Ya podemos encontrar en las librerías Chamanes eléctricos en la Fiesta del Sol, donde dos amigas se enfrentarán al verdadero significado de la amistad mientras buscan el amparo de un refugio en el que poder escapar de sus duras y violentas vidas, sin percatarse de que el miedo siempre nos persigue.
Se trata del nuevo proyecto de la ecuatoriana Mónica Ojeda, considerada como una de las novelistas más relevantes de la literatura latinoamericana contemporánea tras haber sido seleccionada por Granta como una de las veinticinco mejores narradoras en español de menos de treinta y cinco años.
Atendiendo a la sinopsis de Chamanes Eléctricos en la Fiesta del Sol, ¿puede contarnos cómo se ha metido ahí?
Me he metido en un libro que va sobre el abandono, donde los personajes intentan encontrar un refugio a través de la música, la poesía y el baile. Aun así, no se dan cuenta de que las heridas de la violencia siempre las llevas encima, aunque te muevas de un territorio a otro, siempre las llevas contigo.
¿Se imagina yendo a la Fiesta del Sol? ¿A quién se llevaría?
Yo sí, me encantaría ir con todas mis amigas. Me inspiré mucho en un festival que se hizo en Ecuador en 1999 en el cráter de un volcán. Me obsesioné con él, busqué fotos y crónicas. No sé por qué no se volvió a hacer pero se llamaba Rock Volcánico. Me hubiese gustado ser adulta en ese entonces para poder haber asistido.
¿Se ha encontrado con algún desafío durante la creación de la novela?
A un montón. He tenido que tomar varias decisiones respecto a cómo contarla. Elegí contarla de forma mucho más compleja, tanto en la estructura de la novela como en el lenguaje. Opté por una narración contaminada por la realidad imaginada y la tangible. La novela tuvo cinco borradores, imagínate.
¿Existen aspectos de su propia vida, cultura o experiencias personales que se reflejen de alguna manera en la trama del libro?
La escritura de ficción siempre es autobiográfica. Yo creo que toda escritura es autobiográfica, pero en la ficción ponemos máscaras, no solo para alejarnos de lo que estamos contando, sino para llegar a una verdad. A veces el camino más retorcido es el camino más directo para llegar a un territorio. Más que experiencias directas que me hayan ocurrido se trata de una verdad autobiográfica emocional. La experiencia de sentirte abandonado siendo joven y viendo a la muerte tan cerca. La experiencia de tratar de huir porque yo soy migrante también. Pero tú llevas el territorio siempre encima. La huida es un deseo que nunca se concreta, nunca huyes, solo mueves el cuerpo a otro territorio.
Si tuviera que elegir una única palabra para definir la novela, ¿cuál elegiría?
Te voy a decir lisergia. Sí, lisergia.
¿Cuál es el personaje de la historia con el que más identificada se siente y por qué?
Yo siento que estoy repartida en muchos , hay elementos en cada personaje con los que puedo empatizar. En Noa veo a mi yo adolescente en esa especie de entrega salvaje por reformular el dolor a través de una experiencia con la música y con el baile.
El libro está ambientado en un contexto futurista en el que Ecuador sigue siendo un país con una situación complicada. ¿Qué es lo que tiene que cambiar para que varíe?
Creo que es muy complicado. La mayoría de países en la región siempre han tenido históricamente problemas de narcotráfico pero nunca los han terminado de resolver. Creo que es muy difícil. No veo un futuro inmediato en donde esto se solucione. Por otro lado, creo en el espacio de resistencia de la gente, creo en la micropolítica y en cómo la gente de mi ciudad natal sigue haciendo sus cosas. Hacen arte para tratar de encontrar belleza incluso en medio de la muerte. Hacen pensar a la sociedad y la sensiblizan. Creo que hay un lugar en el que podremos sobrevivir en esos espacios que se abren pese a toda la violencia en una sociedad.
¿Qué papel juegan la música, la poesía y la danza, ya no solo en la novela, sino en su vida?
Un papel absoluto. Si a mí algo me ha salvado ha sido el arte. Es la capacidad de, a través de la lectura y de la escritura, hacer otro tiempo del cuerpo y de la mente. Vivimos en una temporalidad rápida y no te da tiempo a sentir profundamente. Me encanta poder mirar el mundo a través del prisma del arte que a mí más me convoca, y si lo miro desde allí, de repente me dan ganas de vivir. Sin eso, no tengo ganas de vivir.