Un texto de las Landas de 1461 estipula que todo productor de boinas que vendiese sus txapelas en el mercado pagaría un impuesto. Tal como escribe Antxon Agirre en su libro La boina vasca, un cronista escribió en 1571 que los vascos se cubrían “con gorras rojas, pequeñas, que llaman capellus”, voz de la que podría derivar la palabra “txapela”. Margarita de Navarra utilizaba su boina cuando veía volar a sus halcones y “boina azul cielo a la navarra” lucían los miembros del batallón de Voluntarios Cántabros en Flandes durante los siglos XVI y XVII, cuyos oficiales se identificaban con el escudo de Navarra.
Durante siglos arrantzales y baserritarras gastaron “sombreros de fieltro y ala” más o menos similares a la zapela actual. En su Historia General de Vizcaya (1785) Juan Iturriza mencionaba que los vascos lucían un “sombrero ancho” los días de fiesta. En 1813, un oficial británico describió las “anchas gorras” de los hombres de Pasaia y son abundantes las referencias a los marinos vascos que utilizaban sombreros de paño de color, muy similares a los bonetes y rodetes de otras tierras. Humboldt registró que los bearneses se calaban “barettes”, o gorras redondas y chatas, “que empujan a diferentes lados de la cabeza según el viento o el sol, lo que les aporta un aspecto arrogante”.
Los chasseurs basques (cazadores vascos) al mando de Jean Harispe se distinguieron en la Guerra de la Convención con sus txapelas. Bernardo Estornes recogió la circular de 1827 de la Subinspección del armamento foral de tercios de Gipuzkoa según la cual a los voluntarios de la Junta General de Bergara se les daría una chaqueta y un pantalón de lienzo blanco, y “una gorra vasca”.
Pero la txapela de una sola pieza se generalizó a partir de la primera carlistada. Henningsen la denominó “basque cap” y la describió como “gorra redonda nacional de las provincias”. Olga Macías escribió que la txapela se distingue por ser “chata, ancha, sin visera y con la sección vertical que la circunda doblada hacia adentro, jamás hacia fuera…” y con el rabillo o txustarra en el centro. Y añade, que el vasco apenas introduce la txapela en su cabeza, mientras que en otras latitudes se las calan hasta las orejas.
Según Bereziartua, Zumalakarregi llevaba txapela roja, pero la documentación indica que la boina del general era blanca, ancha y con una borla que le caía sobre la sien. Probablemente tuvo más de una. Otros comandantes carlistas llevaban también txapelas blancas. De hecho, dada la escasez de medios durante los dos primeros años de la guerra, los carlistas a menudo utilizaron uniformes tomados de los liberales, incluyendo los morriones, lo cual no era conveniente. Julio Albi refiere en su libro El Ejército carlista del norte que el general instituyó la txapela como parte del uniforme reglamentario, permitiendo la rápida identificación de sus tropas. Las ventajas eran muchas. Las txapelas se hacían a mano, sobre el terreno, con lana de oveja, como un calcetín. Resistentes y compactas, protegían las cabezas de los hombres del frío, del agua y del sol. Los voluntarios de caballería las rellenaban con una chapa, sirviendo de casco contra los golpes de sable. El vuelo se sujetaba con una varilla de avellano por lo que se las conocía como “boinas de aro”, ya que como muestran los grabados de la época, estas graves txapelas podían superar los 40 cm de diámetro. Según algunos fue Zumalakarregi quien dijo “a un vasco se le quita más fácilmente la cabeza que la boina”.
El color natural de la lana, el blanco, fue el más empleado por los carlistas simplemente porque era el más barato. De ahí el apelativo de “txapeltxuris” o, como aparece en el Novísimo diccionario de Pedro Labernia (1866), “chapelchurris”, “chapelchuris” o “xapelxurris”. Los liberales también comenzaron a usarla, pero como controlaban las ciudades y su industria y tenían más medios, las teñían de rojo. En el siglo XIX “txapelgorri”, “xapelgorri”, “chapelgorri”, “chapelgurri” (o “pesetero”) fue sinónimo de liberal. Así lo afirmaba Manuel Polo en 1890 al asegurar que “la boina blanca es carlista y la roja liberal, como la que usan los migueletes de las tres provincias hermanas”. Según Jacinto Picón, la mayor parte de los “enemigos” lucían boina blanca.
