el monte Jaizkibel.

Caminantes por el monte Jaizkibel. Redaccion DNN

Una geografía de contrastes

Nos asomamos al monte Adarra, un claro ejemplo de nuestra geografía rica en contrastes. Convertido en un paisaje pintoresco, desde su cumbre podemos disfrutar de una vista panorámica que nos permite comprender como estas antiguas localizaciones volcánicas influyeron en el diseño del entorno que hoy conocemos.

Con sus afloramientos de rocas ígneas, nos invita a reflexionar sobre la persistencia de la naturaleza y de cómo, a pesar del paso del tiempo, las huellas de su espectacular pasado permanecen grabadas en la tierra.

El monte Adarra al fondo.

El monte Adarra al fondo. Aitor Ventureira

La siguiente parada en nuestro recorrido es el macizo de Aiako Harria, que con sus picos escarpados y formaciones de gabro nos transporta a una época en la que el magma ascendía desde las profundidades, solidificándose en estructuras que a día de hoy desafían al cielo. Sus rocas, formadas en procesos de alta presión de temperatura, nos hablan de un pasado volcánico profundamente arraigado en la tierra.

Rastros volcánicos

Nos pasamos por el valle de Roncal, específicamente por la zona de Larra, donde encontramos indicios de actividad volcánica que, aunque menos evidentes, forman parte del complejo rompecabezas geológico de Navarra. La actividad ígnea que marcó esta zona hace más de 40 millones de años nos deja rastros en forma de pequeñas formaciones que a menudo pasan desapercibidas, pero que al ser observadas con atención revelan una historia fascinante de erupciones y flujos de lava que llegaron hasta los confines del valle de Roncal.

Por último, observamos el conjunto volcánico de Uarka, que se erige como un testimonio de la intensa actividad magmática que se dio en la región. Las formaciones de lava, los flujos proclásticos y los afloramientos de rocas volcánicas que presenta nos dan una visión detallada de la moldeación magmática que sufrió. Rodeados de estos restos, sentimos una conexión directa con el pasado geológico, como si la tierra aún susurrara las historias de aquellos lejanos tiempos.

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Finalizamos nuestro recorrido sintiéndonos pequeños ante la inmensidad del tiempo y la fuerza creadora de la Tierra. En cada roca y en cada monte descubrimos un latido, un eco de aquellas erupciones que forjaron el paisaje que hoy admiramos.

Euskal Herria nos ha enseñado que la belleza no siempre se encuentra en lo evidente, pues a veces puede estar oculta en los pliegues de la historia y en los susurros de las piedras que han visto pasar millones de años. Nos despedimos con el alma enriquecida, sabiendo que estas tierras no solo cuentan nuestro pasado, sino que nos recuerdan que todo forma parte de una danza eterna entre la destrucción y la creación.

2025-01-12T09:00:04+01:00
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