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El Nadal el año pasado, y ahora El mejor libro del mundo. Si algo ha demostrado Manuel Vilas es que aspira a lo más alto y de momento lo está consiguiendo.
En esta nueva apuesta literaria asegura que se quedaría a vivir en un poema de Gil de Biedma. Si tuviera que elegir entre sus propios libros, ¿cuál nos recomendaría para hacernos una bonita casa?
De mis libros siempre el último (risas). Si no, mi editor me mata. Siempre el último. Eso es como un cantante de rock and roll. Siempre te va a recomendar su último disco. Yo estoy muy contento con este libro, porque me podrá salir mejor o peor un libro, pero me juego la vida en cada uno que escribo. Lo paso mal psicológicamente porque arriesgo mucho de mi propia identidad en cada libro. Y creo que es lo que hay que exigirle a un escritor, que lo ponga todo de su parte. Y ya, si tiene la suerte de que el lector se emociona, pues estupendo. Y, si el lector no se emociona, el fracaso es del escritor.
Se ha dejado la piel hasta el punto de que nos ha narrado hasta su propia muerte.
Sí, me gustaba pensar que el libro tuviera un carácter póstumo. Todo es real. Lo único no real es que yo no me tiré desde esa torre. Tú llevas a un escritor a un noveno y automáticamente piensa en tirarse, porque es un acto literario, un acto de belleza, un acto gratuito, aristocratizante... Y eso que yo cuento allí, yo estaba en esa torre en Rumanía, y vi que era una torre ideal para tirarse. Lógicamente no me tiré, pero se me ocurrió ese prólogo que le diera al libro un carácter póstumo, porque cuando un libro tiene un carácter póstumo, da la sensación de que no puede mentir, porque nadie que va a desaparecer, que se vaya a ir de este mundo, miente.
De este libro me gustaría destacar una frase, que “estar muerto es el misterio más grande de los misterios”. Con esta novela autobiográfica, ¿siente que ha desvelado un poco más ese misterio?
Eso que acabas de decir es un centro nuclear del libro. La muerte es uno de los grandes misterios. Ningún ser humano puede dejar de pensar en ello, y se va a enfrentar a ello. La civilización lo que ha construido son motivos de distracción del gran tema fundamental. Paul Auster, antes de morir, decía que él iba a entrar en la muerte y que nunca iba a volver a estar vivo. La inteligencia humana tiene dificultades para comprender esto y, sobre todo, en mi caso, que soy un vitalista. No concibo la vida sin mí. No concibo que el mundo pueda seguir sin estar yo, y yo creo que esto le pasa a muchos seres humanos que tienen una relación pasional con la vida. De hecho, en el libro yo invoco mucho la longevidad como un don, la posibilidad de hacerte nonagenario, centenario, en un buen estado de salud, para poder saber qué es la vida, que realmente es un misterio.
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La muerte, además de pensamientos recurrentes sobre ella, también provoca algo tan común como el miedo. ¿A qué tiene miedo Manuel Vilas?
Me da miedo el dolor, la enfermedad, la decrepitud, y sobre todo el dolor de la gente a la que quiero. Pero hay un capítulo muy importante en el libro, el más importante, que se titula Amor, donde yo digo que realmente el amor tiene que ser algo más que lo que pensamos que es. Si tienes hijos, estar preocupado por que tus hijos estén bien es más amor a ti mismo. Yo creo que el amor es también un misterio y que habrá novedades en el futuro relacionadas con el amor, que no lo hemos acabado de definir. Que el amor pueden ser muchas cosas.
Ahora que ya tenemos esta novela en nuestras manos, tengo que pedirle que se moje. ¿Considera que el título está la altura de la novela y viceversa?
(Risas). El título es irónico. El escritor que narra la novela está anhelando escribir el mejor libro del mundo, pero sabe que su empresa está abocada al fracaso. Pero, mientras busca esa excelencia, su corazón late más fuerte.
Otro pensamiento recurrente en esta historia es la vida después de los sesenta. ¿Qué le depara el futuro ahora que ha cumplido los sesenta y le queda una larga vida por delante?
(Risas). Gracias por la mentira piadosa, pero la certeza que te introduce el número seis en la vida es que tienes más pasado que futuro. Es una certeza matemática. Las matemáticas siempre se me han dado mal, pero la precisión de los números me gusta porque es muy objetiva. Cuando me cayó el número seis encima, dije: “Esto es terrible, es una certeza matemática. No sé cuánto me queda, pero un día de estos me tendré que ir”. Pero en cualquier caso había esa certeza de que esta es segura, que he vivido más que vida me queda por vivir. Y eso hizo que a la hora de escribir el libro no tuviera en cuenta filtros que antes tenía, porque si no escribo un libro a calzón quitado, sin filtros, ahora, ¿cuándo lo voy a escribir? Un día estaba comiendo con Juan José Millás, hablando de un amigo que se había muerto con sesenta y tantos, y Millás me dijo: “Manuel, es que entre los sesenta y los setenta la gente cae como moscas”. Entonces, pensé: “Igual si me espero, no llego a los setenta años y me quedo sin escribir este libro libre, punki, salvaje, comediante...”, y me pareció que era el momento.