Hay razones objetivas para explicar que la conquista ahora del segundo torneo continental es más compleja que años atrás
Sí, lo reconozco. Yo era de aquellos que en 2017, cuando la Real de Eusebio luchaba para sellar su pasaporte, defendían que la Europa League suponía el título más accesible para nuestro club. A decir verdad, los cambios en el fútbol todavía se estaban gestando. No habían terminado de cuajar. Pero la realidad de lo visto entonces terminó demostrando que estábamos equivocados y que aquello de tocar chapa continental quedaba ya muy lejos. ¿Cómo se encuentra ahora el asunto? Pues difícil, muy difícil, porque la mencionada metamorfosis de este deporte y de sus competiciones se ha asentado plenamente, ofreciendo razones objetivas y subjetivas para mirar a la final del Sánchez Pizjuán como a un sueño la mar de complejo.
Hay argumentos palpables, con cara y ojos, irrefutables ellos, que dificultan actualmente la gloria europea a equipos como el txuri-urdin, por mucho que el Villarreal (con todos los matices diferenciales entre ambos proyectos) sea el actual campeón del torneo. Hasta mediados de la pasada década, la Europa League llegó a significar una competición incluso despreciada por la gran élite, que se tomaba sus partidos a chufla si caía rebotada desde la Champions. CSKA Moscú-Sporting de Lisboa, Sevilla-Middlesbrough, Zenit-Glasgow Rangers, Atlético de Madrid-Fulham o Sevilla-Dnipro son finales de hace nada, de cuando conseguir el título solo te aportaba honor y un trofeo. Si nuestra ilusionante Real actual se llega a encontrar con un contexto semejante, pensar en lo más grande ni siquiera habría requerido tirar de optimismo. Pero la UEFA vio en su día el percal y movió ficha para dotar de más glamur a su segundo campeonato. El ganador pasó en 2016 a obtener un billete directo para la siguiente Champions. Y varió la cosa, vaya si varió. Los llamados grandes empezaron a mirar con ojitos a un certamen que antes repudiaban.
A esta última circunstancia, clave a mi entender, cabe añadir dos cambios igual de capitales que se han dado durante los últimos años. En primer lugar, debemos decir que la Champions es cada vez más elitista. Los cupos de clasificación para las federaciones modestas escasean ya. Son las grandes ligas las que acaparan la primera fase, sin necesidad de que sus numerosos clubes participantes en el máximo torneo jueguen previas. Y esto ha redundado, lógicamente, en un nivel muy mejorado. Los Sheriff son los menos. Proliferan los llamados grupos de la muerte. Y cada diciembre vemos cómo la nómina de terceros que caen a la Europa League quita el hipo a cualquiera. Que se lo digan a nuestra Real. Por si todo ello fuera poco, la UEFA ha creado ahora una tercera competición, la Conference, que reduce de 48 a 32 la nómina de participantes en la instancia que ahora dirimen los txuri-urdin, dejándola con poquitas cenicientas e incrementando la dificultad de las liguillas.
Resumiendo. Esta Europa League es más selecta que las anteriores, caen a ella desde la Champions mejores equipos que antaño y estos últimos, además, lo hacen plenamente interesados en conseguir un título que hasta hace unos años no les decía absolutamente nada. Hablamos de cuestiones derivadas del reglamento y que pueden imprimirse en un papel. Pero aún hay más. Si dejamos a un lado las decisiones federativas y los formatos de competición nos queda ya el juego. Y el juego viene describiendo una tendencia perjudicial en Europa para los equipos de la Liga, víctimas en el panorama internacional de ritmos a los que no están del todo acostumbrados. Refresco de nuevo el reciente título del Villarreal, lo tildo de excepción que confirma la regla y subrayo por encima de todo que el fútbol que consumimos por aquí los domingos parece otro deporte si lo comparamos con lo de los martes, los miércoles y los jueves. Otra velocidad.
La Real mira al panorama general desde el positivismo y desde la paciencia. Positivismo porque ha adoptado un camino firme y decidido, adecuado a mi juicio, que le convertirá en cada vez más competitiva fuera de nuestras fronteras. Y paciencia porque, pese al rumbo adecuado, llevamos aún unos años de retraso en la instauración de métodos similares a los que triunfan actualmente en Europa. Es de suponer que, con el paso del tiempo, los canteranos que emerjan estarán todavía mejor preparados para jugar a las velocidades que imperan. Es de suponer que el volumen de lesionados bajará cuando los futbolistas txuri-urdin lleven ya desde infantiles-cadetes ejercitándose de la misma forma. Es de suponer igualmente que el poder de atracción para reclutar buenos jugadores se mantendrá mientras la propuesta de los equipos del club resulte coherente con lo que se hace ahí fuera. Vamos bien. Y ahora, la mejor forma de progresar durante el viaje consiste en afrontar con todo cada experiencia, justo lo que hicieron los nuestros hace quince días en Eindhoven. Allí empataron, y pudieron llevarse, un partido de los que hasta hace poco perdían siempre. Y apuesto a que hoy consiguen que salgamos de Anoeta orgullosos de ellos. ¿Ganar la Europa League? El camino decidirá, pero en esta carretera esperan muchas curvas. Las de Mónaco tienen fama de peligrosas.