Si la parte del Sociómetro vasco sobre intención de voto nos proporciona alpiste de cierto fuste a los opinateros, la que profundiza en otras cuitas de nuestros convecinos -en realidad, de nosotros mismos- resulta todavía más sustanciosa. Y si se tiene el día medio tontorrón, como le ocurre al abajofirmante de estas líneas, incluso se puede caer en la tentación de filosofar sobre quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos los censados en este pecaminoso (cada vez, menos) trocito del mapa. Así, en el primer bote de la encuesta que conocimos ayer, me dio por sonreír cínicamente. ¡Pues no te joroba que, viviendo, según proclaman los incansables profetas del apocalipsis, en el peor de los mundos posibles, va la peña y se pone un 7 sobre 10 cuando se le pide que valore su situación personal! Es como para subirse a nuestra cumbre más alta y gritar a pleno pulmón uno de mis lemas favoritos: ¡Que cuando estemos mal, estemos como ahora!
Bien es verdad que enseguida la euforia se le transmuta a uno en melancolía. ¿Se pueden creer, queridos lectores, que seis de cada diez ciudadanos de los tres territorios dice que la política le importa poco o nada? Vuelve a ser una pregunta retórica. Claro que se lo creen. Es lo que ven, seguramente, en sus círculos familiares, de amistades o de simples conocidos. Y es lo que se observa en el propio Sociómetro en las respuestas sobre el nivel de conocimiento de los candidatos a lehendakari. Me atrevo a decir que solo gracias a una labor de generosa cocina pasando por alto a los no pocos encuestados mentirosillos, la media llega al treinta y pico por ciento. Pero no pienso flagelarme. Como plumilla, asumo mi parte de responsabilidad en el desapego. Pero nada más. Hablamos de personas adultas que, solo cuando sea tarde, descubrirán la verdad universal: si no te ocupas de la política, la política se ocupará de ti. Y siento añadir que no será precisamente para bien.