El 22 de diciembre de 2018, el Sanse ganó a domicilio al Arenas de Getxo (0-2) con goles de Celorrio y de Roberto López. En su cuerpo técnico respiraron hondo, después de sumar una sola victoria en las ocho jornadas previas. Apenas media hora después del encuentro, Imanol Alguacil se sentó en la primera fila del autocar junto a Labaka, dejando caer todo el peso de su cuerpo sobre la butaca. "Qué bien Mikel, vamos a tener unas navidades tranquilas", suspiró aliviado a su segundo. Pero transcurridos solo cuatro días, las fiestas de ambos eran ya cualquier cosa menos relajadas: el club cesó a Asier Garitano para subirles al primer equipo, donde siguen trabajando. Y que les dure. La anécdota me la contó el propio Imanol el 23 de diciembre de 2019, cuando abrí una entrevista con él preguntándole qué estaba haciendo justo un año antes. El míster contestó jovial y dicharachero. No era para menos. La víspera, su Real había ganado a Osasuna en El Sadar (3-4) para situarse quinta en la clasificación. Esas sí que fueron unas "navidades tranquilas". Y felices.
De 22 de diciembre a 22 de diciembre. De visita a Osasuna a visita a Osasuna. La vida está repleta de paralelismos y también de contrastes que a menudo nos sirven para observar desde la distancia cómo nos va cambiando el paso del tiempo. En el caso de esta Real, la metamorfosis resulta, obviamente, positiva. Y ahí están aquel 3-4 de 2019 y el 0-2 de este domingo para demostrarlo. Cuando Odegaard, Oyarzabal y compañía tomaron Iruñea, lo hicieron en un partido no apto para cardíacos, sin ataduras, durante el que se sucedieron las ocasiones. Recuerdo a Portu y al eibartarra, lanzados por el noruego, destrozando a los de Jagoba mientras atacaban la espalda de sus centrales, atraídos por un Willian José incomensurable. Y recuerdo también a los txuri-urdin regalando goles, metiendo a su rival en el partido y naufragando dentro de su área ante el potente juego aéreo navarro. Demostraron ser un equipo bonito de ver, divertido para el espectador, pero carente de solidez en contextos adversos como el que les tocó terminar viviendo. Nada grave. Estaban creciendo. Y vaya si lo han hecho.
Once de los catorce futbolistas que participaron en aquel partido siguen integrando actualmente la plantilla de la Real. Solo faltan Diego Llorente y los mencionados Odegaard y Willian. Así que tampoco se queda uno calvo a la hora de dar con las claves de la mejoría: continuidad en una gran plantilla, continuidad de un gran cuerpo técnico, horas de vuelo acumuladas y trabajo. Mucho trabajo. La grada de El Sadar terminó el partido de hace dos temporadas en estado efervescente, vibrando con el empuje de los suyos y reclamando un más que posible penalti de Le Normand sobre Fran Mérida. El domingo, mientras, los hinchas rojillos asistieron a los minutos finales desde la desquiciante calma que genera saberse ya derrotado. El equipo que estaba enfrente poco tenía que ver con la última versión txuri-urdin a la que habían podido ver en directo.
Me gustó la Real en Pamplona porque fue fiel a sí misma. Intentó jugar a lo que acostumbra pese a las dificultades que entraña hacerlo en El Sadar y contra Osasuna. Se las arregló para encontrar salida a través de Mikel Merino hasta que Jagoba, allá por el minuto 20, ajustó a los suyos retrasando a Torró. Y, dentro del nuevo contexto, exploró vías adicionales hacia la portería rival, principalmente centrando a los extremos (gran Januzaj) para recibir a la espalda de los pivotes rojillos. Lo hasta aquí enumerado habla de la personalidad del equipo. Mientras, lo sucedido en las fases menos amables del partido, esas en las que el empuje rival obligó a plegar velas, habla de una madurez a prueba de bombas que permitió a los txuri-urdin recogerse en un 4-4-2 de bloque bajo gracias al que Remiro ni se manchó los guantes. Porque la tuvo Brasanac, sí, pero después de una muy buena transición osasunista tras ataque de la Real. El adversario también juega, faltaría más. Y el del domingo era de los potentes. Mucho mérito de los nuestros.