El 24 de febrero de 2022 el mundo veía perplejo las imágenes de los tanques rusos penetrando en Ucrania. A pesar de los múltiples conflictos y guerras que asolan el mundo, a nadie se le escapaba que las consecuencias de lo que estaba ocurriendo en el este de Europa traería mayores consecuencias de las que entonces podíamos imaginar. Vladímir Putin movía ficha y con la invasión rompía el statu quo de las grandes potencias. Lo que para muchos parecía inconcebible se había hecho realidad.
Aquel día desapareció el equilibrio de seguridad que se había establecido en Europa después del fin de la era soviética. Rusia se saltaba las leyes internacionales y los consensos establecidos hasta entonces invadiendo un estado soberano. El movimiento ruso no solo significó un reordenamiento de las fichas del tablero internacional, supuso también el cambio de las mismas reglas de juego. Una nueva época, más impredecible, más compleja y más competitiva entre las distintas naciones, surgía de los escombros de Ucrania.
Un año después del inicio de la invasión no solo es necesario hacer balance de lo ocurrido. La complejidad del nuevo escenario parece que no deja lugar a predicciones seguras. Pero si el futuro comienza hoy, y no mañana, como dijo cierto papa del este de Europa, el análisis de lo ocurrido este año y sus consecuencias pueden darnos claves para entender las próximas partidas en el tablero internacional que marcarán el rumbo del siglo XXI.
La primera ficha de la partida es Rusia, el principal actor de la invasión. Los esfuerzos del presidente Putin de dar un vuelco al fracaso de su denominada Operación Militar Especial han dejado claro que la supervivencia de su poder personal dependerá del devenir del conflicto. El intento de mantener a Ucrania bajo influencia rusa a través de la instauración de un gobierno prorruso ha fracasado estrepitosamente. La parte oeste de Ucrania ya ha dejado de ser rusa para siempre por la brutalidad de la invasión, y Putin mantiene como únicos logros el Donbás y el acceso al mar de Azov, junto al territorio clave de Crimea.
Putin sabe que los rusos no perdonan las derrotas y del poder de las victorias para legitimar el poder. Vivió la hemorragia a todos los niveles que supuso Afganistán para la URSS y el daño político que le produjo a Boris Yeltsin la derrota en la primera guerra de Chechenia. El presidente ruso sabe también que fue la victoria en la Segunda Guerra de Chechenia la que lo aupó al inicio de su autocracia. Putin ha entrelazado su destino político con la guerra a pesar de lo que está pueda significar a nivel económico.
Aunque el poder de Putin es total, su posición requiere del apoyo de grupos de poder y de distintas personalidades, que pueden ver en la derrota o en la no victoria una oportunidad para ocupar su lugar. Pero este nuevo escenario también podría tener consecuencias más allá de la propia Ucrania, ya que una Rusia con problemas internos o débil podría hacer que estallasen numerosos conflictos que se encuentran inactivos debido a la influencia de Moscú. El Cáucaso, Georgia, o antiguas repúblicas soviéticas bajo órbita rusa, podrían entrar en ebullición con un colapso del régimen de Putin. Incluso la propia Siria se vería muy condicionada si desapareciera la presencia rusa en la zona. El presidente francés, Emmanuel Macron, lo expresó de manera clara recientemente: “Necesitamos una Rusia vencida, no aplastada”. Todo apunta a que Putin se aferrará con uñas y dientes al Dombás y a una feroz ofensiva rusa con el objetivo de retomar la iniciativa militar que próximamente comenzará.
El papel de la UE
Otra de las piezas importantes del conflicto, y cuya actuación, por su contundencia, ha sorprendido mucho, es la Unión Europea. Hacía mucho tiempo que Europa no se mostraba tan firme y unida en su forma de enfrentar los riesgos internacionales. Posiblemente, Putin no esperaba la contundencia y la participación activa europea en la guerra. Europa ha demostrado que es capaz de tomar una decisión de fuerza en una situación en la que su seguridad es puesta en cuestión. El abandono de la neutralidad sueca y finlandesa y la decisión de aumentar el gasto militar de Alemania parecen demostrar que Europa toma el camino del rearme, abandonando el discurso de “poder blando” que abanderaba hasta ahora.
