El derbi vasco no existió jamás. Por fortuna, sirvió para curar las heridas continentales del Baskonia, autor por momentos de una masacre en Miribilla. Apenas diez minutos duró la efímera ilusión de un Bilbao Basket avasallado sin piedad y testigo de la versión más mortífera del equipo vitoriano desde el arranque de la temporada.
Con sangre en los ojos para originar una escabechina en los cuartos centrales, el Baskonia maltrató a un rival empequeñecido tras su esperanzadora puesta en escena. Fue la reivindicación salvaje de un colectivo azulgrana que por fin disfrutó de lo lindo y ahuyentó fantasmas con un baloncesto de alta escuela. De no ser por la empanada al inicio del periodo final, la paliza podría haber adquirido tintes más contundentes si cabe.
El intercambio de golpes y las alternativas en el marcador apreciadas en los albores fueron un espejismo y precedieron el abrumador monólogo azulgrana. Y es que no hubo partido entre dos equipos como el día y la noche. La autoridad del Baskonia careció de antídotos en las filas locales y la incertidumbre se evaporó a las primeras de cambio.
El guión previo apuntaba a un derbi parejo, básicamente por las heridas de guerra y el alicaído estado de ánimo del Baskonia tras su eliminación virtual de la Euroliga. Sin embargo, la realidad fue bien distinta porque, a la hora de la verdad, el conjunto vitoriano fue un torbellino de clarividencia ofensiva, concentración atrás, velocidad e intensidad. Virtudes que se han resistido más de la cuenta durante este curso pero que esta vez florecieron con una facilidad pasmosa.
Pocas veces se ha visto esta temporada una versión tan altanera de los hombres de Spahija, especialmente intratables a partir del segundo cuarto y sostenidos por la pegada propia de un peso pesado. El ingreso de Granger cambió por completo el decorado de un partido en la que la superioridad alavesa en todos los apartados fue aplastante. Al Bilbao Basket, huérfano de físico y fe, no le quedó otro remedio que sacar el paragüas para capear el temporal que se le vino encima.
El charrúa dio continuidad a sus grandes minutos en el Principado de Mónaco con una exhibición portentosa en Miribilla, una cancha rendida a sus triples –dos de ellos con una pizca de fortuna contra tablero–, su conexión con los postes en el bloqueo y continuación y su control del tempo en un segundo cuarto que reventó la contienda. Un escenario inflamado en los prolegómenos terminó asistiendo a un funeral porque el Baskonia no levantó casi nunca el pie del acelerador.
La primera embestida azulgrana de consideración llegó al inicio del segundo cuarto gracias a un festival de triples y de ella ya no se repondría el Bilbao Basket. Junto a Granger, Fontecchio también se ensañó con el aro vizcaíno desde la larga distancia y se erigió en un ciclón en transición.
El otro catalizador del racial despegue vitoriano fue Enoch, que regaló un mate estruendoso e hizo lo que quiso con sus pares. El poste llegado de Santiago formó una letal conexión con el uruguayo que brindó óptimos dividendos a un Baskonia sin rastro de cansancio pese a sus recientes esfuerzos continentales. Para agravar las pesadillas del Bilbao Basket, Baldwin, Giedraitis y Costello tampoco desaprovecharon una ocasión pintiparada para hacer números.
Pese a que los pívots de Spahija acumularon peligrosamente faltas en un arranque de partido donde el anfitrión cargó mucho el juego sobre Delgado, bien alimentado por el exazulgrana Luz, la estabilidad alavesa no se resintió lo más mínimo. Los múltiples errores locales desde el tiro libre tanto del dominicano como Inglis favorecieron los intereses baskonistas y fueron la antesala de una tormenta.
Del 24-25 tras un triple de Goudelock, el único integrante local que estuvo a la altura de lo exigible, se pasó casi en un abrir y cerrar de ojos al 28-45 tras un puñetazo en la mesa por parte de un Baskonia con ganas de lucirse y sacar pecho en la guarida de su vecino.
La segunda parte tan solo sirvió para engordar la autoestima alavesa. Pese a las aplastantes ventajas, Spahija puso la nota discordante desde el banquillo. El técnico croata infrautilizó un día más a los canteranos y siguió cargando de minutos a sus titulares, una decisión incomprensible que, desde luego, no ayuda al crecimiento de los más jóvenes.