Carreteras desiertas por las que caminan adolescentes solas que vuelven de la discoteca, curas que esconden secretos y pueblos chapados a la antigua componen el escenario de La niña de la comunión, una película que lleva al imaginario español el terror que pueden provocar muñecos como Annabelle o Chucky.
El filme, que se proyectó ayer en el Festival de Cine Fantástico de Sitges, es el primero en español de Víctor García, un realizador catalán que ha trabajado hasta ahora en Estados Unidos dirigiendo diversas secuelas de conocidas franquicias de terror.
Para su vuelta a casa, García se ha aliado con el dramaturgo y guionista Guillem Clua, junto al que ha “construido toda una mitología, a partir de una historia sencilla que se cuenta en algunos lugares de Galicia y Granada”. “La niña de la comunión no es tan famosa como La niña de la curva pero es parecida –explica el director–. Es simplemente una niña vestida de comunión que se aparece como un fantasma”. Con este punto de partida, ambos han creado un mito “con toda la complejidad necesaria para que esta maldición sea algo sólido que pueda tener continuidad”, según Clua, abriendo la puerta a futuras secuelas.
En este proceso de construcción de un fantasma que pueda aterrorizar en varias fases, lo primero que han hecho ha sido llevar la acción a los años 80, “que es una época en la que las comuniones tenían más importancia”, según el director. La película empieza con la escena de la comunión de una niña, en la que aparece una madre desesperada que ha perdido a su hija, que también estaba haciendo la comunión. La acción transcurre en un pueblo de Tarragona al que llega una familia.