Zumalakarregi favoreció el uso de la txapela blanca, ya que cuando algunos de sus oficiales comenzaron a usar la txapela roja para distinguirse, eran blanco fácil de los tiradores liberales. El primer batallón de Gipuzkoa de txapelxuris se formó en 1833 y el coronel Manuel Ibero, “uno de los hombres más valientes y populares del país… el primero de la facción guipuzcoana”, estuvo al frente del 5º batallón de txapelxuris.
Las reformas regularizadoras de Zumalakarregi fueron adoptadas por el general Ramón Cabrera en el Maestrazgo y se generalizaron en Catalunya. Pirala y Ferrer-Dalmau retrataron a Cabrera con boina blanca. Juan Vicente Rugeros, Palillos, y algunos de los comandantes de su partida fueron caracterizados por Pío Baroja “portando boina blanca o sombrero redondo con funda de hule” en lugar de calañés. Ferrer afirma que los carlistas gallegos fueron unos de los primeros en adoptar la boina roja, “pues lo corriente en las demás regiones fue la azul y la blanca”. Los voluntarios portugueses la usaron verde. En Aragón los carlistas no acostumbraron a utilizar txapela.
Tras la batalla de Oriamendi en marzo de 1837, se comenzó a popularizar el uso de la txapela roja, pero la txapela blanca siguió empleándose masivamente.
Según Telesforo Aranzadi, fue durante la Primera Guerra Carlista cuando la txapela comenzó a hacer sombra a otros tipos de sombrero en Euskal Herria y se identificó como algo propiamente vasco, lo que provocó su prohibición. Baldomero Espartero, “convencido de los males que causa el uso de la boina que como distintivo de las tropas carlistas solo tiende a la confusión y alarma”, decretó el 27 de noviembre de 1838 que se “prohíbe el uso de las boinas a toda clase de personas y estados así militares como paisanos”. Impuso una multa de ochenta reales o dos meses de prisión; la pena se duplicaba por la segunda violación y se imponían dos años de prisión por la tercera.
La prohibición de Espartero
Nadie le hizo caso. Lady Chatterton aseguró en 1840 que los vascos llevaban unos bonetes de paño color castaño y a veces azul, parecidos al “lam o’shanrer” escocés. Trueba describió a un habitante de Mungia “con boina encarnada o blanca”. Francisco de Paula Madrazo escribió en 1848 que en la Fábrica de Hurtado de Mendoza de Azkoitia “las boinas blancas salían con admirable perfección en su tejido, no así las encarnadas y las azules que todavía no han llegado al grado de perfección de las francesas”. Por lo que respecta a Iparralde, las primeras fábricas de txapelas se situaron cerca de Oloron y Antonio Elosegi creó su fábrica de txapelas en Tolosa en 1858.
En la Segunda Guerra Carlista la txapela blanca se continuó utilizando. Iribarren y Kintana definían a los carlistas como “individuos que usan boina blanca” y Unamuno escribía en Paz en la Guerra que los carlistas eran compañeros “de boina blanca, con trancas, dispuestos a querella y a armar la de Dios es Cristo”. Ello explica que bajo el lema de “abajo las boinas blancas”, el gobernador civil de Araba expidiera un bando en 1869 “prohibiendo el uso de boinas blancas”. Ramón Ortiz de Zarate protestó airadamente contra esta medida en las cortes de Madrid en abril de 1870. Según el diputado, era injusto prohibir el uso de la txapela bajo el pretexto de “que allí los carlistas usaban boinas blancas. ¿Y no están en su derecho? Los habitantes del país vascongado llevan boinas de todos colores, azules, blancas, verdes y rojas; si los de Vitoria o muchos de sus moradores la llevaban blanca, esto no es de ahora, sino de siempre. Esto no es después de la revolución de septiembre y el Sr. Sagasta, que ha visto nuestro país, lo sabe perfectamente… Tienen derecho, lo tienen hoy, lo tendrán mañana, y lo tendrán siempre, a llevar una boina blanca en la cabeza”.
