Huyeron hace seis meses casi con los puesto de los horrores de la guerra y continúan peleando no solo con sus traumas sino con las vicisitudes de iniciar una nueva vida lejos de su hogar. Son los refugiados ucranianos desplazados en Álava, 602 personas, la mayoría de ellas mujeres con hijos a su cargo que escaparon de la muerte y las bombas de su país, dejando atrás a sus parejas, para “salvar la vida” de sus menores. Empezar de cero en otro lugar no es para nada fácil y la dificultad para encontrar trabajo está condicionando y mucho la integración de las familias refugiadas en Euskadi. La mayor parte lleva casi medio año viviendo en nuestra ciudad y no consigue salida en un mercado laboral que no se abre a la personas que no hablan castellano, lo que ha ocasionado que varias familias opten por regresar a su país, a pesar del conflicto armado, al comprobar que la situación que esperaban no es la encontrada. Así lo explica Karina, una de las refugiadas con las que DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA pudo hablar ayer con motivo de una visita guiada al casco medieval.
Karina vive en Abetxuko gracias a la solidaridad de Esperanza y Miguel, su familia de acogida. Junto a ella, consiguieron huir su pareja Elia, la abuela Olena y sus hijos Dima y Kira de 12 y 1 años, respectivamente. La madre de esta familia ucraniana no puede contener las lágrimas y emocionarse al relatar todo el apoyo y la ayuda que está recibiendo por parte de su familia de acogida. “Estamos muy bien y gracias a ellos mis hijos tienen amigos”, explicaba secándose con los dedos de la mano sus ojos entumecidos. La carga psicológica que porta a sus espaldas es todavía grande, ya que, aunque reconoce estar mejor en “la tranquila Vitoria”, recuerda sus primeros días en la capital alavesa cuando escuchaba el sonido de los aviones de Foronda y “lo pasaba muy mal”. Lo cuenta mientras se tapa los oídos y agacha la cabeza y es que “el sonido de los aviones en Ucrania significa bombas, muchas bombas”.
Al igual que sus compatriotas sigue diariamente las noticias que los medios de comunicación trasladan de su país, a pesar de que “siempre llora al leerlas”. “Es muy difícil. Todas las noticias de Ucrania son muy malas”, amplia. Karina se explica en un castellano que ha aprendido por su cuenta a través de internet, puesto que “antes de llegar no hablaba nada de español”. La barrera lingüística es una de las grandes barreras que lucha por superar. No en vano, condiciona el día a día y es requisito indispensable a la hora de encontrar trabajo. Y eso que para el tiempo que lleva aquí se desenvuelve bastante bien en esta lengua, pero ve necesario “hablarlo muy bien para poder trabajar”. Le está siendo muy difícil encontrar un puesto de trabajo, aunque no cede en su empeño, ya que piensa ir con su currículum “a cada restaurante, bar y tienda” para lograrlo con la intención de “poder acceder a un piso” en el que vivir con su familia. “Si continúa la guerra durante muchos años queremos quedarnos en España” por el bienestar de su familia y, especialmente, de sus hijos. Dima, el mayor, acabó el curso en Abetxuko y ahora va a empezar el instituto en Los Herrán. Preguntado por cómo está aquí, responde sonriente y con cara traviesa que está “contento” porque “tiene muchos amigos”. Dima habla ucraniano, ruso, un poco de inglés, se defiende bastante bien en castellano, pero el euskera le está costando. “Es muy difícil”, dice.
Al igual que Karina, Irina Kovalenko tampoco encuentra trabajo. “Sin castellano es muy difícil”, expone antes de lamentar que “el inglés no sirva de nada aquí”, un idioma que ella domina a la perfección. Kovalenko escapó de Kropyvnitskyi, una ciudad del centro de Ucrania, con su hija de 6 años a través de la frontera con Polonia antes de llegar en mayo a Euskadi. Su voz suena dura y determinada. “No tengo otra elección. Tengo que ser fuerte”, repite. Pero bajo esa firmeza se oculta un halo de tristeza que desprenden sus brillantes ojos azules. “Estoy bien”, asegura resignada, “con ganas de volver, pero bien”. El regreso es por ahora una posibilidad “imposible”, ya que su marido, quien se quedó trabajando en su país, no lo ve todavía viable. El conflicto ha separado a su familia. No solo a la más cercana con la que se comunica “cada día” sino también con su parentela rusa con quien rompió la relación en 2014 al estallar el conflicto del Maidán. “Contenta” con el trato que recibe por parte de los vascos, reconoce que “las costumbre son muy diferentes”, sobre todo, “la comida”.
