El primer escollo serio que ofrecía el calendario se le atragantó a un Athletic al que le salieron pocas cosas, pese a su empeño. Delante, un conjunto experto que reeditó la fórmula que tiempo atrás convirtió a Simeone en el ídolo del Metropolitano: gol en un lance aislado, a la contra, y ejercicio de firmeza en defensa. Argumentos contra los que no valieron los expuestos por el anfitrión, menos incisivo que nunca en la zona de peligro y que, no obstante, acarició la igualada en el tramo final. Volcado, a la desesperada, el Athletic fabricó hasta tres ocasiones con la grada enardecida, todas repelidas por un muro personificado en Reinildo, un imán que atrajo para sí todos los remates. El formidable esfuerzo no obtuvo recompensa, lo cual de algún modo sirve para que el Athletic baje de la nube en que permanecía instalado desde el arranque liguero. Lo de anoche no es un revés inasumible, San Mamés vio cómo los suyos se vaciaban, pero esta vez enfrente hubo un hueso y todo el afán invertido en la durísima batalla se reveló baldío.
La influencia de una sola pieza en un engranaje que se repite semana tras semana puede catalogarse como relativa. No obstante, que Valverde escogiese a Vesga para la posición que con nota alta venía ocupando Dani García, justo el día en que tocaba medirse al rival más potente habido hasta la fecha, encerraba un significado, dado que Vesga es menos defensivo, mueve bien la pelota y pisa zona de remate. Enviaba un mensaje nítido, al equipo y a la afición: el único plan no era otro que ir decididamente a por el triunfo ante un Atlético que siempre produce respeto, aunque no ande fino.
Gesto de valentía, un detalle acorde a la dinámica de la temporada que sin embargo resultó insuficiente, salvo en el inicio, cuando el Athletic revolucionó el pulso con agilidad y osadía. Apenas mantuvo al rival acuciado, en disposición defensiva, un cuarto de hora salpicado además con un par de latigazos visitantes. Lekue cortó un pase envenenado que Morata aguardaba para fusilar y poco después, el ariete marcaba en una contra que precisó la intervención del VAR. El árbitro no había visto la zancadilla sufrida por Yeray en la jugada, pese a que fue evidente. Pero la mejor oportunidad le correspondió a Iñaki Williams, que cabeceó alto sin oposición alguna en un despiste de la zaga al completo.
Cabía presumir que un remate tan sencillo sería excepcional en un encuentro de este nivel y así se confirmó. Especialmente hasta el descanso, pues el Athletic no volvió a probar suerte. Salvo en una salida para despejar ante Iñigo que de nuevo dejó en evidencia a sus compañeros, Oblak vivió una fase plácida. A ratos el Atlético se adueñó del control y de la pelota. Apoyado en la movilidad entre líneas de Griezmann y Lemar, eludió la furibunda presión que caracteriza al Athletic, obligado entonces a recular y contener en su terreno. Por si hubiera algún despistado, el bloque de Simeone mostró estar en posesión de recursos para amainar el ímpetu de los de Valverde, esa manera de entender el juego que ha podido desplegar con notable éxito en prácticamente la totalidad de sus compromisos.
La resolución se aplazó al segundo acto. Nada que extrañase puesto que ambos contendientes acreditaron potencial y firmeza, deparando una pelea muy equilibrada y exigente en el plano físico. La lógica incertidumbre se disipó en un santiamén a la vuelta del vestuario: Morata se impuso a los centrales y sirvió atrás para que Griezmann culminase a placer. Qué novedad. Mal negocio para el Athletic verse en desventaja precisamente en esta ocasión.
Con un montón de minutos por delante intentó el cuadro local percutir y chocó con el oficio de un enemigo que no le hace ascos al repliegue. Le faltó precisión y desborde, incapaz de progresar por los costados, la franja central se puso impracticable por exceso de personal. Ni Sancet ni Muniain cogieron el hilo, mientras que Iñaki Williams, con escaso suministro y malas decisiones, se difuminó. Durante un rato largo, no hubo noticias en las áreas. El Atlético se negó a tomar riesgo alguno; el Athletic quería y no podía. Eso sí, el ritmo no decreció, los protagonistas terminaron derrengados, unos y otros.