Según el rotativo L’Evenement de París, el reclutamiento de voluntarios en París se hacía ofreciendo “a cualquier hombre de buena voluntad que tome las armas por él, un billete de 1.000 francos, del cual solo trescientos francos son pagados por adelantado. El recluta también recibe un pasaporte y una boina blanca”. Rufino Peinado recordaba que cuando se unió a los voluntarios que dirigía su padre en 1872, “el único distintivo militar era la boina blanca con borla azul”. En una nublada tarde del 5 de abril de 1873, Jose Ignacio Arana veía cómo llegaba la partida Bernaola con unos 130 infantes “todos de boina blanca y uniforme”. Según escribió Nicolás Serrano, un cura de Arratia también acostumbraba a arengar al pueblo con txapela blanca en 1876.
Melchor Ferrer mencionaba en su Historia del tradicionalismo que el general Antonio Dorregaray firmó una orden en 1875 disponiendo que los generales llevasen boina roja, con chapa y borla de oro; los brigadieres, boina azul con chapa y borla de plata; los miembros de estado mayor, boina azul con chapa y borla dorada; los artilleros, boina grana con borla dorada; los ingenieros, boina blanca con borla dorada; los de infantería, boina grana con borla blanca; caballería, boina grana con borla blanca; sanidad, boina blanca con borla dorada; administración militar, boina grosella con borla blanca, y el clero castrense, boina morada sin borla”.
Tal como recordaba Alexander Dupont, la txapela blanca se convirtió en el símbolo de “la internacional blanca” entre 1868 y 1876. En nombre de la honradez administrativa, la libertad de sufragio, la descentralización, el 26 de julio de 1890 la Unión Cívica liderada por Leandro Alem tomó por asalto el Parque de Artillería de Buenos Aires: era la llamada Revolución del Parque. Todos con txapela blanca. Hoy muchos ejércitos utilizan la boina, fundamentalmente roja, verde, azul o negra. En Euskadi, los gudaris la usaron negra, y los requetés, roja.
En 1892 se instaló en Balmaseda la fábrica de boinas La Encartada. Hacia 1900 Elosegi comenzó a exportar al extranjero y en 1918 ya producía hasta 3.500 txapelas al día. Se generalizó el uso de la txapela negra o azul oscura. El tenista Jean Borotra, miembro del selecto grupo de Los Cuatro Mosqueteros, se detenía en medio de un partido para ponerse la txapela. Borotra, de Biarritz, reinó en las canchas de tenis: Ganó 15 Grand Slams, Wimbledon en 1924 y 1926, y títulos individuales en los campeonatos de Francia de 1924 y 1931, de Australia en 1928 y de Estados Unidos en 1926. Con su carisma popularizó la txapela en Europa y en los Estados Unidos.
La txapela pronto adquirió una identidad dividida en la cultura popular y, aunque las hay de diversos colores, la mayoría decidió calarse la negra. Los peregrinos de St. Michael, una organización demócrata cristiana de Canadá de 1939, utilizó la boina blanca como símbolo. El interior uruguayo Severino Varela, apelado “la boina fantasma” jugó en el Boca Juniors con una txapela blanca bien calada. El trompetista de jazz Dizzy Gillespie usó a menudo una txapela oscura, al igual que el Che Guevara y los Panteras Negras, la generación Beat, el comandante Soutiras de los chasseurs alpins, Pablo Picasso, la icónica Bonnie Parker de Bonnie & Clyde, la existencialista Simone de Beauvoir y Ernest Hemingway en los Sanfermines, y muchos actores y músicos como John Lennon o Jack Nicholson. Saddam Hussein, Robert Mugabe y el último rey de Escocia la utilizaron verde.
Dice Kristen Bateman que desde la década de 1960 la boina ha sido adoptada por rebeldes y agitadores porque “combina la genialidad clásica con un toque peligroso. En un mundo donde el activismo político es más visible que nunca, la boina puede ser el antídoto de la moda contra la complicidad”.
Hoy los hombres las utilizan fundamentalmente negras o azul oscuro, y las mujeres de todos los colores. Pero cuanto más natural y blanca sea la lana, mejor admitirá otros tintes y ofrecerá una mayor gama de tonos e ideas.