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'Tutu', la artista de 96 años que expone su obra por primera vez en su vida

Quiere “seguir viviendo” para cultivar su pasión. Francisca Zarzosa, residente en el centro de Cruz Roja en Donostia, conserva la misma ilusión por la pintura que nació de aquella niña que huía del bombardeo de Gernika
Francisca Zarzosa, más conocida como Tutu, toma en sus manos una de las tizas pastel con las que imprime de colorido sus cuadros.

Si el envejecimiento saludable consiste es dar vida a los años, y no prolongar la existencia como una mera suma de primaveras, hay mucho que aprender de Francisca Zarzosa, más conocida como Tutu. A sus 96 años y cuatro meses acaba de exponer por primera vez su obra artística. Para romper moldes no hay edades. De sus manos casi centenarias nace una colección de cuadros en tiza pastel que no solo sorprenden por su calidad y la precisión de sus trazos, sino por la lección de vida que anida en la artista que concibe la obra. “Quiero seguir viviendo porque tengo muchas cosas que hacer”, dice Zarzosa.

Las paredes del pasillo del centro socio-sanitario de Cruz Roja en Donostia, donde reside, dan fe de ello. Hay paisajes, escenas que recrean la soledad. Son muy variadas las temáticas de esta prolífica artista. “Nos ha sorprendido a todos. Tiene un mérito incuestionable. Es capaz de acabar una obra en un solo día, y además todas las regala”, asegura Montse Ferrer, monitora de actividades socio-culturales en el centro.

La nonagenaria todavía se emociona al recordar el 4 de febrero. Fue el gran día. La inauguración de la exposición, una jornada que vivió “como si estuviera en una nube”. No faltaron ni los coros de Santa Ageda, ni la visita del alcalde de Donostia, Eneko Goia. “Con todo el respeto para quien no lo sea, toda mi familia es nacionalista. Y sí, perdimos la guerra”, dice, dolida, esta mujer nacida en 1926.

Con todo el respeto para quien no lo sea, toda mi familia es nacionalista. Y sí, perdimos la guerra

En el transcurso de la entrevista deja aparcada por un momento su faceta más artística para abrazar la política. Montse, la monitora, trata por momentos de reconducir la charla. Pero Tutu, historia viva de una contienda durante tanto tiempo silenciada, parece dispuesta a no dejar pasar la oportunidad. Habla de un episodio que todavía le emociona y le duele. “Eran jóvenes, italianos y alemanes. Yo misma les vi. Tenía siete años y estaba en el colegio, a cuatro kilómetros de Gernika”, recuerda esta superviviente, nacida en Elorrio.

Un acceso de tos provoca una breve interrupción de su relato. Zarzosa bebe agua y prosigue, tirando del hilo de la memoria. “Fueron bombas de prueba. Yo estaba en Larrauri, un barrio de Mungia. Veíamos el cielo rojo. Todas nos preguntábamos qué estaba pasando. La gente venía desde Gernika en burros. Es un recuerdo catastrófico el que tengo. Un pelotón de gudaris venía entonando el Eusko gudariak. Mi padre estaba entre ellos. Mi madre hacía las espoletas de las bombas”.

La mujer está en esos momentos sentada en la sala de estar del centro de Cruz Roja, junto a una chimenea que calienta la fría mañana. Pero en su mirada se adivina en estos instantes la niña de la guerra que fue. “Veía venir a los gudaris cantando, y ahí aprendí la canción. Se me caen todavía las lágrimas de recordarlo”. Y se le empaña la mirada poco después.

“En el colegio éramos unos cien. Bajamos colchones y somiers para que los gudaris pudieran descansar, aunque no lo hicieron”, rememora. Poco después se escuchó la explosión: ¡bam! Recuerda a una chica de Logroño que pocos segundos antes estaba sentada cerca de ella. “Nunca supimos quién fue. Una niña muerta. Veinte muchachas destrozadas. Íbamos al manantial a lavarnos la sangre. Nos evacuaron a Bermeo, y allí pudimos ver a los canallas de los alemanes”, recuerda con emoción. “¿Por qué no se habló de lo que ocurrió entonces? Es algo que me crispa”, dice 85 años después.

El exilio

La niña tuvo que poner tierra de por medio. Llegó después el exilio en Venezuela, donde ha residido 63 años de su vida. “Me casé con Eduardo, un vasco, y tuvimos dos hijos”. Su marido trabajaba en una compañía de seguros. Ella era enfermera. Los hijos fueron creciendo, comenzaban a volar, y su pareja contribuyó a que aflorara la artista que Tutu llevaba adentro.

-Paqui, busca un maestro, que te enseñe bien pintura.

La mujer, haciendo gala de una mente privilegiada, comienza a enumerar con nombres y apellidos todos los profesores de pintura que le permitieron pulir su estilo. “Aranaz era bueno, pero demasiado académico y muy realista. Luego cambié a Luis Alfredo López Méndez, un lumbrera”. Llegaron varios más, hasta que con el tiempo adquirió las destrezas para emprender el vuelo por si sola. “Creé mi propia escuela. Daba clase en casa y llegué a tener 52 alumnos, por lo general arquitectos. El pintor pinta por aproximación, pero ellos eran profesionales, y lo hacían midiendo”.

Uno de los cuadros expuestos en el centro de Cruz Roja. Iker Azurmendi

A Zarzosa, aquejada de cierta sordera, hay que hablarle alto por su oído izquierdo. Le decimos que el reloj está a punto de marcar las 13.00 horas, que por los pasillos del centro se va notando que ha llegado la hora de comer en el centro de Cruz Roja. Tutu no tiene prisa. Continúa hablando del estilo figurativo de algunas sus obras, junto a otras que, según explica, se caracterizan por sus valores tonales. “Siempre trabajé con óleo, pero en el centro no es posible porque huele. Tengo que conformarme con el pastel”, dice la artista. No solo no pone objeción alguna, sino que dice sentirse encantada con la atención que le prestan a diario.

Que esto lo recoja bien el periodista. Mi estancia aquí es Shibumi”, sonríe la mujer. Es un término japonés repite en más de una ocasión a lo largo de la charla. Viene a decir “algo sincero, sin artificios. Algo natural y sin pretensión ninguna de destacar”. Un término con el que se siente identificada ella en su relación con Cruz Roja. “Es lo que es, y nada más. La esencia de la bueno”, detalla.

Se muestra muy agradecida por las facilidades que le han dado para seguir cultivando su faceta más artística, que al final y al cabo es lo que le sigue dando vida a esta mujer casi centenaria. “Cuando llegué al centro, lo primero que dije fue que tenía necesidad de pintar, que me hicieran un hueco”. Dicho, y hecho. Su nieta – “que se empató con otra pareja, porque ahora nadie se casa”- le ayuda comprando el material necesario. “¿Que por qué pinto? La pintura es el clímax espiritual”, dice Tutu, genia y figura, poco antes de irse a comer.

14/02/2023