Pero, a la vez surgen retos para el futuro de la seguridad europea. En primer lugar, habrá que ver si la Unión Europea es capaz de lograr la independencia energética que esta invasión ha demostrado necesaria. Además, veremos si su tradicional “austeridad” vuelve ante las necesidades militares de una guerra que se antoja larga e intensa. Y si el conflicto se estanca o llega una paz negociada, veremos si es capaz de financiar la reconstrucción del país y enfrentarse a la integración de una Ucrania que tendrá que avanzar mucho en transparencia democrática y lucha contra la corrupción. Sin olvidar otro de los grandes retos europeos del futuro, el lograr una política de seguridad propia sin depender totalmente de la OTAN ni diluir los intereses propios de defensa europeos en los intereses geopolíticos de Estados Unidos.
EE.UU, la otra gran pieza
Un Estados Unidos que es la otra gran pieza de esta partida. Principal aliado del gobierno de Volodímir Zelenski, su apuesta total por la integración de Ucrania en la OTAN y el abandono de la órbita de Rusia, resultó la chispa que colmó la paciencia de Putin. Pero, para entonces, Ucrania ya se hallaba en la órbita de los intereses norteamericanos desde hacía mucho tiempo. La situación geográfica de Ucrania la convierte en la puerta a Rusia, a lo que habría que añadir la importancia ucraniana en población y en recursos económicos respecto a Rusia. La independencia de Ucrania, no hay que olvidarlo, fue uno de los factores clave en la desintegración de la URSS. Y tampoco hay que olvidar los apoyos norteamericanos a las revoluciones ucranianas de 2004 y de 2014, ambos intentos de relevar gobiernos prorrusos por prooccidentales en Kiev.
Zbigniew Brzezinski, exconsejero de Seguridad Nacional del gobierno norteamericano, lo dejó claro cuando afirmó que Ucrania es el pivote geopolítico de Rusia, ya que su independencia ayuda a transformar Rusia. Según Brzezinski, sin Ucrania Rusia dejaría de ser un imperio euroasiático. El propio Putin ha venido a dar la razón a Brzezinski con su feroz respuesta a los intentos de Ucrania de integrarse en la OTAN, pero sin darse cuenta de que les ha puesto en bandeja a los norteamericanos una proxy war, o guerra de sustitución, en la que Ucrania, apoyada por Estados Unidos, combate contra Rusia no solo por su independencia, sino también para debilitar a un enemigo de los Estados Unidos.
China y la hegemonía
La invasión de Ucrania ha significado para Estados Unidos, por tanto, un doble éxito. Por una parte, ha logrado debilitar a Rusia y su cruzada antioccidental, consiguiendo aislarla del resto de Europa a nivel político, militar y económico. En segundo lugar, ha conseguido hacer resucitar a una OTAN que, como Macron resaltaba hace unos pocos años, se encontraba en muerte cerebral. Incluso países tradicionalmente neutrales como Suecia y Finlandia han optado claramente por la alianza atlántica.
Pero existe otra ventaja geoestratégica para los Estados Unidos, en la que entra en juego otra importante ficha de la partida, China. La mayoría de los analistas no dudan en vaticinar que el choque donde realmente se jugará la hegemonía mundial no será ni en Ucrania ni en Europa, ni tampoco entre los Estados Unidos y Rusia. Este posible futuro enfrentamiento se producirá en la zona Indo-pacífica y tendrá como protagonistas a norteamericanos y chinos. Rusia no es una potencia económica ni tecnológica, solo es una potencia nuclear. Por ello, la única fuerza capaz de poner en duda la hegemonía norteamericana en el mundo es China, y cada vez parece estar más cerca de lograrlo.
La invasión de Ucrania ha servido a Estados Unidos para debilitar y aislar al principal aliado chino en el nuevo orden mundial, orden que China, Rusia y otros países tratan de instaurar. Una Rusia aislada y empobrecida será más dependiente de China y esta tendrá que hacer grandes esfuerzos para mantener al régimen en pie. La no victoria de Putin es un nuevo quebradero de cabeza para una China que empieza a igualarse a los Estados Unidos, pero que aún le va a la zaga en lo militar. La reciente crisis de los globos espía y la confrontación diplomática entre chinos y norteamericanos en la reunión de seguridad de Múnich la semana pasada reflejan claramente la tensión entre ambos países.
A todo esto hay que añadir que el futuro de Ucrania puede estar entrelazado con el de Taiwán. La reacción occidental a la invasión rusa ha servido a los chinos para sondear la posible respuesta occidental a un intento por parte de Pekín de ocupar por la fuerza Taiwán, además de poder observar que una nación más débil puede ser capaz de hacer frente a una potencia militar si cuenta con ayuda internacional y medios tecnológicos. Con toda seguridad los taiwaneses, como los chinos continentales, están sacando muchas lecciones de la guerra de Ucrania. Lo que se dilucida en Ucrania posiblemente tendrá consecuencias en el área Indo-Pacífica.