El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, levantó este miércoles un muro arancelario alrededor de Estados Unidos en un acto largo y solemne en la Casa Blanca. “Hoy es la declaración de independencia económica de Estados Unidos”, dijo; también aseguró que “es el día en el que la industria volvió a renacer”, “el día en que volvimos a ser ricos” y “el día en que el destino volvió a ser nuestro”. En definitiva, el día en el que el mandatario estadounidense ejecutó su particular venganza contra un mundo que, según él, se “aprovecha” de Estados Unidos. “Nos han timado desde hace 50 años y eso va a cambiar”, señaló.
La primera medida que anunciaba era conocida, la imposición de aranceles del 25% a todos los coches fabricados fuera del país, una decisión recibida entre aplausos. Y, tras una extensa exposición sobre ese “timo” -encargó un informe sobre ello-, llegó el turno de los llamados aranceles recíprocos. “Les vamos a cobrar la mitad de lo que ellos nos cobran”, anunció. Según la lógica de Trump, la Unión Europea grava los productos estadounidenses con un 39%, por lo que los aranceles que impondrá al bloque europeo serán del 20%. En resumen, lo que hizo este miércoles Trump fue imponer una tasa mínima del 10% a todas las importaciones y castigar con más fuerza a los países y bloques que son sus principales socios comerciales, como China, al que ha impuesto un gravámen del 34%.
La Casa Blanca llevaba semanas preparándose para ese momento. Este fin de semana, su principal asesor en la materia, Peter Navarro, explicó que el Gobierno espera recaudar 600.000 millones de dólares anuales con los aranceles, unos seis billones de dólares a lo largo de los próximos diez años. Según los cálculos, esa cantidad se conseguiría imponiendo aranceles medios superiores al 20%. Hay un detalle a tener en cuenta: que para conseguir esa recaudación, sería necesario que se mantuviera el mismo nivel de importaciones actual, lo que choca con su idea de que los aranceles fortalezcan la producción nacional y reduzcan las ventas del exterior.

Los aranceles impuestos por Trump.
Cambio de paradigma
La de este miércoles fue una jornada de espera y de total inquietud. Era una jornada trascendental y se palpaba en las declaraciones institucionales, en la expectación de las empresas y en las conversaciones ciudadanas. “El día de la liberación”, como denominó Trump a este acontecimiento, el tercero que nombra así junto a la jornada electoral y su nominación presidencial, se percibía como un cambio de paradigma en el comercio internacional. A Trump le obsesiona la balanza comercial negativa de su país, un déficit que el año pasado se situó en los 1,2 billones de dólares -las exportaciones sumaron 2,08 billones de dólares y las importaciones, 3,3 billones-.
En el caso concreto de la Unión Europea, uno de sus principales socios y uno de los principales afectados también por la guerra comercial, Estados Unidos importó bienes por valor de 584.000 millones de euros, mientras que exportó productos por 357.000 millones. Otro saldo negativo. Su filosofía se basa, principalmente, en que “las exportaciones son buenas y las importaciones son malas” y busca equilibrar la balanza.
Trump considera, además, que los aranceles impulsarán el “renacer” de la industria manufacturera estadounidense y obligará a quienes quieran vender sus productos en Estados Unidos a instalarse en su país para evitar los gravámenes. Sin embargo, los críticos auguran incrementos en los precios para los consumidores estadounidenses y no descartan que aumenten el riesgo de una recesión. El martes, la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, pidió paciencia a los estadounidenses ante el previsible aumento de los precios y explicó que la intención del presidente es “proteger a las generaciones futuras”.
Si este miércoles fue el “día de los aranceles”, este jueves lo será el de las reacciones. Hablará la UE y también el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, que saldrá al mediodía para anunciar su plan de respuesta en forma de ayudas a los sectores más afectados.