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Polideportivo

Una plata cosechada en los mesones de Amberes

Los medallistas vascos en los juegos olímpicos. Medalla 2
Cartel de los Juegos Olímpicos de Amberes 1920. Foto: COI
Cartel de los Juegos Olímpicos de Amberes 1920. Foto: COI

Los Juegos de 1920 suponen el debut de la selección española de fútbol que subió al segundo escalón del podio e hizo temblar las tabernas con siete jugadores guipuzcoanos

Los Juegos Olímpicos de Amberes llegaron en 1920, cuando se instauró de nuevo la paz después de la I Guerra Mundial. Sin embargo, esta cita olímpica desencadenó un pequeño conflicto civil en el fútbol estatal. Y es que era la primera vez que la selección española acudía a una competición de este calibre. Es decir, los Juegos de Amberes iban a ser su debut internacional. Por lo que nadie quería perdérselo. Todos los grandes nombres se apuntaron para ir. Así que fueron los mejores. Dado que por aquel entonces los combinados vascos –Real Sociedad, Real Unión, Athletic y Arenas de Getxo–, dominaban el fútbol estatal tampoco fue descabellado que sus integrantes fueran una amplia mayoría en la lista olímpica. La Real aportó cuatro futbolistas (Mariano Arrate, Juan Artola, Silverio Izaguirre y Agustín Eizaguirre), y el Real Unión, tres (Patricio Arabolaza, Manuel Carrasco y Ramón Eguiazábal). El caso es que costó tanto armar el equipo que cuando por fin se consiguió, los elegidos, con el 1,93 de Belauste al frente, lo celebraron acabando con las existencias de las tabernas que se abrieron desde Hondarribia hasta Irun.

El 28 de agosto de 1920 llegó el primer partido internacional de España. Ante una potente Dinamarca que llegaba a los Juegos como máxima favorita tras sus subcampeonatos de 1908 y 1912. Sin embargo, como en el fútbol de cuero y borceguíes, de barro y calzones largos, no había ni vídeos ni espías, ni forma de conocer al rival; los vascos saltaron al Estadio de La Butte con lo puesto. Con el defensa realista Mariano Arrate como capitán y con el irundarra Patricio Arabolaza como el primer goleador. 1-0 fue el resultado con el que se mandó a Dinamarca a casa. Y cuando los futbolistas estatales fueron conscientes de la gesta lograda, de que ese rival que no les había podido marcar era el favorito al oro, echaron mano de su dieta de 67 francos diarios y se fueron directos a un cabaret.

La celebración fue tan sonada como la resaca del día después, esa que llegó con una derrota ante la anfitriona Bélgica (3-1). El sueño del oro se esfumó de golpe. Pero entre que por aquel entonces el fútbol daba otra oportunidad, puesto que perder contra los finalistas te metía en un torneo de consolación, y que esa España de 1920 estaba tocada por la suerte, ya que la otra finalista –Checoslovaquia– fue descalificada; la selección estatal volvió a la competición para luchar por la plata. El primer rival fue una Suecia que comenzó marcando y que se olvidó del balón y se centró en las piernas. El encuentro fue bronco, una auténtica cacería plagada de faltas. Y en una de ellas llegaron las tablas de Belauste. El gigante bilbaino subió al ataque para rematar y, de paso, llevarse por delante a varios suecos. De hecho, sobre este gol circula la leyenda de que Belauste le pidió el balón a Sabino al grito de: "A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo". Sin embargo, años después se confirmó que el centrocampista vasco simplemente dijo algo tan sencillo y euskaldun como: "Aurrera, Sabino, Aurrera!". Después, Acedo hizo el segundo para España, así que el duelo terminó con un 2-1 en el marcador y tres suecos y cuatro españoles maltrechos en la banda.

De hecho, a pesar de la victoria, la selección estatal estaba tan amoratada que optaron por guardarse los francos para otra noche y no salir. Por ello todos llegaron despejados ante Italia y por ello, el encuentro fue más sencillo que ante Suecia (2-0) pero igual de despiadado. Zamora fue expulsado por olvidarse del fútbol y pasarse al boxeo (y le tuvo que sustituir bajo palos Silverio Izaguirre) y el santurtziarra Pagaza salió del campo en camilla. Esta vez sí, la celebración fue sonada. Ni Pagaza se la quiso perder. Es más, la protagonizó al fingir su propio entierro. Se tumbó en una parihuela, sus compañeros le portaron y siguieron a modo de comitiva y Belauste se disfrazó de cura. Hasta que a la llegada del primer bar, el muerto se levantó y pidió una caña.

Al día siguiente, España ganó 3-1 a Países Bajos, el vizcaino Sesumaga se convirtió en el máximo goleador del equipo y la selección estatal se colgó una plata olímpica que, dado que hasta 1930 los Juegos eran la máxima competición internacional del fútbol, bien pudo ser mundial.

2021-07-01T06:13:04+02:00
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