El Athletic vive en estado de gracia. Su imagen se ha revalorizado, los resultados le sonríen, juega mejor y el índice de efectividad en ataque no desmerece del balance defensivo, durante toda la temporada su incuestionable punto fuerte, el factor que ha mantenido a flote al equipo pese a la irregularidad, su seña de identidad desde el pasado curso. Parece que por fin, al cabo de un año de la llegada de Marcelino, el proyecto se demuestra válido para aspirar a objetivos supuestamente accesibles y que no acababan de materializarse. No es cuestión de echar las campanas al vuelo en el mes de enero, hace doce meses también se asistió a lo que se interpretó como una reacción, con título de Supercopa y demás, y luego vino la decepción. Sin embargo, ahora se diría que se perciben argumentos más sólidos para ponerse a pensar en un futuro halagüeño, sugerente.
El cambio de decorado obedece seguramente a que empieza a dar su fruto el trabajo realizado a lo largo de muchos meses. Se retrasaba, pero en algún momento debía producirse un salto que permitiera al equipo plasmar con un mínimo de continuidad aquello que antes se limitaba a sugerir o a lo sumo reflejaba en días sueltos. La transformación podía calificarse de radical y, pese a que sea muy reciente, el Athletic emite síntomas que alientan una expectativa gozosa. Empieza a transmitir sensaciones que invitan a pensar que en esta oportunidad no se trata de un fenómeno pasajero, de una simple racha positiva.
Cuando un equipo traspasa la frontera que separa las dudas de la certeza, suele haber un partido que hace las veces de punto de inflexión. Por razones inexplicables, de repente la luz se abre paso entre la bruma y en adelante todo funciona, fluye, incluso la fortuna realiza su aportación generando el clima adecuado. La fecha mágica es el 19 de diciembre. El Betis viajó a Bilbao con la intención de refrendar su candidatura a la Champions y con las sensibles ausencias de Simón, Iñigo Martínez y Dani García, a un minuto de la conclusión el Athletic remontó un inquietante 1-2. Desde entonces hasta hoy, son nueve encuentros saldados con seis triunfos, un empate y dos derrotas, ambas frente al Real Madrid. Las víctimas en dicho período se llaman: Betis, Osasuna, Atlético Mancha Real, Atlético de Madrid, Barcelona y Rayo. La única igualada fue a domicilio, en el campo del Alavés.
En el tramo referido, el Athletic marcó quince goles y recibió diez, cuatro de ellos del Madrid, y en tres partidos mantuvo su portería blindada. Más de la mitad de los goles logrados llevaron la firma de sus jugadores más jóvenes: cuatro de Sancet, tres de Nico Williams y uno de Serrano. Acaso el protagonismo de los mentados sea algo circunstancial, no lo es en cambio el incremento detectado en el acierto rematador para entender la inercia al alza que ha experimentado el equipo. Ni siquiera la superior exigencia que implica disputar nueve compromisos en un mes y muchos de ellos ante enemigos de cuidado, han sido impedimento para que la respuesta fuese más que satisfactoria y se hable, ahora sí, con cierto fundamento de pelear por competir en Europa el año próximo.
Conseguir que la cifra de goles propios suba, y por descontado sea superior a la de los goles recibidos, explicaría en buena medida la reacción. Para ganar no es tan determinante encajar poco si esa labor de contención no va acompañada de acierto en el área opuesta. De esta reflexión se extrae una conclusión que no sería preciso enunciar y que está íntimamente conectada al tipo de fútbol que propone el equipo. A una actitud ambiciosa le corresponde una mayor producción ofensiva y marcadores más favorables.
Por si cupiera alguna duda, basta con tomar como muestra los nueve partidos que el Athletic tuvo antes de medirse al Betis. Además de que se celebraron en un plazo de mes y medio, o sea que fue una fase más desahogada, el Athletic se enfrentó a Villarreal, Espanyol, Real Sociedad, Cádiz, Levante, Granada, Madrid, Getafe y Sevilla. Solo tres figuraban por delante en la tabla liguera y cuatro se debatían por evitar el pozo. Bueno, pues el balance fue de una victoria, cinco empates y tres derrotas. Para más inri, la victoria fue a costa del Villarreal, el primer adversario de la serie. El Athletic fue incapaz de imponerse en los ocho compromisos posteriores.
Del resto de los indicativos, comentar que el que mejora lo ocurrido posteriormente es el relativo a goles concedidos, solo ocho, con dos porterías a cero. Pero esta prueba fehaciente de la fiabilidad del sistema de contención se revela como una baza del todo insuficiente ante el peso demoledor de la sequía rematadora: seis goles nada más en esos nueve partidos. Dos por barba de Muniain y Raúl García, uno de Iñaki Williams y el último, en propia meta a cargo del portero del Granada.
Esta era la triste realidad en clave rojiblanca hasta mediados de diciembre, extensible a lo acontecido en agosto y septiembre. Ninguna similitud con el comportamiento del último mes. El fuerte contraste que se obtiene de la comparativa encierra una elocuencia que va más allá de lo que delatan los números. Rememorar la tónica que presidió casi la primera mitad de la campaña viene bien para valorar en su justa medida el avance posterior, el que ha colocado al Athletic en la rampa de lanzamiento hacia cotas más acordes a su potencial.
el dato
19
de diciembre. La fecha mágica es el 19 de diciembre. El Betis visitó Bilbao para tratar de refrendar su candidatura a la Champions League. Con las bajas de Unai Simón, Iñigo Martínez y Dani García, los leones lograron remontar un 1-2 a un minuto del final del partido con un tanto de Óscar de Marcos. Desde entonces hasta hoy, el equipo de Marcelino García Toral encadena nueve encuentros saldados con seis triunfos (Betis, Osasuna, Atlético Mancha Real, Atlético de Madrid, Barcelona y Rayo), un empate (Alavés) y dos derrotas, ambas frente al Real Madrid, que este jueves será el rival en los cuartos de final de la Copa.