En diferentes ocasiones, he preguntado a personas que formaron parte del primer gobierno de Carlos Garaikoetxea –tanto en primera como en segunda línea– si sienten que su labor está suficientemente reconocida. La respuesta es prácticamente idéntica: no creen que sea necesario. Su tarea, casi increíble, no obedeció al ansia de posteridad. La llevaron a cabo, simplemente, porque creían que era su deber y, además, un honor. En la inmensa mayoría de los casos, abandonaron carreras profesionales en ascenso, puestos mejor remunerados y con menos quebraderos de cabeza que los que tuvieron que afrontar. en esos años en que todo estaba por hacer. A partir de unos cimientos mínimos, levantaron –se puede decir que inventaron– este país en un contexto endiablado: con ETA matando casi a diario, las industrias tradicionales desmoronándose y arrastrando consigo a las pequeñas empresas, y la droga causando estragos entre la juventud. Como ya he dicho, para estos hombres –y, aunque en menor número, también mujeres–, la mayor recompensa es comprobar, al cabo de los años, que su obra sigue en pie. Pero estoy seguro de que quienes continúan entre nosotros habrán acogido con alegría y satisfacción que el lehendakari Imanol Pradales haya convocado para el próximo 16 de junio un acto de homenaje a aquellos pioneros liderados por Carlos Garaikoetxea. Es una iniciativa con mucho fondo, en la que se han cuidado mucho las formas. El anuncio estuvo acompañado por un sentido texto de Pradales, desgranando los mil y un motivos de gratitud hacia los integrantes de lo que definió con tino como el Dream Team. Como guinda, en una jornada maratoniana entre sus importantes actos en Beasain y Miñano, el lehendakari hizo escala en Iruñea para compartir unos minutos con Garaikoetxea en el día exacto en que se cumplían 45 años de su toma de posesión. Anoto al margen que aquel 9 de abril de 1981, Pradales no había cumplido aún cinco años. Katea ez da eten.