De entre todo el grupo de refugiados, destaca la sonrisa de Irina, quien está sentada al margen, en un banco de la plaza Santa María, con su bebé de apenas un mes en brazos. Es Liana, gasteiztarra, que nació el pasado mes de julio en Vitoria. Irina huyó de Bila Tserkva embarazada, junto a sus dos hijas y su perro salchicha. “La vida se abre paso”, a pesar del “horror de la guerra”, comenta. Karina ejerce de traductora de la conversación. Cuestionada por la dificultad de escapar embarazada y con dos niñas, responde con humor que “no fue difícil” porque “el bebé estaba en mi tripa”. “Soy fuerte”, dice, “hijas, bebé, perro y muchas bolsas en los brazos”, añade. Al llegar estuvieron en casa de una familia de acogida en Vitoria, pero ahora comparten piso con otras dos familias, gracias a Cáritas. Ella no piensa en volver a su país. Su marido es militar y está en el frente luchando. Se comunica con él mediante WhatsApp y Telegram y sabe de primera mano que “no es un lugar seguro para las niñas”. En Gasteiz y junto a sus hijas ha encontrado la esperanza de vida para seguir adelante.
“Tienen que superar las experiencias traumáticas y afrontar la nueva realidad”
El programa psicosocial Berritze del Gobierno Vasco se encarga de orientar, asesorar y acompañar emocionalmente tanto a las personas que se han visto obligadas a abandonar Ucrania por el conflicto armado con Rusia como a las familias vascas de acogida. Desde su puesta en marcha, el pasado 1 de junio, ha atendido a un total de 602 personas, de las cuales 276 han sido ucranianos con estatuto de protección y 326 personas acogedoras. Dentro de las diferentes actividades que organizan, ayer se llevó a cabo una visita guiada por el casco medieval gasteiztarra. Una oportunidad para conocer de primera mano la labor que realizan con ellos. La psicóloga Ohiane Garamendi explicó la ayuda que ofertan a los exiliados de guerra para “ayudar a superar las experiencias traumáticas que han vivido en Ucrania”.
“Hay que tratar el duelo, no solo de las pérdidas personales que han padecido sino también de los familiares y amigos que han dejado allá, además de sus propios hogares”. Esa es una parte de la terapia a la que se une la adaptación de la nueva realidad que están viviendo en Euskadi. “Tienen una gran incertidumbre por crear una nueva realidad a la que se han visto obligados a someterse”. A los traumas creados por la guerra se suma, en algunos casos, la dificultad de convivir en un hogar y un entorno que no es el suyo, así como la inquietud de no saber cuánto va a durar esta situación. Su compañera Verónica Gallo destacó el trabajo que se realiza mediante “grupos de apoyo mutuo” tanto a adultos como a menores, a quienes se les atiende también individualmente por parte de “atención psicoterapeuta”. Asimismo, se crean conjuntos con las familias acogedoras para “compartir experiencias de acogimiento, tejer redes de apoyo mutuo entre ellos y evitar situaciones de frustración”. También se les orienta de toda la información y los servicios que tienen a su alcance. Por otro lado, hay espacios psicoeducativos en lo que se trabaja temas específicos de interculturalidad u otros centrados en superar la frustración. Las psicólogas expusieron que los refugiados “se están adaptando muy bien” a Euskadi, dentro de que “cada uno necesita su tiempo y espacio”. En este sentido, los jóvenes son los que se están integrando más rápido en la sociedad vasca.
“Estamos solos y abandonados”
Una familia vitoriana de acogida a refugiados ucranianos denunció ayer que se sienten “muy solos” en la atención a estas personas y que las instituciones se han “desentendido” de ayudar a los exiliados en casas de acogida. Esperanza Martínez y su pareja Miguel se suman a las voces de otras familias de acogida que reclaman apoyos en la atención de los refugiados. “Nos sentimos abandonados”, lamentaba Martínez, quien acoge en su casa de Abetxuko a una familia de cinco miembros, entre ellos dos menores. “A los que han acudido a la Comisión Española de Ayuda al Refugiado les llevan a un albergue y, a partir de ahí, les buscan vivienda, trabajo y ayudas, pero a los que están en casas de acogida se han desentendido de ellos. Los han sacado del sistema”, declaró. La pareja está “muy contenta” con la experiencia de acoger, pero eso no quita la necesidad de recibir algún tipo de soporte. “Como están con nosotros parece que están protegidos y no necesitan la ayuda de nadie, pero no es real porque llevamos ya casi seis meses y esta situación puede alargarse mucho”, añadió. “La convivencia va muy bien, pero no sabes hasta cuando va a durar esta situación y hay que afrontar la situación económica de tantos meses”, completaba Miguel. “La cosa es que les busquen un trabajo para que puedan acceder a un piso y valerse por ellos mismos. No sabemos cómo vamos a hacer para que se integren realmente” aquí, añadía Esperanza. “Nos ofrecen dejarles en un albergue, pero no queremos eso. Son parte ya de nuestra familia. Lo que queremos es que se puedan integrar en la sociedad”.
Esta pareja vitoriana no lo dudó en su día y fueron de los primeros en acoger en Euskadi para posibilitar que “toda la familia viviera junta en una casa”. “Nos ofrecimos al Gobierno Vasco para que no se masificaran los albergues y los hoteles y nos dijeron que sería cuestión de un mes, pero no está siendo así”, expuso Martínez antes de declarar que “en Bilbao y San Sebastián se están realizando más apoyos que en Vitoria”. Un asunto que merma las posibilidades de emprender una nueva vida a los refugiados ucranianos que si están encontrando “todas las facilidades” para escolarizar a sus hijos en Euskadi, ayudándoles incluso “con el material escolar”.