Situada en el Molino de Caparroso, a orillas del río Arga, se encuentra la Escuela de Piragüismo de Pamplona. Con casi 20 años de trayectoria, ofrece clases individuales o en grupo, para niños y niñas o personas adultas, con o sin experiencia previa, campamentos, competiciones y otras actividades en piragua, kayak o incluso paddle surf. Y el verano y su buen tiempo se presentan como una oportunidad perfecta para lanzarse al agua y remar.
El equipo de trabajo está formado por un grupo de 6 profesionales entre los que se encuentra Merri Muñoz, con la que varias generaciones en Pamplona se han iniciado en el piragüismo. Ella cree que la gente debería animarse a probar, por el entorno en el que se rema: “Parece que el Arga lo vemos solo de pasada, pero estar dentro no tiene nada que ver. La sensación que te aporta remar, disfrutar de la naturaleza, el agua, es algo que todos deberían experimentar”. Esta entrenadora y monitora de esta disciplina por la Federación Española de Piragüismo se encarga de transmitir toda su experiencia y conocimientos tanto del río como del deporte a los más pequeños.
Empezó a practicarlo con tan solo 11 años. Los siguientes 12 entrenaba y competía mientras lo compaginaba con el judo, que abandonó a los 18 años decantándose por el deporte de agua. Antes solo se podía practicar en el Club Natación y únicamente tenían acceso los socios. “En aquellos años probábamos todos los deportes, empezabas con natación, hacías judo… Y luego en verano empezamos con la piragua, y ahí enganchamos”. Explica que la motivación principal era la oportunidad de conocer nuevos lugares: “En aquel entonces era un mundo porque te permitía viajar, que en aquellos años no era tan fácil. Empezabas a competir en abril y te pegabas todo el verano fuera de casa”.
A los 18 años ya tenía el título de iniciadora y empezó dando algún curso mientras entrenaba y competía. Más tarde se sacó el título de monitora en Madrid. Y cuando crearon la escuela, Amaia Osaba, presidenta del club, contactó con ella para que formase parte del equipo. Eran viejas conocidas: “Yo le enseñé y siempre hemos mantenido muy buena relación”. Entró para llevar a cabo labores de mantenimiento, pero poco a poco, explica, le fueron “dando más responsabilidad”. Además de ser un deporte que le gustaba, “estar con niños y niñas y transmitirles, es motivante”, explica. Lo que intenta inculcar a sus jóvenes alumnos, es, básicamente, “la filosofía del Club”, que se basa en “el respeto y el espíritu de equipo. Aquí todos venimos a remar”. Y cuenta que para los niños introducirse en este deporte “es flipante, porque consiguen mantenerse en una embarcación que dirigen ellos solos”.
Admite que comparado con otras disciplinas, las condiciones aquí a veces pueden ser duras: “La lluvia, el frío, porque a no ser que el río baje con mucho caudal, siempre salimos. Yo a veces les digo ‘¡Ay, por qué no hacemos baloncesto en un polideportivo con calefacción!’, pero sí, el invierno en Pamplona... y siempre hay alguien que vuelca, nadie está libre de hacerlo, ya sea por un despiste o por cualquier cosa”.
Considera que el piragüismo se está ganando su hueco entre las demás prácticas deportivas: “Con las medallas olímpicas se dio más a conocer”. Recuerda a Saúl Craviotto, que hizo historia convirtiéndose en el deportista español más laureado de la historia de los Juegos Olímpicos con cinco metales. “Yo creo que ahora tiene más visibilidad, y es cierto que, al ser una instalación municipal, por aquí pasa cantidad de gente”.
La entrenadora y monitora asegura además que disponen de “un entorno privilegiado, porque aunque estás en el centro de Pamplona, tienes la sensación de estar en otro lugar”.
JÓVENES PIRAGÜISTAS
El grupo de Merri acude durante el año tres días a la semana a entrenar. Durante el verano, tienen más flexibilidad y escogen los días que ellos prefieran. Lo forman diferentes perfiles: Algunos más pequeños, más experimentados, hay quien compite y los que todavía no se han lanzado.
Veronika Strelkova, de 14 años, nació en Ucrania. Probó el piragüismo hace dos años pero lo abandonó cuando tuvo que volver a su país de origen. Por el conflicto tuvo que regresar y pudo retomar el deporte hace un mes. Lo que más le gusta, confiesa, “son los paisajes” mientras está remando. Sin embargo, le saca una pega: “Lo que no me gusta es caerme al agua”. Todavía no se ha atrevido a competir pues, dice, aún necesita más práctica, pero asegura: “Competiré algún día”. Su amiga Alba Ledesma, de 11 años, empezó a practicar en su pueblo y este año se estrena como competidora. Cuenta que ha probado varios deportes, cada año uno nuevo, pero ninguno le había gustado tanto como este.
Este joven equipo es la clara demostración de que no hay edad para el deporte ya que se les permite competir desde edades muy tempranas. A ello se dedican desde hace un tiempo Maitane y Eneko, hermanos de 10 y 12 años y Matías y Teo, ambos de 10 años. Cuando empezaron, algunos con cuatro o seis años, su corta edad no fue un problema porque se iniciaron con “los mini kayaks”, explica Maitane. Eneko cuenta que su padre les fabricaba artilugios “con corchos para poner en los asientos y los reposas para llegar mejor”. Los cuatro destacan que lo que más les gusta es el equipo. Teo añade que “también es un deporte bonito”. Vuelven a coincidir en que lo que lo distingue de otras prácticas, son los sitios en los que se realiza. No le tienen ningún miedo al agua: “Lo lógico es que si te da miedo no te metas en una piragua”, argumenta Teo. Sin embargo, si hay algo que no les gusta es “el agua salada”, confiesa Matías. Teo anima a los indecisos a que se apunten para probar “porque además, ves la ciudad desde el Arga, que es muy tranquilo”. “Desde el río ves las cosas más altas”, dice Maitane.